Por Pascal Beltrán del Río
Noticiarios de TV: información o morbo
Prenda la televisión, casi a cualquier hora, y busque un programa de noticias.
La mayoría de los contenidos que aparecerá ante sus ojos tendrá que ver con lo que los periodistas llamamos la “nota roja”: asesinatos, secuestros, robos, balaceras y golpizas, etcétera.
Casi no hay día que no salte a la pantalla la clásica escena del asalto en una combi de transporte público. “Ya se la saben, mi gente”, es el conocido estribillo de los rateros.
Tampoco faltan las imágenes de ladrones de autopartes o de parejas de asaltantes a bordo de motocicletas que arrebatan la bolsa a una mujer o le roban el celular y la cartera a un hombre.
Las cámaras de seguridad también captan los momentos en que los amantes de lo ajeno se introducen en un domicilio para saquearlo o se llevan el efectivo de la caja de una tienda.
Una tras otra, esas escenas se van sucediendo, intercaladas de actos suicidas fallidos, explosiones de instalaciones de gas mal conectadas y animales abandonados en jaulas o azoteas.
Usted dirá que eso no tiene nada de raro, porque en el país en que vivimos ese tipo de cosas pasan con mucha frecuencia. En eso, usted tiene razón.
Sin embargo, debemos admitir como periodistas que dichas imágenes generalmente tienen muy poco valor informativo. Y muchas veces ni siquiera han sido pasadas por el cernidor del interés público.
Justificarse diciendo que eso es lo que la gente quiere ver es la salida más fácil. En todo caso, no se le está dando opción.
Tomemos el ejemplo del trilladísimo robo a transeúnte en una calle solitaria. Al televidente o internauta se le da a conocer, cuando mucho, el nombre de la ciudad o poblado donde ocurrió el hecho. Detalles como el nombre de la calle o la colonia no aparecen o se pierden en la tediosa narración.
¿De qué le sirve a la audiencia un contenido de ese tipo? Si al menos las imágenes –casi siempre tomadas de las redes sociales– se completaran con el trabajo de un reportero, que ofrezca contexto, que entreviste a las autoridades y a los vecinos del lugar y que procure algún tipo de consecuencia positiva para la sociedad, podrían tener alguna utilidad. Pero, así en crudo, ¿de qué sirven?
Probablemente tengan un efecto contraproducente. Para un joven que se pasa cuatro horas en el transporte público, a fin de cumplir con una jornada laboral mal pagada, quizá esas imágenes lo pongan a pesar que es más fácil ganarse la vida buscando peatones incautos para despojarlos de sus pertenencias.
Y no, no se trata de censurar la realidad y excluir la nota roja de los noticiarios, sino dejar de normalizar la violencia que se está apoderando de las calles.
Por desgracia, muchos noticiarios son presa de tomadores de decisiones editoriales flojos y poco creativos, que escudriñan las redes sociales en busca de morbo.
La transmisión, sin contexto, de imágenes de delitos –sobre todo cuando éstos no tienen ninguna consecuencia para el infractor– no contribuye a la toma de conciencia de los ciudadanos ni fortalece el Estado de derecho, sino que crea la sensación de que no se puede hacer nada al respecto, que las personas respetuosas de la ley están indefensas.
Alguien dirá que la difusión de imágenes de cámaras privadas de videovigilancia o de capturas de celular puede contribuir a que las autoridades detengan a los presuntos responsables de los delitos. Desde luego, es posible y en algunos casos ha sucedido, pero casi nunca se realiza ese seguimiento periodístico.
La labor de los medios debe afinarse. Ofrecer un torrente de imágenes descontextualizadas no es informar. Y en este caso puede contribuir a los propósitos de quienes quieren ver a una ciudadanía desarticulada, desmovilizada y temerosa.