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Comparte Modesto López su andar por la vida

Comparte Modesto López su andar por la vida

Hijo de emigrantes gallegos, Modesto López (Lugo, España, 1945) era un muchacho de barrio en Buenos Aires, empleado en una fábrica de engranajes al que le gustaba ir al baile, vestirse de traje, jugar futbol y agarrarse a golpes si lo precisaba la ocasión, sin mayores preocupaciones en la vida.

Hasta que entró a trabajar a la misma fábrica Amadeo Gravino, unos años mayor que él, de 18, pero ya con una formación poética, y fue quien lo enganchó al teatro, al que solo había ido dos veces hasta entonces, y si vio Doce hombres en pugna es porque coincidía en las canchas con el hijo de uno de los actores.

Gravino le contó de una nueva escuela teatral y le propuso inscribirse juntos. Y, aunque al poco tiempo quien lo invitara abandonó, López se quedó.

“Eso transformó mi vida”, asegura en entrevista en sus oficinas, en la Colonia del Valle, el fundador de Ediciones Pentagrama, sello discográfico referencial dentro de la escena mexicana independiente. Y empezó a estudiar, a leer, a formarse. “A ir a un mundo distinto a lo que era un muchacho de barrio”.

Asumió desde entonces el teatro como forma de vida, vinculándose siempre, por su militancia política y cultural, a escritores, pintores, teatreros y, claro, también músicos, su otro mundo.

A Gravino, connotado poeta y dramaturgo argentino, no lo ha vuelto a ver en más de 50 años, pero la reciente publicación de la autobiografía de López, titulada Morriñas. Aguafuertes de mi andar por la vida (Pentagrama), ya reanudó el contacto: se encontrarán en Argentina, en octubre, cuando presente allá el documental que hizo el también realizador sobre Amparo Ochoa, artista fundamental de su sello: Se me reventó el barzón.

“Es un libro cargado de sentimientos y de memoria”, dice Modesto a propósito de su autobiografía, cuya escritura, en buena medida, se debe al minucioso trabajo de archivo hecho por Marta de Cea, su esposa, quien fuera la representante del “Caifán Mayor”, Óscar Chávez, su gran amigo.

Es el relato de un hombre que al recordar pasajes clave de su vida va trazando la historia política y cultural de América Latina, con una vuelta a los orígenes en Galicia, tan castigada por el franquismo, y de donde emigraron a Argentina sus padres, ambos campesinos.

“De alguna manera me fui tallando con el oficio de vivir”, asegura.

A la par se dio su militancia política, y pintaba con otros muchachos consignas del Partido Comunista en contra del Gobierno. En el libro, relata cómo dejaban en calles peatonales transitadas tortugas con consignas escritas en el caparazón, como burla al Presidente Arturo Illia, apodado “La Tortuga”, por “calmo y arrugadito”, y cerdos engrasados con proclamas en sus carnes: “La policía se volvía loca pues por la grasa era difícil agarrarlos”, narra.

Fue en ese tiempo, a mediados de los 60, cuando los jóvenes de la época se hicieron fans de Astor Piazzolla. De hecho, cuelga en una pared de su oficina en Pentagrama una foto en blanco y negro, enmarcada, del mítico bandoneonista.

Y conserva ahí mismo el cartel de El té se enfría, la primera obra que presentó como director y debió suspender 20 días después de estrenar, vigilado por el ojo represor de la dictadura.

Amenazado de muerte varias veces, aguantó en Argentina cuanto pudo, pero no podía trabajar, moviéndose siempre en la semiclandestinidad. Había que hablar en voz baja, cuidarse de todo, recuerda. “A la vuelta de la esquina estaban la vida y la muerte”.

Hasta que no tuvo más opción que irse, primero a Bolivia y luego a Ecuador, donde permaneció por un tiempo y donde incluso consideró crear su primer sello discográfico para grabar la música que no tenía difusión alguna, y que había observado en sus viajes por América Latina con el Grupo Siripo, un concepto de teatro, música y títeres, y por separado, con solo 100 dólares en el bolsillo, en sus travesías por Europa. El dinero lo pondría un importador de los coches soviéticos Lada, usados como taxis en esa época.

A México llegó en los 70, y aquí se reencontró con De Cea, torturada por la dictadura, y se enamoraron, esfumándose los planes ecuatorianos. Se casaron hace 44 años y tienen dos hijas, Valentina y Rosaura.

