Por Vianey Esquinca
Ponchado
Imagine, amable lector, lectora, que en su casa lamentablemente pierden la vida seres queridos que no sólo eran apreciados en su casa, sino en toda la comunidad. Esta desgracia llega, además, cuando la economía de su hogar pasa por un mal momento, pues dos de tres personas que aportaban a la casa no tienen trabajo y los precios de los productos están por las nubes. A pesar de toda esta situación llega ese tío que parece que siempre vive en otro mundo y le dice: “¿Por qué no organizamos un tochito este fin de semana? Vienen los compadres del norte que son rebuenos para la patada, sirve e invitamos a los vecinos”.
Seguramente, lo que menos pensaría es que es un insensible. Pues es justo lo que hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador cuando el jueves pasado y en medio de una crisis de inseguridad que ha llegado a su punto máximo de violencia, que volvió a ser noticia cuando un criminal asesinó a tres personas en Chihuahua, entre ellos dos padres jesuitas, decidió jugarse un partido de beisbol el cual presumió en sus redes sociales.
“Le ganamos 4 a 2 al equipo del IMSS, aunque nos metieron algunos cachirules de menos de 60 y se reforzaron con Chito Ríos, el pitcher de más ponches en la historia del beisbol del país y con Vinny Castilla, el bateador mexicano con más home runs en las Grandes Ligas. A este caballo lo trabajamos bien: ya había pegado un cuadrangular y casi al final del juego le dimos base por bola intencional y dominamos al siguiente, es decir, los arreglamos”, puso el mandatario en su cuenta de Twitter.
No sólo eso, acompañó su tuit con un video de más de dos minutos y medio de duración. Con escenas en cámara lenta para aumentar el impacto visual y emocional, se observa al Presidente en todas las formas posibles: sonriendo, bateando, caminando, recibiendo una camiseta con el número 9 y el apellido Castilla, en primera base, saludando a su esposa, moviendo el bat, tocando la pelota, corriendo. Sólo faltó la escena en que el Presidente cabalgara un hermoso corcel blanco y recorriera con la bandera de México el estadio. Hasta peluca le hubieran podido poner para que su melena se meciera suave con el viento.
Por supuesto, no faltaron los planos generales tomados desde un dron, ni los closeup al mandatario. La música de fondo épica acentuaba los momentos, pero dejaba escuchar los aplausos, los “vamos”, los “eso”, los “corre, corre, corre”, las pláticas ininteligibles y las risas.
Ese tipo de video, toda una oda a la personalidad de López Obrador, es el que quisiera toda quinceañera mexicana o los novios que dan el sí frente al altar. Seguramente, si Tom Cruise lo viera se moriría de envidia por no haber capturado con tanta precisión la fraternidad y camaradería entre dos equipos, en la ya icónica escena de la playa de la película Top Gun: Maverick.
Como bien lo apuntó la periodista Leticia Robles, seguramente Enrique Peña Nieto al ver esto debió arrepentirse de haber escuchado a los políticamente correctos que lo criticaban por ir a jugar golf los domingos, debió ir entre semana y en hora laboral.
Porque, efectivamente, quien en esos tiempos se desgarraron las vestiduras por encontrar al priista jugando cuando el país se caía en pedazos, hoy son los que celebran a López Obrador y hasta le hacen un video cinematográfico.
Sigue sorprendiendo la falta de empatía del Ejecutivo con las víctimas y, en general, con la situación del país. Y, diga lo que diga en su conferencia mañanera, una foto, o en este caso, un video, dice más que mil palabras: que sus prioridades son otras y no tiene las mismas preocupaciones que los mexicano