Por Pascal Beltrán del Río
El PRI no se destruye, sólo se transforma
Ante la perspectiva de que pierda otras dos gubernaturas en los comicios del próximo domingo, el PRI se ha convertido en materia de discusión de los politólogos. ¿Cómo es posible –se preguntan– que el otrora partido de Estado se haya encogido así?
Hay quien lo atribuye a haber vuelto a las andadas en materia de corrupción cuando el electorado le dio una nueva oportunidad en 2012, después de haberlo sacado de la Presidencia en 2000. También hay quien pone la culpa en su mal tino a la hora de escoger candidatos y dirigentes.
Pero puede ser, sencillamente, que muchos priistas ya estaban incómodos en su casa y, como ocurre con los pueblos destinados a ser fantasmas, varios de sus militantes hayan decidido emigrar a otros partidos –particularmente a uno que les trae recuerdos de los tiempos idos–, llevando consigo las características genéticas del homo priistus.
Quizá el PRI no esté muriendo, sino sólo renaciendo. O cambiando de piel. Veamos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, priista durante unos 12 años, suele evocar y poner como ejemplo a Lázaro Cárdenas, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos.
De los 32 gobernadores del país, 13 tienen antecedentes de haber militado en el PRI. Cuatro de ellos son miembros de ese partido (los de Coahuila, Estado de México, Hidalgo y Oaxaca) y los otros llegaron al cargo por otras siglas (Campeche, Durango, Jalisco, Nayarit, Puebla, Quintana Roo, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas).
En las actuales campañas para renovar las gubernaturas en seis estados, el PRI no sólo tiene candidatos propios, como el duranguense Esteban Villegas, el oaxaqueño Alejandro Avilés, la quintanarroense Leslie Hendricks y la hidalguense Carolina Viggiano, sino que ha sido semillero de otros, como la duranguense Marina Vitela, el hidalguense Julio Menchaca y el tamaulipeco Américo Villarreal, quienes tienen la oportunidad de ganar las elecciones postulados por otros partidos.
En el Senado de la República, de los 128 integrantes, por lo menos 31, casi la cuarta parte, son o fueron miembros del PRI, incluyendo a los 13 miembros de la bancada tricolor y, Ricardo Monreal, el presidente de la Junta de Coordinación Política.
En la Cámara de Diputados, el presidente de la Jucopo, Rubén Moreira, es priista. E Ignacio Mier, líder de la bancada mayoritaria, lo fue por un tiempo. En el gabinete presidencial, los secretarios de Gobernación, Adán Augusto López, y de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, militaron en el PRI, lo mismo que el director general de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett. Del PRI también surgió Dante Delgado, dirigente de Movimiento Ciudadano.
Probablemente en los meses por venir, dependiendo de los resultados electorales, podría ocurrir una nueva sangría de priistas. El presidente López Obrador dio la impresión de estimularla durante la discusión de la reforma constitucional en materia eléctrica, cuando conminó a los legisladores del PRI a recordar el legado de Cárdenas y López Mateos.
Las presiones del gobierno federal para que los priistas dieran al oficialismo los votos que requerían para conformar la mayoría necesaria acaba de ser confirmada por un audio que difundió ayer por la tarde el dirigente nacional Alejandro Moreno, envuelto, él mismo, en su propio audioescándalo. En la conversación telefónica, el senador Manuel Velasco le transmitió lo que parecían amenazas del secretario de Gobernación para doblar al PRI y obligarlo a apoyar la reforma, o al menos así lo interpretó Moreno, quien grabó el diálogo “por seguridad”.
Total, que el PRI, la organización surgida de la Revolución Mexicana para apaciguar la lucha de los caudillos, el partidazo de la política mexicana durante siete décadas, al que tantas veces han dado por muerto, resultó ser como la materia: no se destruye, sino simplemente se transforma.
BUSCAPIÉS
*Esta Bitácora cumple 15 años de publicarse. Agradezco a mis jefes Olegario Vázquez Raña, Olegario Vázquez Aldir y Ernesto Rivera la posibilidad de compartir mis puntos de vista, y a usted, querido lector, el tiempo que dedica a leerme.