De visita por el neoyorquino Museo Metropolitano de Arte en 1939, un joven Francisco de la Maza de sólo 26 años quedaría deslumbrado por su primer contacto con un «prodigioso» efebo labrado por Louis Aimé Lejeune.
Años después, inspirado por Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar -lectura fundamental para la mayoría de los intelectuales homosexuales mexicanos de mediados del siglo pasado-, junto con un exhorto de esta autora belga-francesa para rescatar la estatuaria antinoica, adoptaría un compromiso: «Yo te defenderé de todas las calumnias europeas y demostraré que fuiste la última gran inspiración del arte antiguo», clamaría el historiador de arte (1913-1972), a cuya visión provocadora rinde un homenaje el Museo Nacional de San Carlos a través de la muestra Antinoo: El efebo eterno, que se inaugura este miércoles por la noche.
Exposición planteada como un «atlas de la memoria» que reconstruye el itinerario documental, visual e intelectual de De la Maza, figura toral del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIEs) de la UNAM, para escribir su obra dedicada al amante y efebo favorito del Emperador romano Adriano.
«(Es el) desdoblamiento de un archivo para seguir la trayectoria intelectual que siguió el doctor De la Maza para escribir este libro que tuvo una enorme repercusión internacional, que fue Antinoo, El último dios del mundo clásico (publicado por la UNAM en 1966)», detalla en entrevista Jaime Cuadriello, curador de la muestra tributo por el 50 aniversario luctuoso del intelectual mexicano.
«Fue un hito en su tiempo cuando se publicó en los años 60», remarcó el historiador del arte e investigador del IIEs, recordando que el personaje del efebo estaba muy estigmatizado no sólo por su sexualidad, sino también porque se pensaba que la escultura romana de los siglos 2 y 3 era decadente, cuando en realidad había por parte de Adriano una vuelta a la estética griega.
El Emperador elevaría a deidad a su joven amante, ahogado en las aguas del Nilo.
«Por eso tantas representaciones de él como ideal masculino, estéticamente joven; el ideal perfecto del cuerpo humano representado en ese muchacho de 19 años», explicó Cuadriello. Y el culto que se le rendía por las regiones del Imperio romano lo plasmaría bajo distintas advocaciones de dioses antiguos.
La figura del efebo permanecería siglos adelante como un modelo que estudiantes de la Academia de San Carlos, como José María Velasco o Pedro Patiño Ixtolinque, dibujaban reiteradamente, incluso hasta la época de las vanguardias.
«Diego Rivera lo siguió dibujando, aunque sea de cabeza o acostado», apuntó Cuadriello. «Porque las proporciones del cuerpo masculino en ese momento se tenían como las más perfectas, según la estética de (Johann Joachim) Winckelmann».
Parte de esos dibujos y representaciones integran la muestra, enmarcada en el Mes del Orgullo LGBT+, así como algunas esculturas y bustos. Una de las piezas más destacadas es una réplica cedida por el madrileño Museo del Prado a través de la Academia de San Fernando, donde De la Maza, también un destacado estudioso del arte colonial, fue miembro de número.
También se exhiben fotografías, como aquellas donde quedara registrado el viaje del historiador del arte por Europa, becado por la República Federal Alemana para terminar su libro y seguir el mismo itinerario de viaje que había hecho Yourcenar por Italia, Grecia y Egipto, incluidas las ruinas griegas de Delfos.
Así como las imágenes de Luis Márquez Romay, fotógrafo que desde los años 20 del siglo pasado «se dedicó de forma clandestina a retratar efebos en los jardines de Tacubaya, pero con una estética muy, muy particular», expuso Cuadriello.
«Entonces aquí van a estar todos los efebos mexicanos», resaltó el investigador, quien prologó la reedición del Antinoo de De la Maza lanzada por la UNAM el año pasado.
Hacia el final, la exposición también incluye una sección bibliográfica con algunos autores «filoefébicos» referenciales para acercarse al mundo clásico y su sensibilidad homoerótica, banco de lectura obligada para la comunidad homosexual de la época, así como la propia producción de temática gay de De la Maza; cinco títulos -de los 30 que publicó- cuya circulación era prácticamente clandestina.
