Por Víctor Beltri
El principal opositor al próximo presidente
Las imágenes de los últimos días no son sino un atisbo al futuro que nos espera. Los acarreados, la compra de votos, la violencia en las urnas para elegir al Comité Ejecutivo Nacional de un partido que se sigue entendiendo, a sí mismo, más como la secta que sigue a un iluminado que como una opción política viable para la sociedad entera.
Para nadie será sencillo administrar el desorden imperante en Morena; para nadie lo será menos —aún— para quien resulte ser ungido, como candidato, por el Presidente de la República. Morena no es un partido con lineamientos, ideología y estructura, sino el movimiento surgido en torno a un líder sin mayor preparación, ni bases, que el resentimiento que les ha unido durante años. A eso se dedican, y eso es lo que han seguido fomentando: quien resulte designado como candidato tendrá —por fuerza— que seguirse conduciendo así, si es que le interesa el apoyo incondicional del Presidente de la República. Aunque no le convenga.
El Presidente conserva su popularidad, aunque su gobierno no haya sido capaz de solucionar los problemas del país pese a su poder absoluto, popularidad y conocimiento del territorio. Al Presidente se le festeja cualquier cosa —y su palabra es la ley— aunque su partido no haya logrado sentar las bases para que su pensamiento e ideales —si es que existen como tales— trasciendan más allá del término de su mandato. El Presidente se agota, natural y constitucionalmente: Morena, en unos cuantos años, no será sino un membrete electoral; el “obradorismo”, así como la mal llamada “cuarta transformación”, durarán —si acaso— un poco más, defendiendo el legado de un líder incapaz de entender su papel y aceptar sus propios errores.
Los problemas vendrán, sin embargo, un poco más tarde. Las políticas públicas de este gobierno no han brindado resultado alguno, y resultarían no sólo ridículas, sino peligrosas, para cualquier otra administración que pretendiera continuar con ellas: el Presidente envejece, y su periodo se acaba —mañanera tras mañanera— sin que haya logrado resolver uno solo de los grandes problemas nacionales. El pueblo bueno lo sabe, aunque prefiera seguir creyendo en el Presidente; el Presidente lo sabe de sobra, aunque prefiera seguir engañando a la ciudadanía con sus cuentos cotidianos.
Las corcholatas también lo saben, aunque por el momento prefieran no hablar de ello: el esfuerzo —por lo pronto— se trata de conseguir el dedazo del amado líder, tan sólo por unos meses: después, ya lo veremos. Las políticas actuales no son más que ocurrencias absurdas, que habrían derruido a cualquier gobierno sin tanto control, por un lado, ni con tan poca oposición, por el otro. Quien asuma el poder en el 2024, provenga del partido que sea, tendrá a su predecesor como su principal adversario: quien asuma la Presidencia, en un par de años, sabe desde hoy de dónde vendrán los ataques en su contra. El Presidente, en su ego y soberbia, ha contaminado tanto la arena pública —y ha hecho su presencia tan ubicua— que está forzando a que su sucesor le desconozca. Y así será.
Lo que funciona para uno no funciona para todos, y lo que en su momento levantó el interés general hoy está llegando a un agotamiento infranqueable. La jefa de Gobierno, por su parte, sabe que los “abrazos en vez de balazos” no sirven para la ciudad que hoy gobierna; el canciller, por la suya, preferiría un gobierno más progresista y comprometido con las causas sociales. El titular de Gobernación sabe que no tiene el carisma para mantener el ejercicio de las mañaneras; el presidente de la Jucopo, que no cuenta con el valor para enfrentar a su propio mentor.
La prueba, en este momento, no es para el gobierno, sino para el sistema democrático que hemos construido entre todos y cuyo sustituto es el que nos mostró Morena en sus procesos internos. La democracia que permitió la llegada de los ineptos; la misma democracia, también, que propiciará su salida en el momento oportuno. Pronto, ya verán.