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martes 23 de abril de 2024

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Arqueosauros

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La Insurgencia en Texas

Por Ramón Williamson Bosque

Al iniciar el siglo XIX, el territorio texano estaba escasamente poblado y San Antonio de Béjar, con su misión y presidio, concentraba a los pocos habitantes de esa región septentrional de la Nueva España. Próximas estaban las misiones en la ribera del río San Antonio, más al oriente había otras pocas  y contados presidios en los ríos Guadalupe, Colorado, Brazos, Trinidad, Neches y Sabine; sin embargo, casi todos abandonados, los asentamientos de relativa importancia se ubicaban en Bahía y Nacogdoches. Por el otro lado, al oeste y noroeste de Béjar, se extendían planicies habitadas por grupos de comanches, aborígenes errantes no sometidos, cuyos ataques constantes a pequeños poblados, era un reclamo manifiesto por la posesión de sus tierras.

En Béjar, residían las autoridades civiles y eclesiásticas, de la dilatada provincia; así, como las fuerzas militares defensoras de la soberanía de la Corona de España. Prestas a contrarrestar las agresiones de los salvajes nativos y repeler las incursiones francesas, procedentes de la Luisiana.

En cuanto al aspecto económico, los texanos aprovechaban poco la explotación de recursos naturales, su educación era precaria y la elaboración de sus manufacturas muy rudimentaria, casi limitada a la escasa materia prima aprovechable, como la curtiduría de pieles; pues, la ganadería era la principal actividad económica de esa provincia. Ahí, llegaban los productos agrícolas cosechados en el Nuevo Reino de León, Nuevo Santander y Coahuila; a la vez, comerciaban con los habitantes de la Luisiana, en donde desembarcaban mercancías americanas y europeas. Las tres arriba mencionadas y Texas constituían las Provincias Internas de Oriente y su Comandante General  residía en Chihuahua, con facultades semejantes a las del virrey. En San Antonio de Béjar, para su gobierno interior, existía un cabildo de dos alcaldes, un procurador y seis regidores. Bahía y Nacogdoches eran administrados por sus respectivos tenientes de gobernador y las misiones por un cabo de escuadra.

En 1800, mediante el Tratado de San Ildefonso, España cedió la Luisiana a Francia y tres años después, Napoleón la vendió a Estados Unidos. Entonces, el rey Carlos IV, expidió un decreto para que sus súbditos residentes en la Luisiana, muchos de ellos de origen extranjero, pasasen a sus dominios con sus pertenencias; sólo, se les exigía buena conducta y profesar la religión católica. De ese modo, se abrió una puerta a las provincias internas de oriente, principalmente, a Texas para poblarse con gente nueva. Sin embargo, la disposición fue aprovechada tanto por europeos, como por angloamericanos y el comandante Nemesio Salcedo, de tradición militar, nacido en Bilbao, trató de restringir esa corriente migratoria, pues palpó las ambiciones de la nación norteamericana.

En 1801, llegó al conocimiento de la Comandancia General de las Provincias Internas el atrevimiento que hacía un irlandés, Felipe Nolan, llamado el hombre sin patria, de penetrar a territorio texano a coger ganado mesteño y de establecerse en las márgenes del río Colorado. Salcedo mandó cuatrocientos presidiales para castigar el abuso del extranjero, a quien se localizó y se pidió su rendición; sin embargo, Nolan opuso resistencia, pero fue abatido y quedó muerto con otros compañeros. Los sobrevivientes intrusos fueron hechos prisioneros y enviados a Chihuahua, para juzgarlos, de acuerdo a la ley. Otro forastero, el coronel Aarón Burr, político demócrata, quien fue el tercer vicepresidente de Estados Unidos, pretendió hacer una intromisión semejante, en 1804. Pero, España protestó al Presidente de la Federación Americana y fijó su atención en la provincia de Texas.

Al respecto, el Dr. Regino F. Ramón, en su Historia General del Estado de Coahuila citó que en ciudades estadounidenses del norte “se organizaban, descaradamente, expediciones filibusteras y en Nueva Orleans, se prodigaban el dinero, las armas y municiones para fomentar o producir la insurrección de las colonias latinoamericanas, con el diabólico fin de arrebatarles sus feraces y extensos territorios, con el carácter de anexión….”.

