Por José Elías Romero Apis
Esta no es una reflexión sobre policías y ladrones, sino sobre políticos y burócratas. Según José Ortega y Gasset, la política es lo que se hace desde el Estado por una sociedad.
Según nosotros, lo que se hace para una sociedad desde fuera del Estado es negocio o es filantropía. Lo que se hace para el Estado desde el propio gobierno, es burocracia. Esas acciones comerciales, filantrópicas o burocráticas podrán ser buenas o malas, pero no son de naturaleza política.
Pero el título me sirve para explicarme con pocas palabras. A lo largo de la vida he visto que los diversos gobiernos cambian el color de sus patrullas. Esto podría ser bueno o malo, dependiendo del motivo y de la intención.
Puede ser el buen deseo de cambiar la apariencia, aprovechando el obligatorio mantenimiento. Puede ser que se busque medrar con el contrato cromático. Puede ser que la ignorancia los haga pensar que con eso mejorará la seguridad. Puede ser que el cinismo les haga creer que nos pueden engañar. O puede ser que su vanidad los invite a que sus patrullas no sean iguales que las de su antecesor.
Pero lo grave para nosotros no es que se equivoquen de color ni que presuman de estetas ni que roben con un contrato, sino que las patrullas blancas, negras, azules o verdes de los diversos sexenios no nos han servido para vivir con paz, con tranquilidad y con seguridad. Y todo ello es porque lo malo de la seguridad mexicana no es el color de nuestras patrullas, sino la falta de una política de seguridad que sea eficaz y eficiente.
Es como querer mejorar las instituciones porque les cambiemos el nombre o la dependencia de adscripción, así como hemos soñado durante 25 años que mejoraremos de país nada más porque cambiemos de partido.
Y es que nuestros principales problemas estructurales devienen de una transexenal falta de políticas públicas. No hemos tenido una política de seguridad ni una política de migración ni una política de corrupción ni muchas otras. Sin embargo, casi siempre y con pocas excepciones, hemos tenido una política económica, una política de desarrollo infraestructural y una política de bienestar social. Por eso tenemos un país con una buena economía, con una buena infraestructura y con unas buenas salud y educación. Por lo menos así lo ha sido y así lo espero para el futuro.
No se diga que hemos tenido como excelentes nuestra política exterior, nuestra política de institucionalidad militar y nuestra política de participación política.
Pero no deja de preocupar la engañifa de que con mejorar al Estado o al gobierno se mejora a la sociedad o a los ciudadanos. Nada más equivocado o más mentiroso. Porque de nada nos sirve un ahorro en medicamentos para que se beneficie la Secretaría de Salud o una reforma eléctrica para que se fortalezca la CFE o una autonomía de facto para la comodidad de Pemex.
Esa concepción del Estado y de la sociedad es más que riesgosa porque el perfeccionamiento político dentro de las democracias se sustenta en lo que podríamos llamar la ecuación de las retribuciones. El teorema es muy complejo, pero lo podemos simplificar con unas preguntas.
¿Qué le debemos mi familia y yo a nuestros sucesivos gobiernos? ¿Le debemos nuestro empleo, nuestra educación, nuestra salud, nuestra casa, nuestro auto, nuestro vestido, nuestra comida o nuestras diversiones? ¿Y, a su vez, qué nos debe nuestro gobierno a nosotros?
Si ambos nos hemos dado mucho, están a salvo los principios, los derechos, las instituciones, los gobernantes y los gobernados. Si ambos nos hemos dado poco, tengamos cuidado del peligro que enfrentarán la gobernabilidad, la democracia y la estabilidad. Si yo le debo mucho a mi gobierno, lo menos que puedo hacer es respetarlo. Si el gobierno me debe mucho, lo menos que puede hacer es atenderme. Pero, si no nos debemos nada, no quiero ni pensarlo.
No vaya a ser que el único saldo de nuestra cuenta política sea el color de las patrullas.