En la entrada de una sala de la muestra Cuando el tiempo se rompió, en el Museo de la Ciudad de México, Betsabeé Romero (México, 1963) dispuso parabrisas rotos y medallones de auto fracturados que remiten a un accidente.
Una pieza que forma parte de la serie «Con todo y el parabrisas roto», que alude, según la artista plástica, a la inmovilidad forzada por la pandemia de Covid-19.
«Estamos viviendo un punto cero del tiempo, nunca habíamos vivido una experiencia similar y simultáneamente», explica la artista en entrevista.
«En mi lenguaje de movilidad, un día nos despertamos con el confinamiento, que era como voltear y tener el parabrisas roto, estrellado. Ya no veíamos si lo que seguía era una curva, un abismo, si había más camino después».
Romero pertenece a una generación de artistas que padeció el terremoto de 1985 y la devaluación del peso, eventos que, como la pandemia, «marcan y dejan una fractura».
«Lo que se rompió fue el tiempo», insiste.
Crear a partir del accidente, argumenta, equivale a reunir los vidrios rotos para formar un mosaico; «para cicatrizar, unir los hilos sueltos», precisa.
La muestra, que puede visitarse en José María Pino Suárez 30, en el Centro Histórico, revisa diez años de producción de Romero, aunque con obra hasta ahora no vista en México, y que supone, además, su primera exposición amplia en un recinto capitalino desde aquella que montara en 2009 a unas cuadras de ahí, en el Colegio de San Ildefonso.
La migración, una constante temática en su obra desde hace 20 años, ocupa un lugar central en la exposición, como lo ha sido durante la pandemia.
Romero presenta una selección de la obra con temática al respecto, con énfasis en el éxodo de mujeres y niños, ubicándose en la línea de Tijuana/San Diego como la frontera más cruzada del mundo.
«El término de frontera es transgeográfico», señala: «Va más allá de los límites marcados y nos atraviesa a todos el fenómeno de la migración».
Después del mayor confinamiento en la historia, el mundo atestiguó posteriormente, observa la artista, el éxodo de ciudadanos de Ucrania ante la irrupción de la guerra contra Rusia; «el mayor desde la Segunda Guerra Mundial».
«Se nos olvidan todos los demás migrantes», dice.
A través de instalaciones en el recinto habla de ello.
«Hago una intervención en el sitio, es una instalación nueva», explica.
Romero, además, despliega en la exposición obra relacionada con el tráfico de armas, como contexto del tráfico de personas, con siluetas usadas para la práctica del tiro.
«La guerra se alimenta del comercio de las armas y, detrás de la práctica de tiro y entrenamiento de los ejércitos, lo único que hay es muerte», zanja la artista.
Y recoge también su trabajo vinculado con la iconografía del mundo indígena en América, que ha laborado en distintos países, en especial la serie resultado de dos años de trabajo con una comunidad de la ciudad de Mississaugas, en el área de Ontario, en Canadá, que presentó en la Universidad de York.
Otra de las salas reúne la pintura hecha por Romero durante los dos años de confinamiento, con una iconografía asociada al Covid-19: ojos, cámaras invasoras del mundo y del cuerpo humano, diagramas de virus y bacterias.
La exposición permanecerá abierta al público hasta agosto próximo.