Por Yuriria Sierra
Contra el fanatismo
En estos días (semanas, meses, años) en que los blancos y los negros absolutos parecen ocupar ya casi todas las conversaciones públicas en este polarizado mundo, vale como nunca la pena releer a los grandes pensadores que sí son verdaderos liberales y que saben que no hay democracia que sobreviva ni paz que perdure sin la búsqueda de los grises para la construcción de los consensos. Recupero aquí un fragmento de uno de los ensayos más contundentes de Amos Oz (Contra el fanatismo):
”Siempre este dilema sin fin: ¿qué hacer cuando da la casualidad de que se convive puerta con puerta con el dolor, la injusticia, la opresión, la violencia, la demagogia, el chovinismo, el fundamentalismo religioso y el fanatismo? ¿Cómo utilizar la propia voz, en el supuesto de ser un hombre con voz, alguien que tiene pluma y la puede utilizar? Me pregunto si sería justo decir: bueno, se está derramando sangre a la vuelta de la esquina de donde vivo, no es momento de contar historias de amor. No es momento de escribir historias experimentales, complejas, sutiles y eruditas. Es momento de combatir contra la injusticia. Sí, lo hago de vez en cuando y siempre me siento un poco traidor a mi arte, al refinamiento de la ambivalencia y el matiz. Al mismo tiempo, si me siento en casa y trabajo en varias alternativas sintácticas para cierta frase o en problemas idiomáticos de cierto contrapeso o incluso en la relación melódico-musical entre dos frases de la novela, todavía sigue esa vocecilla dentro de mí llamándome traidor: ‘¿Cómo eres capaz? Están matando gente a diez millas, veinte kilómetros, quince kilómetros de donde estás sentado escribiendo. ¿Cómo puedes?’. ¿Qué hace uno en situación semejante? Eres un traidor en ambos casos. Hagas lo que hagas, traicionas a tu arte o a tu sentido de la responsabilidad cívica. Bueno, mi respuesta es la misma que doy a muchas cosas: acuerdo. Intento fervorosamente llegar a un acuerdo, a un compromiso. Sé que la expresión ‘llegar a un acuerdo, a un compromiso’ tiene una reputación terrible en los circuitos idealistas europeos, especialmente entre la gente joven. Se concibe el acuerdo como falta de integridad, falta de directriz moral, falta de consistencia, falta de honestidad. El compromiso apesta, comprometerse a llegar a un acuerdo es deshonesto.
“No en mi vocabulario. En mi mundo, la expresión ‘llegar a un acuerdo, a un compromiso’ es sinónimo de vida. Y donde hay vida, hay compromisos establecidos. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte. Llevo cuarenta y dos años casado con la misma mujer, así que algo sé de acuerdos. Y cuando digo acuerdo no quiero decir capitulación, no quiero decir poner la otra mejilla al rival o a un enemigo o a una esposa, quiero decir tratar de encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino. Y no hay acuerdos felices: un acuerdo feliz es una contradicción. Un oxímoron. Así que también me comprometo a llegar a acuerdos en mi escritura: cada vez que siento que estoy conforme conmigo mismo en un ciento por ciento o que no lo estoy en absoluto, no escribo una historia, escribo un artículo airado, diciendo a mi gobierno qué hacer, a veces diciendo a mi gobierno a dónde debemos ir todos juntos, concretamente al infierno. Por una razón o por otra, nunca me escuchan”.
***
Y en un planeta en dónde ya nadie escucha a nadie si no es para llamarle ‘mentiroso, corrupto, inmoral, indecente, mafioso, diabólico engendro del pasado, feminazi histérica, o enemigos complotistas traidores a la patria’ en todas sus presentaciones, es inevitable que terminemos en sociedades de fanáticos que más parezcan tribunas de hinchas del futbol que terminan renunciando a la inteligencia que requiere no sólo hacer política, sino construir acuerdos mínimos de civilización.