 El gobierno novohispano se alarmó, en 1805 cambiaron a don Antonio Cordero, gobernador de Coahuila a Texas, en forma interina y en 1806, se dio la orden de reunir en Béjar, mil quinientos hombres de las milicias de Nuevo Santander y del Nuevo Reino de León. Se mandaron destacamentos a Nacogdoches, Atascoso y a los ríos Trinidad, San Marcos, Colorado y Guadalupe. Se reedificó el fuerte de los Adaes, abandonado desde 1763, supuesta antigua división entre las posesiones española y francesa. Herrera avanzó a los Adaes, para defender las pertenencias de España; por otro lado, el General James Wilkinson y el gobernador William C.C. Claiborne, para salvaguardar las estadounidenses. El primero ha sido calificado como el personaje más despreciable en la historia norteamericana y el segundo fue el primer gobernador de la Luisiana. Wilkinson advirtió a Herrera que su intención, solamente, era cuidar el patrimonio de su patria, no invadir Texas; ambos firmaron un convenio de intereses mutuos, para respetar sus territorios respectivos, el mismo año de 1806. Ahí, fijaron un territorio neutral que, posteriormente, se convirtió en un área sin ley, guarida de malhechores y asaltantes.

En 1808, Napoleón invadió España y provocó levantamientos en las colonias de América. Texas fue considerada una de las regiones hispanas más vulnerables y el emperador envió un emisario, Octaviano D´Alvimar, quien entró por Nacogdoches, portaba una nota dirigida al gobernador Cordero, solicitando permiso para continuar su viaje a la capital del virreinato. Pero, se le negó, fue arrestado y enviado al virrey; sin embargo, en su paso por Dolores, pudo comunicarse con el cura Miguel Hidalgo, a quien le comentó las ventajas de una revolución de independencia. Luego, Cordero volvió a Coahuila y Nemesio Salcedo envió a su sobrino Manuel María Salcedo a gobernar Texas.

A fines de agosto de 1810, de Sevilla, se recibió una copia de la convocatoria expedida por la junta que gobernaba España, para que cada provincia designara un diputado nombrado por el ayuntamiento de la capital respectiva. Monclova no lo hizo, pero Miguel Ramos Arizpe llegó a Saltillo, con título de doctor en leyes, recién obtenido y él mismo convenció a los munícipes saltillenses, que ellos expidieran ese nombramiento e influyó para que recayese en su misma persona, designación que logró. Ya con su credencial de diputado, Ramos Arizpe fue instruido para promover una serie de mejoras para Saltillo, inclusive conseguirle el título de ciudad, sin preocuparse tanto por otras del estado.

La feria de Saltillo empezó el 23 de septiembre de 1810, de todos rumbos llegaban agricultores, ganaderos, comerciantes, fabricantes de textiles y aguardientes, para intercambiar aceites, granos, cereales, manteca, pieles, semovientes, carne seca, géneros, vinos, licores, pacas de lana y algodón, entre otras vituallas. La afluencia de gente era extraordinaria, los mesones se llenaron, en casas particulares se dio alojamiento, así también en atrios de iglesias y plazas públicas.

En ese tumulto, se encontraba el gobernador de Coahuila, el coronel Antonio Cordero y el obispo de Linares, don Primo Feliciano Marín de Porras. Desde los inicios de la feria, corrió el rumor de un levantamiento encabezado por el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo. Inmediatamente, Cordero comunicó a los comandantes de las compañías presidiales de Monclova, La Babia, Aguaverde, San Vicente y San Juan Bautista de Río Grande, que alistasen sus tropas para marchar a San Luis Potosí y ponerlas a las órdenes del coronel Félix María Calleja, con el propósito de combatir a los sublevados. Al día siguiente, el capitán Bruno Barrera llegó de Monterrey, con instrucciones de reunir a todos los soldados presidiales del Nuevo Reino de León, que hubiera en la feria. Todas esas tropas y algunas de Nuevo Santander se prepararon para marchar a San Luis, al frente iba el capitán Pedro de Herrera. El gobernador del Nuevo Reino de León, Manuel de Santa María se trasladó a Saltillo para conferenciar con Cordero.

Por su parte, el obispo Marín de Porras lanzó una carta pastoral en Saltillo, para excomulgar a toda persona que prestase ayuda a los insurgentes. Con anticipación, había dirigido una circular a los curas de sus diócesis, para que hiciesen saber a sus feligreses, la solicitud de la junta suprema gubernativa de España, para un empréstito destinado a liberar de problemas a los monarcas hispanos, a depositarse en las cajas reales de Saltillo y con pago de intereses anuales.              

No obstante, esas no fueron barreras para calmar las inquietudes de insurrección y el estallido se extendió a las provincias del norte. El ímpetu de liberación cundió en Nuevo Santander  y pasó a Texas. A finales de 1810, el gobernador de Texas, Manuel María de Salcedo descubrió dos adeptos a la insurgencia, militantes en sus tropas, los tenientes Francisco Ignacio Escamilla y Antonio Sáenz, a quienes mandó encarcelar en la misión de San Antonio de Valero. Consciente que las autoridades virreinales no podían disponer de tropas para proteger Texas, trató de reunir a toda su gente para sofocar cualquier rebelión en la región de Río Grande, en enero de 1811.

