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viernes 22 de agosto de 2025

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Bitácora del director

Bitácora del director

Por Pascal Beltrán del Río

La guarnición de la democracia

Construida a lo largo de más de mil años, la Gran Muralla China contuvo sucesivos intentos de invasión de hunos, kitanos y otros pueblos nómadas y, con ello, permitió el florecimiento de una sociedad agrícola y de la antigua civilización china.

Sin embargo, sus altos y anchos muros no hicieron el trabajo solos. Durante la dinastía Ming (1368-1644) había, cuando menos, 20 mil hombres adscritos a su defensa, y uno de los más célebres generales de esa época, Qi Jiguang, alcanzó su mayor fama extendiendo y resguardando la muralla.

Lo mismo pasa con las instituciones creadas para proteger al Estado de los malos gobernantes y de quienes, desde fuera, buscan usufructuarlo. Por sí solas, las instituciones nada pueden hacer. Karl Popper, uno de los filósofos de la ciencia más influyentes del siglo XX –y de cuyo nacimiento se cumplirán 120 años este verano–, decía que las instituciones son como las fortalezas: sólo existen si tienen una buena guarnición.

La sociedad abierta a la que se refería Popper sólo es posible en función de que construyan instituciones reguladoras que introduzcan la racionalidad en las opciones colectivas, pero también de que haya quienes las defiendan y las preserven.

 En México, a lo largo de un cuarto de siglo, logramos construir una línea de defensa con el objetivo de mantener a raya el abuso de poder, pero ahora tiene más hoyos que un queso gruyere. Algunas instituciones ya han sido derruidas, otras han sido infiltradas o están bajo asedio, y unas más nunca acabaron de ver la luz o nacieron estériles. Todo ese esfuerzo colectivo de fortalecimiento institucional del país se ha ido sustituyendo rápidamente por el voluntarismo y la creencia de que una sola persona puede cuidar del bienestar del país y protegerlo de males como el abuso del poder, la ineficacia del ejercicio gubernamental y el deterioro del Estado de derecho.

Por fortuna, aún hay instituciones que funcionan de acuerdo con su propósito original, pero que siempre estarán en peligro de errar por los caminos de la inutilidad, si no se les cuida.

El Instituto Nacional Electoral ha alcanzado un altísimo nivel de competencia para organizar votaciones creíbles, algo de lo que México carecía antes de su creación y que había provocado disputas postelectorales con decenas de muertos.

 Sin embargo, ahora está amenazado por un intento de reforma electoral que busca inocularlo con el virus de la irrelevancia para que deje de cumplir su función, misma que ha permitido que los votantes mexicanos reemplacen al partido gobernante en casi tres cuartas partes de los procesos electorales, lo cual es un signo de que la democracia funciona.

El Banco de México es otra institución que, gracias a que ha tenido una buena guarnición, ha logrado que la política monetaria no se convierta en un arma política al servicio del gobierno en turno, como pasó en 1971, cuando el presidente estadunidense Richard Nixon presionó al Sistema de la Reserva Federal para bajar las tasas de interés, lo cual dio pie a una alta inflación que duró 13 años.

El viernes pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador se preguntaba por qué los bancos centrales seguían con “la receta” de subir las tasas de interés para bajar la inflación. En Turquía, donde también gobierna el populismo, se siguió la ruta contraria y ahora tiene una inflación de 74 por ciento. Por fortuna, los miembros de la Junta de Gobierno de Banxico han puesto oídos sordos a esas presiones y, por el bien del país, ojalá lo sigan haciendo. Pero hay otras instituciones que han sucumbido, como las comisiones Nacional de los Derechos Humanos, Nacional de Hidrocarburos y Reguladora de Energía. Éstas han dejado de su hacer su trabajo y se han convertido en simples apéndices del Ejecutivo. Otras más, que fueron abortadas antes de que pudieran nacer, como el Sistema Nacional Anticorrupción. Y están aquellas que son simples elefantes blancos, como la Guardia Nacional, con instalaciones en todo el país, que son meros cascarones desde los cuales, hombres inertes ven correr un río de sangre.

 Qué razón tenía Popper: sin guarniciones dispuestas a hacerlas funcionar ni defenderlas, las instituciones no sirven para maldita cosa.

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