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viernes 22 de agosto de 2025

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Bitácora del director

Bitácora del director

Por Pascal Beltrán del Río

La última entrevista con Pancho Villa

La entrevista siempre me ha parecido la madre de todos los gé­neros periodísticos. Pocos textos puede usted leer en esta mis­ma edición de nuestro diario que no tengan como origen una conversación en la que un reportero hace preguntas a una fuen­te con el objetivo de obtener información de interés público.

Con tal de lograr una buena entrevista, un periodista puede esperar el tiempo que sea necesario y viajar hasta donde haga falta. Así me pasó con el coronel Oleg Nechiporenko, quien fuera jefe de contrainteligencia de la KGB en México y a quien me tomó una década convencer que se sentara conmigo, cosa que sucedió en Moscú en 2007.

Hay entrevistas que se convierten en parte fundamental de la historia. En el caso de México, sin duda está la que concedió Porfirio Díaz al periodista canadiense James Creelman, pu­blicada en la revista británica Pearson’s en marzo de 1908, en la que el dictador afirmó que México estaba preparado para elegir democráticamente a sus gobernantes.

Otra famosa entrevista está a punto de cumplir un siglo. Entre el 12 y el 18 de junio de 1922 se publicó en El Univer­sal la conversación entre el periodista tabasqueño Regino Hernández Llergo y el general revolucionario Francisco Villa.

Éste había depuesto las armas el 26 de julio de 1920 –re­cién asesinado Carranza–, mediante un acuerdo con el pre­sidente interino Adolfo de la Huerta, y se había retirado a la hacienda de Canutillo, cerca de Parral, Chihuahua.

Pese a su costumbre de estar rodeado de periodistas y cineastas, Villa había cumplido el compromiso de no hacer declaraciones sobre política y dedicarse de tiempo comple­to a la agricultura. Sin embargo, en marzo de 1922, escribió una carta al presidente Álvaro Obregón para alertarlo sobre un convenio que negociaba el gobierno de Chihuahua con el empresario estadunidense A. J. McQuatters para que éste adquiriera las tierras de la familia Terrazas.

Villa advirtió a Obregón que dicho convenio podría pro­vocar una nueva rebelión campesina –“se vendrán sin duda los balazos”– y lo urgió a definirse al respecto. La respuesta no tardó: el Presidente dijo que estaba de acuerdo con él. “Esta operación entraña un peligro muy serio”, escribió y, días des­pués, ordenó la expropiación de las tierras.

El intercambio llevó a Obregón a aprovechar la ocasión para que Villa se definiera respecto de la sucesión presidencial de 1924, que ya comenzaba a hacer ruido. El Presidente, quien favorecía a Plutarco Elías Calles para sucederlo, quería que Villa se declarara neutral en la contienda.

De acuerdo con el historiador Friedrich Katz, biógrafo de Villa, se comisionó al comandante de las fuerzas federales del norte, Gonzalo Escobar –el de Los relámpagos de agos­to, de Ibargüengoitia–, para convencer al Centauro de dar una entrevista a Hernández Llergo. “Aunque es indudable que la curiosidad (del periodista) existía, también lo es que el gobierno quería que Villa diera una entrevista”, escribe Katz en Pancho Villa (tomo 2, página 355).

Escobar pidió a su comandante en Parral, Félix Lara, que presentara a Hernández Llergo con Villa, quien no quería recibir al periodista para no poner en jaque su tregua con el gobierno. “Lara habló con él una hora y finalmente lo conven­ció”, dice Katz. Sin embargo, la entrevista no transcurrió como deseaba el gobierno, el cual esperaba que Villa repitiera lo que decía en su carta a Obregón: que “lo único que le interesaba era su hacienda de Canutillo, sus negocios y asuntos familiares y que de ningún modo participaría en política”.

En cambio, Villa manifestó simpatías por De la Huerta, quien aspiraba a la Presidencia junto con Calles, y dijo que su retiro sólo era en lo que Obregón terminaba su periodo; que el radicalismo de Calles no convenía al país; que le interesaba la gubernatura de Durango, y que le temían porque, si así lo decidía, podía movilizar a “40 mil hombres en 40 minutos”.

La entrevista provocó una sacudida en la Ciudad de México, pese a que Hernández Llergo se abstuvo de transcribir frases aún más incendiarias. Trece meses después de publicada, Villa moriría acribillado.

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