Por Víctor Beltri
Alta traición
José Emilio Pacheco, autor de Alta traición —el poema referido anteriormente— lo tenía muy claro: el fulgor de la patria es tan abstracto —y su definición está tan sujeta a los caprichos del gobernante en turno— que termina por resultar inasible. Lo verdaderamente importante es distinto, sin embargo: nuestros lugares favoritos, la gente que amamos, las obras que hemos construido; las ciudades en que vivimos, nuestra historia, nuestros recursos naturales.
Todo lo que, irónicamente, no es —ni ha sido— prioridad para el gobierno en funciones. Nuestro país agoniza, mientras que los caprichos de nuestro Presidente le han cedido, en los hechos, el territorio al crimen organizado; nuestros fallecidos se cuentan por cientos y cientos de miles, pero el mandatario asegura que su estrategia está brindando el resultado que esperaba. Las obras se caen a pedazos, por la “austeridad republicana”; la ciudad deshecha y gris es más monstruosa que nunca. La historia se tergiversa, para enfrentarnos entre nosotros; nuestras montañas se incendian —y nuestros ríos están secos— sin que al mandatario le importe nada más que su propio proyecto.
Y lo que falte, todavía. “Lo mejor es lo peor que se va a poner”, advirtió —entre risas— un Presidente de la República que jamás ha pretendido gobernar para todos los mexicanos. “Siempre hablo de que son como 20, 25 millones de personas en el país que tienen un pensamiento conservador, que son nuestros adversarios”, afirmó hace unos días. “Uy, qué miedo”, declaró —con más risas— mientras dedicaba una canción a quienes le exigían que honrara su palabra, aún a sabiendas de que su desplante podría comprometer el futuro de las siguientes generaciones.
“No vamos a ceder, porque es un asunto de principios”, arremetió el día de ayer desde —una vez más— el estado de Nayarit. “Tiene que ver con la soberanía: el patriotismo no se negocia, son principios irrenunciables. Ni en el petróleo ni en la industria eléctrica: nada que tenga que ver conceder nuestra soberanía, aunque les dé coraje (…) no tanto a los del gobierno de Canadá, o de los EU, sino a los conservadores mexicanos: no pierden la maña de rendirse, de someterse, de hincarse frente a los extranjeros (…). Siempre, siempre, actúan como traidores a la patria…”.
No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible. México se aproxima a la peor crisis de la historia contemporánea, mientras que el Presidente se ríe y señala traidores a la patria; “lo mejor es lo peor que se va a poner”, anticipa mientras calcula 25 millones de adversarios y enciende a su grey en su contra. “Fachos”, “fifís”, “conservas”: “el patriotismo no se negocia”, como en las sectas no se discuten los dogmas, ni los dichos del pastor.
El mandato del Presidente es temporal, sin embargo, aunque las repercusiones de su megalomanía se extiendan, con holgura, mucho más allá de su periodo constitucional. Quienes hoy lo apoyan —a ciegas— mañana tendrán que contemplar la miseria de sus propios hijos; quienes hoy lo enfrentan —a oídos sordos— correrán la misma suerte.
México es más que dos facciones encontradas: México es más, también, que los libros de caballería de un anciano desvelado. El Presidente se está metiendo en un problema que —con mucho— lo rebasa, pero en el que terminará por arrastrarnos: nuestra patria, con todo y su fulgor abstracto e inasible, necesita que pensemos, primero que nada, en el futuro que le estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Aquí no hay adversarios ni traidores a la patria, señor Presidente: aquí hay, lisa y llanamente, 25 millones de personas que entendemos sus acciones como un error gravísimo.