Como productor discográfico se inició con Fotón, la disquera dirigida por Elvira Concheiro, dedicada a la música latinoamericana.

López cuenta que fue invitado a escuchar la grabación de La Internacional con el grupo de Víctor Jara, donde estaban Margarita y Eugenia León y, conversando con Concheiro, le ofreció trabajar como gerente de producción.

Sentía que la suerte lo acompañaba: recién llegado a México y con trabajo.

Lo que más le enorgullece del año y medio que trabajó en Fotón fue Alfredo Zitarrosa, 20 años de compromiso, un disco cuyo repertorio escogió con el cantautor uruguayo, y el LP De los niños de Nicaragua al mundo, que implicó un viaje a país centroamericano con apoyo del Frente Sandinista.

Estuvo en Fotón hasta que decidió crear Pentagrama, nacida el 6 de octubre de 1980 con la ayuda incondicional de sus grandes amigos David Baksht y Adolfo de la Huerta. Una editorial que siempre ha navegado de forma independiente, abocada a las expresiones poéticas y musicales de México y América Latina.

En su catálogo, de más de 750 títulos, hay grabaciones de los encuentros de jaraneros, en Tlacotalpan, o de chileneros, en Ometepec, así como de jarana yucateca, sones huastecos, música purépecha y de nuevos compositores, y abarca géneros como jazz, tango, bolero, rock mexicano, música afroantillana, folclor latinoamericano, nueva canción, música tradicional mexicana, y para niños; esto último ocupa el 10 por ciento de su producción.

López ya estaba al frente de la editora de discos y libros cuando cumplió su último trabajo como actor, en 1985, con el grupo Contigo América, fundado por Blas Braidot y Raquel Seoane, ex integrantes de El Galpón, de Uruguay. A pesar de que tenía mucho trabajo con Pentagrama, accedió a reemplazar a un actor en una gira de dos meses por el País, que al final se extendió por un año.

Si hay algo que siempre pesa, y está en el camino de todo cuanto hace, es la amistad, señala; sus amigos son sus sicólogos, pero también sus polemistas cuando se trata de aclarar ideas.

“Yo pienso que para mí, el teatro y la amistad son lo fundamental”, asegura.

ADIÓS AL ‘CAIFÁN MAYOR’

Un amigo entrañable ha sido el “Caifán Mayor”. Incluso se le arrasan los ojos de lágrimas cuando surge el recuerdo de su inesperada muerte por Covid-19, un episodio incluido en Morriñas.

Su esposa recibió la llamada con la noticia, y López confiesa que aquel 30 de abril de 2020 quedó paralizado, sin saber cómo reaccionar. “Me veo a mí mismo en el otro, me cimbra todo el cuerpo, que se pulveriza, me siento nada. Óscar no se puede morir, todavía no; mi Óscar, ¿antes yo?”, escribe.

Compartieron viajes y noches de bohemia, y juntos grabaron 43 discos.

“Óscar es parte de nuestra familia”, asegura. El “Caifán Mayor” firmó como testigo en el Registro Civil cuando nació su hija menor, Rosaura, llamada así en homenaje a Rosaura Revueltas, la actriz de La sal de la tierra.

De la mayor, Valentina, incluyó en el libro un emotivo texto; ella acompañó al cantante hasta el último momento y se encargó de los trámites en el hospital del ISSSTE para llevarse el cuerpo. Una carta donde le confiesa que imaginaba que cuando Chávez muriera tendría un velorio ad hoc con su vida: lleno de música popular, con gente conocida y desconocida, cantando a coro canciones como La Mariana o Por ti.

“Bajé al área de patología y, como un rumor, escuché la voz de Óscar. Pensé que me equivocaba, que me estaba imaginando cosas por la tristeza. Levanté la vista y los vi. Algunos trabajadores del área rodeaban un celular en que sonaba una canción interpretada por Óscar. El hombre que me acompañaba les dijo quién era yo y ellos se avergonzaron y apagaron la música”, recuerda.

“No atiné a decir que continuaran porque la emoción me habría hecho llorar de nuevo, pero bajo todo el equipamiento sonreí y me llegó con claridad un pensamiento: ése era, ahí estaba el verdadero homenaje. No era el que yo me imaginaba, era inesperado, como sus regalos, y era ese: genuino, el de la gente, el de unos trabajadores en el sótano de un hospital”.

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