Entre otros historiadores, don Vito Alessio Robles y el Dr. Regino F. Ramón señalan el levantamiento de Juan Bautista Casas, al asumir la jefatura de la milicia de San Antonio de Béjar, apoyándose en cuatro sargentos y un grupo de soldados, para fraguar un plan de rebelión. Casas aprehendió al gobernador Salcedo y al jefe de armas, coronel Simón de Herrera, la madrugada del 21 de enero de 1811. Ordenó ponerles grillos y los envió presos a Monclova, plaza recién ocupada por el gobernador insurgente Pedro Aranda.

Los insurrectos de ese primer brote en Texas proclamaron a Casas como Jefe del Gobierno Provisional; en seguida, se ordenó la confiscación de los bienes a los españoles residentes. Luego, Sáenz fue enviado a tomar Nacogdoches, con ochenta hombres; ahí, llegaron el 1 de febrero, arrestaron gachupines, confiscaron sus pertenencias y establecieron un gobierno provisional. Sin embargo, Casas supo del hurto de parte de la riqueza confiscada y arrestó a Sáenz; éste se sintió despreciado al no reconocérsele su golpe exitoso en Nacogdoches y trató de adherirse al grupo realista, nuevamente.

 En Saltillo, Ignacio Allende había nombrado al abogado Ignacio Aldama, embajador ante el gobierno de Estados Unidos, para pedir auxilios y solicitar un buen recibimiento para los insurgentes en ese país. Le designaron de acompañante a fray Juan Salazar, como su secretario. Ellos llegaron a San Antonio de Béjar, con un séquito, dinero y barras de plata, para comprar armamento, cuando Casas gobernaba Texas.  

Pero, el subdiácono José María Zambrano inició el rumor de que Aldama era un emisario de Napoleón, para desprestigiarlo. A la vez, reunió a cinco partidarios en su casa, el 1 de marzo, y resolvió dar un golpe contrarrevolucionario, esa misma noche. Los conjurados se posesionaron de las partidas militares; en la madrugada, ya tenían presos a Casas, Aldama y su gente.

Después, acordaron convocar a los vecinos para nombrar una junta de gobierno; ésta se instaló con once vocales, bajo la presidencia de Zambrano. Se prestó juramento de defender los derechos de Fernando VII y de la dinastía de los Borbón. Al respecto, el Dr. Ramón afirma que fueron sacados del cuartel el licenciado don Ignacio Aldama, el padre Juan Salazar, el capitán Juan Bautista Casas y otros dos presos más, quienes bien engrillados fueron conducidos a Monclova. Así, volvió a imponerse el realismo en Texas.

Empero, para los realistas prisioneros en Monclova, se constituyó una corte marcial que los juzgó traidores. Casas fue degradado, fusilado por la espalda y decapitado, el 3 de agosto de 1811. Su cuerpo fue sepultado en Monclova y su cabeza se mandó en sal a San Antonio de Béjar, donde se expuso públicamente, como escarmiento para los sublevados y reafirmación de la restauración del gobierno virreinal en la provincia texana.

Estos personajes vivieron días de inestabilidad política y seguramente, dudaron actuar en beneficio de sus propios intereses o del bien común. El haber tomado la decisión de luchar por la independencia de su suelo, les costó vivir con sufrimiento sus últimos días.

Por eso, Tamaulipas, origen de Juan Bautista Casas con orgullo cambió el nombre al municipio donde nació; ahí estaba la villa de Croix fundada cuando regía el virrey Teodoro de Croix, pero por decreto promulgado por el gobernador de ese estado, Lucas Fernández, el 31 de octubre de 1827, cambió al actual. Igualmente, su escudo municipal ostenta el nombre de ese prócer independentista y al visitante cuando llega a esa comunidad, se le anuncia que llega a Casas.

Empero, en el lugar de su ejecución, Monclova, sólo se pretendió colocar su nombre completo en un monumento, frente al lugar donde fue fusilado. Fue durante la gestión administrativa del Sr. Melchor Sánchez de la Fuente, cuando se enlistaron los nombres de los héroes ejecutados en Monclova; se entregó la lista solicitada, pero, no se supervisó la ejecución de la obra. Por eso, en la Plaza Aldama están esas columnas y la correspondiente a este prohombre dice Juan Bautista C.    

Al analizar ese movimiento de insurrección, observamos que tuvo una respuesta rápida y una duración efímera.  Esa provincia seguía muy lejos de las autoridades virreinales, estaba poco comunicada y poblada; a la vez, las intromisiones extranjeras eran más frecuentes y nutridas. Esto hacía que ese territorio fuera perdiendo sus sentimientos de hispanidad. Posteriormente, sucedieron otros episodios en esa superficie muy codiciada por inmigrantes forasteros, que pronto, motivaron su independencia; para luego, ser presa de un llamado destino manifiesto del país vecino, otro capítulo de la Historia. Ramón Williamson Bosque             Cronista de Monclova

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