En 2001, 38 años después de fallecido, el cuerpo del papa bueno fue exhibido en la Plaza vaticana y para sorpresa del público estaba perfectamente preservado.
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En 1958, el papa Juan XXIII fue sepultado en las catacumbas de la Basílica de San Pedro. 38 años más tarde, más precisamente el 3 de junio de 2001, el cuerpo fue colocado en una urna de bronce y cristales antibalas ultra claros, se ubicó en un arnés con ruedas acarreado por empleados del vaticano y comenzó un viaje por el Arco de las Campanas y la Plaza de San Pedro.
Un posible milagro
Una vez en la calle, los presentes comenzaron a gritar y aplaudir lo que parecía un “milagro”: el cuerpo de Juan XXIII se encontraba intacto, entero e inmune a la fiereza de la muerte. Además de llevar consigo la vestimenta habitual de su época, la cara de pontífice había sido cubierta con una mascarilla de cera que le daba un aspecto más real que en el momento de su fallecimiento en 1958.
Preservación del cuerpo
En poco tiempo, representantes del Vaticano salieron a informar que el supuesto milagro no era tan así, ya que la preservación del cuerpo desde 1958 fue clave para mantenerlo perfecto. De hecho, los restos de Juan XXIII habían sido tratados de forma especial, y se habían conservado en tres ataúdes: dos de madera y uno de plomo.
Líquido especial para embalsamar
Así mismo, la participación de Gennaro Goglia, médico del Policlínico Gemelli de Roma, tuvo incidencia en la perfecta preservación del cuerpo: utilizó 10 litros de un líquido para embalsamar creado por él, que daba excelentes resultados. Según el profesional, se realizó un corte en la muñeca derecha del papa y se conectó una aguja por donde pasó el preparado.
Un enigma latente
El grado de conservación era tan potente que, incluso, parecía exceder los adelantos químicos de la época. De esta forma, 38 años después de ser visto por última vez con vida, la gente y representantes del Vaticano quedaron atónitos al verlo, provocando un sinfín de enigmas y gritos de un posible milagro.
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