Especial
EAGLE PASS, TEXAS.- Selvin Allende está agotado. Con su niña de un año en los hombros y su esposa embarazada acaba de cruzar el Río Bravo desde Piedras Negras, Coahuila, hasta Eagle Pass, Texas.
La familia terminó una travesía peligrosa que miles de migrantes emprenden cada año buscando un futuro mejor, de acuerdo con un reporte de la agencia AFP.
«Lloro de felicidad. Quiero ayudar a mi familia. En Venezuela no teníamos futuro», explicó el joven de 28 años.
“He pasado miedo por mi hija en el río. Me siento cansado, derrotado, pero con el sueño de trabajar si los servicios migratorios nos escuchan con corazón», dijo el guatemalteco, de unos 30 años.
Los tres dejaron su casa en Honduras huyendo de la delincuencia y la falta de trabajo; hicieron un viaje en tren y a pie para llegar hasta EU.
Junto a él, su esposa camina con un gesto de dolor, los ojos entornados, hacia la Patrulla Fronteriza que los espera bajo uno de los dos puentes que unen México y Estados Unidos. Sus pertenencias caben en un par de bolsas de plástico.
Los agentes revisan sus pasaportes y los de otras personas recién llegadas y se los llevan detenidos para estudiar sus solicitudes de asilo.
La escena se repite varias veces al día ante la mirada resignada de las fuerzas de seguridad.
«Esto nunca para. Pueden cruzar en cualquier lugar y en cualquier momento», señaló un soldado de la Guardia Nacional (GN) que evitó identificarse.
El refuerzo de la seguridad en los últimos meses no ha conseguido frenar la llegada de migrantes sin visa. En mayo pasado, las autoridades estadounidenses detuvieron a más de 239 mil personas en la frontera con México, un récord, aunque la cifra incluye a quienes intentaron entrar varias veces a EU.
En la orilla mexicana, unas camionetas vienen y van durante horas para dejar a las personas que acabarán cruzando al otro lado.
Una familia venezolana, integrada por cinco hombres, dos mujeres y dos niños, decide que ha llegado el momento de cruzar el Río Bravo. Su travesía dura 10 minutos y, a mitad de camino, se agarran los unos a los otros para resistir a las fuertes corrientes.
Cuando llegan al lado estadounidense, gritan de alegría antes de entregarse a elementos de la Patrulla Fronteriza.
El alivio se ve en todas las caras. Alejandro Galindo, otro venezolano que cruza el río cerca de ahí, está emocionado tras 26 días de viaje con dos compañeros.
NI LOS MIRAN, NI LOS OYEN
Eagle Pass, una ciudad de 22 mil habitantes situada a 230 kilómetros de San Antonio, ha aprendido a convivir con la presencia diaria de los migrantes.
A pocos metros del puente internacional, varios hombres juegan al golf en la hierba amarillenta, sin prestar atención a quienes cruzan el río.
Valeria Wheeler, la directora del refugio Mission Border Hope, asiste cada día a los desafíos de la ola migratoria. En dos años, sus instalaciones han pasado de acoger a 20 migrantes por semana a hasta 600 al día.
Los recién llegados pasan unas horas ahí, en un amplio almacén con bancos, baños y duchas, a la espera de que algún familiar pague su transporte hacia otra ciudad.
Wheeler explicó que el perfil de los migrantes ha cambiado, pues antes llegaban quienes tenían la posibilidad de comprar un boleto de avión desde sus lugares de origen hacia la frontera, pero ahora son más pobres y llegan caminando desde México o Centroamérica.