«Para los años 30, 40, cuando un gay quería encontrar su lugar en el mundo se tenía que proyectar sobre la Antigüedad, la única forma en que la homosexualidad estaba normalizada. Entonces, ¿qué había que leer? Corydon, de André Gide, o a Thomas Mann (Las tablas de la ley), obviamente, y en los años 50 pues irrumpe Yourcenar», enlistó Cuadriello.
A decir suyo, parte de lo más interesante de la exhibición en el recinto de Avenida México-Tenochtitlán 50, Colonia Tabacalera, es la correspondencia también expuesta; cartas que el mexicano intercambió con personajes como Julio Cortázar o el padre Ángel María Garibay, quien lo asesoraba en cuestiones de filología, o la propia Yourcenar.
«La correspondencia con todas estas figuras sí pinta a un personaje sumamente culto y erudito, un humanista, pero también un hombre que se rebela contra el establishment, un hombre contracultural que rompe totalmente contra las convenciones y vive su vida a su modo.
«Creo que esas cartas sí retratan a un personaje que usó el conocimiento como una forma, no diría de militancia, pero sí de apertura», subrayó el curador de la muestra, que estará acompañada de una jornada académica que inicia este miércoles a las 18:30 horas con una charla de Rafael López Guzmán, de la Universidad de Granada, y continuará el jueves con 12 mesas de las 9:00 a las 17:00 horas en el auditorio del museo.
EL EFEBO DE FRANCISCO DE LA MAZA
«No cabe duda que hay vidas paralelas», dice Cuadriello al relatar que el propio De la Maza vivió una relación al estilo de Adriano y Antinoo.
En este caso, fue con un brillante alumno joven, Raúl Flores Guerrero, «quizás el historiador de arte más prometedor», describe Cuadriello sobre quien entre finales de los 50 y principios de los 60 se convertiría en pareja sentimental del investigador.
«(En la muestra) está toda esta relación amorosa que tuvo con Raúl, donde se repite este patrón del amor del viejo con el joven.
«Pero, lamentablemente, también Raúl desapareció misteriosamente, como Antinoo. Estaba haciendo una estancia en Nueva York, le vino una depresión y entró en un proceso autodestructivo», narra Cuadriello. «Y, claro, para De la Maza fue demoledor, y es a partir de la muerte de Raúl que empieza el libro de Antinoo como un acto revulsivo de levantarse de la depresión y contar esta otra historia paralela».
A pregunta expresa sobre cómo el vínculo del efebo y el Emperador, quizá de sumisión, habría permeado en quienes se proyectaban sobre su figura, Cuadriello revira precisando que en el mundo antiguo las relaciones amorosas «no implicaban exclusivamente una relación tipo sensual o de dominación, de poder».
Desde la pedagogía griega, ilustra, el pedagogo era quien se hacía cargo de un muchacho y coadyuvaba a su desarrollo intelectual, físico, deportivo o militar. Y en un momento dado sí se establecía una relación tanto espiritual como carnal.
«Claro que en nuestros días el sexo se ha convertido en un mecanismo de poder, de dominación y mercantil. Entonces, esto (del mundo antiguo) no es un valor que las sociedades occidentales compartamos; al contrario, la moral todo el tiempo está», indica el investigador del IIEs.
«Esto justo nos hace reflexionar que para Adriano, y sobre todo para Yourcenar -que entendió bien-, la relación entre ellos fue de tipo iniciático», continúa. «Claro, estas cosas que cuenta Yourcenar no son del todo actuales ahora, (pero) para los homosexuales de los siglos 18 al 20 era una pantalla que les daba la historia para explicarse a ellos mismos».
Finalmente, en el caso de De la Maza, Cuadriello exalta lo que considera la valentía absoluta: «¿Cuántos muchos otros colegas se quedaron en el clóset?, y él, sin ambages, vivió su relación abierta y escribió sus cinco libros con orientación homosexual. Por eso también nos parecía que recuperar esta figura para la comunidad dentro de esta semana de celebración era valioso», concluye.
