La práctica de la reducción de cabezas de la tribu Shuar se basa en la creencia de que hay vida después de la muerte.
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En la cuenca amazónica de Ecuador y Perú habita la tribu Shuar, también conocida como jíbaros. De ella se dice que fue una de las pocas a las que los españoles nunca pudieron someter debido a su carácter aguerrido. Sin embargo, los Shuar no son tan conocidos por esto sino por una práctica que puede clasificarse como macabra: la reducción de cabezas de sus enemigos.
¿Qué significado tenía la reducción de cabezas?
A esta práctica se le conoce como tzantza o tsantsa. La práctica de este ritual se basa en la creencia de que hay vida después de la muerte. Los guerreros de esta tribu creían que al matar al enemigo su espíritu se mantenía vivo dentro de su cabeza.
Entonces procedían a cortar y reducir la cabeza para que el vencedor se pudiera apoderar de ese espíritu y evitar que regresara para vengar su muerte. El guerrero que tuviera un mayor número de cabezas reducidas se ganaba más reconocimiento entre sus compañeros y enemigos.
“La idea era atrapar al espíritu demoniaco, para evitar que vengue la muerte del guerrero vencido”, le explica a BBC Mundo Tobias Houlton, antropólogo de la Universidad Witwatersrand, en Sudáfrica. “El propósito de la reducción no era destruir al espíritu sino esclavizarlo”, añade.
creían que “el espíritu continuaba viviendo dentro de la cabeza, pero ahora trabajaba en beneficio del vencedor”.
Por otro lado, las cabezas reducidas no solo tenían un significado ritual, sino que también eran trofeos de caza y una señal de estatus entre los guerreros.
¿Cómo era el proceso para reducir las cabezas?
Una vez cortada la cabeza, se hacía una incisión en la parte de atrás y se arrancaba la piel del cráneo. Después se cerraban los orificios con espinas para que el alma no pudiera escapar. Con un cuchillo le quitaban los ojos, los músculos y la grasa.
El siguiente paso era hervir la cabeza entre 20 y 30 minutos. Cocían la piel en agua de río sobre una fogata (sin dejar que el agua alcanzara el punto de hervor) durante media hora. Esto permitía reducir su tamaño a la mitad.
Después era necesario dejar que se secara y, una vez lista, se dejaba la piel y el vello. Por último, se quemaban los labios con un cuchillo recalentado y se cosían con cordeles de liana.
Para darle unos últimos toques, se frotaba la piel con ceniza para darle una tonalidad mucho más oscura. Después se adornaba la cabeza con plumas, caparazones de escarabajos, conchas u otros elementos decorativos.
Finalmente, les hacían uno o dos agujeros en la parte superior para ponerles una cuerda y colgárselas en el cuello como un talismán.
No obstante, esta práctica ritual de reducción de cabezas dejó de hacerse después de que fuera prohibida en Perú en los años 50 y una década más tarde en Ecuador.