Por Pascal Beltrán del Río
Aquí no hay una nueva Guerra de los Pasteles
Ante la solicitud de consultas que Estados Unidos y Canadá han hecho a México para que ciña su política energética al texto del T-MEC, el presidente Andrés Manuel López Obrador confirmó ayer que envió una carta a su homólogo Joe Biden para pedirle que la vecindad entre los dos países se dé “con respeto a nuestra soberanía, en un pie de igualdad”.
Por lo visto, el mandatario sigue pensando que la petición estadunidense y canadiense está reñida con la independencia de México. Lo curioso es que el reclamo sea sólo para una de las partes, pues no se anunció el envío de una carta semejante al primer ministro Justin Trudeau.
Desconozco las razones por las que López Obrador decidió convertir una polémica legal –que tendría que ser materia exclusiva de abogados– en un conflicto político. No sé si es que ignora lo que se firmó en el tratado y se aprobó por parte del Senado, donde su coalición política tiene mayoría, o si ha decidido aprovechar la ocasión para resoplar las llamas del fanatismo nacionalista.
A diferencia de lo que sucedió en otros momentos de la historia, en la que los reclamos económicos de potencias extranjeras se reforzaban con bloqueos navales frente a Veracruz, en este caso no hay flotillas amenazantes, sino sólo un par de cartas, enviadas por parte de Washington y Ottawa, para sentarse a dialogar sobre el diferendo, un recurso que contempla el propio T-MEC y que México ha utilizado para otros temas, como son azúcar, transporte, escobas y reglas de origen de las autopartes.
Sinceramente no comprendo de qué forma está comprometida la soberanía de México por dicha solicitud. Creo que una prueba de que no lo está es que nuestro país firmó, en su condición de nación soberana, un tratado de libre comercio, y que sus socios están recurriendo a un mecanismo acordado por las partes para resolver una controversia.
Es más, nuestro gobierno está en vías de establecer contacto con los de Estados Unidos y Canadá “para ver en qué consisten sus reclamos”, de acuerdo con lo que me comentó la semana pasada, en entrevista, la subsecretaria de Comercio Exterior, de la Secretaría de Economía, Luz María de la Mora.
Si el presidente López Obrador tiene razón en que la política energética de su gobierno no ha discriminado a empresas extranjeras para favorecer a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad, quizá baste con presentar un alegato legal ante los socios comerciales para así demostrarlo.
Si éstos aún no quedan convencidos, la disputa será arbitrada por un panel, en cuya conformación participará México y en el que habrá jueces mexicanos. Dicho mecanismo de resolución de controversias también está incluido en el texto del T-MEC, que, insisto, México firmó y avaló.
¿En qué momento de este proceso se plantea que Estados Unidos y/o Canadá invadan nuestro país para pedir reparaciones por agravios cometidos contra sus empresas? Afortunadamente, ésta no es la reedición de la Guerra de los Pasteles.
Desde luego, si la diferencia avanza hasta el panel –cosa que dudo– y México pierde, habrá que asumir las consecuencias, pues los países afectados podrán cobrarse con aranceles la afectación a sus empresas.
Como digo arriba, es probable que el presidente López Obrador esté convencido de que su política energética no viola el T-MEC. En ese caso, me pregunto si fue plenamente informado de lo que el país avaló. Si no lo fue, quizá sería conveniente que comenzara a enterarse y hacer los reclamos pertinentes, antes de alegar, como hizo la semana pasada, que “si tener acceso a ese mercado nos implica ceder soberanía, no lo aceptamos”.
México es el país que más provecho ha sacado a la liberalización comercial en América del Norte. Sinceramente, ¿cómo nos iría sin el T-MEC?
¿Y qué impedirá que Biden, en caso de que decida responder a la carta de López Obrador, le diga con toda naturalidad: “Señor presidente, estoy enterado que su gobierno ha hecho contacto con el nuestro para celebrar las consultas y hago votos para que éstas sean fructíferas”?