(segunda y última parte)
A principios de la década de los cuarentas, la ciudad tenía una vida muy rutinaria. Las amas de casa se levantaban temprano a barrer la parte de la calle que les correspondía, ya que de lo contrario pasaba el “empleado” que así le decían al policía o gendarme y les aplicaba una multa. Pasaba también el lechero y más temprano el vendedor de menudo o “café de hueso” y el popular “Tatemán” que con un cajón jabonero repleto de sabrosa barbacoa, cargado al hombro, corría literalmente por las calles de la pequeña población, vendiendo su producto que por igual compraban pobres y ricos. Los gritos de los pregoneros se hacían escuchar durante todo el día, como el del aguador que vendía agua delgada del “Puerto del Carmen” o de “Bocatoche”, o el de los arrieros que surtían la leña para aquellas grandes estufas de hierro donde se preparaba la comida.
La población también era “de olores”. Si uno deambulaba entre tres y cuatro de la tarde por el cruce de las calles Hidalgo y Miguel Blanco, percibía inmediatamente una mezcla de deliciosos aromas que lo envolvían, aromas provenientes de las carnicerías que recién sacaban los deliciosos chicharrones de res y de las panaderías localizadas por ese rumbo, como “La Ideal” de don Julio Barajas o la del popular Pedrito que preparaba el mejor pan blanco de la ciudad.
Esta zona era una área comercial muy importante. Ahí estaban, por ejemplo, las carnicerías que anunciaban su producto con una banderola roja colocada en la puerta del establecimiento. En ellas se vendía “carne chica” (cabra, borrego o cerdo) y “carne grande” de res y se la surtían colgada de una pita de agave. En el ramo de la carne destacó siempre la familia Villarreal, encabezada por el muy conocido don Carito.
Ahí mismo se ubicaban las fruterías y las tiendas de mercancías en general. Una muy conocida era la de don Rodrigo Valdés Quintero, en la cual era posible encontrar desde un excelente chorizo, hasta un acordeón. Recuerdo que en esa tienda era donde me surtía de anzuelos para pescar, de trompos, baleros y canicas.
Casi frente a este establecimiento estaba la tienda de don Jesús Barrera, quien expendía embutidos de muy buena calidad y vinos importados. Don Jesús fue quien introdujo en la región el cultivo del melón amarillo que aquí no se conocía.
Como en todas partes, también en Monclova había cantinas y las más populares se localizaban al rededor de la plaza principal o en sus calles adyacentes. Cantineros muy famosos fueron, por ejemplo, don Jesús García, mejor conocido por “la Comadre Chita”, Benito Zertuche, el señor Rodríguez Alarcón, “El Cácaro” Abrego, y Luis Castro quien fue, además, un gran promotor social.
Monclova tenía sus centros sociales donde se reunía la “gente bien”, la gente de recursos y su acceso se impedía a la clase popular. Existían algunos clubes casi siempre integrados por mujeres que se encargaban de organizar bailes u otro tipo de festejos en el Casino de la ciudad. Había otra clase de diversiones como los acostumbrados días de campo que se organizaban por el rumbo de “el Conejo”, precioso lugar ubicado al sur de la población y a la vera del río. Estos paseos no eran privativos de una clase social, sino que en ellos podían participar todos los habitantes que así lo desearan. Había un teatro en la Plaza de Armas, a un lado de la Presidencia Municipal que de cuando en cuando ofrecía funciones organizadas por grupos de aficionados, pero en algunas ocasiones se vestía de gala cuando figuras como Esperanza Iris, incluía a Monclova dentro de sus frecuentes giras por el país. Este teatro llamado Teatro Hidalgo, debido a que fue construido a principios de siglo, en el espacio que ocupó una pequeña capilla castrense conocida como “La Purísima”, donde según algún historiador, estuvo prisionero el Cura Hidalgo, al paso del tiempo se convirtió en cine, el primero que tuvo Monclova.
Desde siempre la población contó con una plaza de toros. Una de ellas la llamada Plaza de Toros “San Miguel”, se localizaba al final del extremo poniente de la Alameda, y otra, posterior, llamada Rodolfo Gaona, construida de adobe y madera, cuya entrada estaba situada por la calle Hidalgo, a unos pasos de la de la Fuente. En estas pequeñas plazas se daban festejos casi siempre con aficionados locales y de lugares cercanos, pero también con toreros reconocidos como los famosos hermanos Rodarte de San Buenaventura, durante las ferias en honor de los patrones de la población.
La Plaza Principal o Plaza de Armas, sin duda, siempre fue el más importante centro de reunión de la población. En 1906 el Presidente Cerna, la dotó de un hermoso kiosco de hierro forjado, en el cual se instalaba la banda municipal, dirigida por el maestro don Anastacio Luna Tesillos, para ofrecer las noches de los jueves y domingos, las acostumbradas serenatas. La plaza contaba con dos andadores que la circundaban. Por el interior caminaban en un sentido las mujeres y por el exterior lo hacían los hombres en sentido contrario. Esto propiciaba que se pudieran dar las miradas furtivas y los coqueteos que no en pocas ocasiones terminaban en romances.
La Parroquia de Santiago, ubicada al lado norte de la plaza, en el mismo sitio que le fue asignado por el Gral. Alonso de León, según se desprende del texto del auto de fundación firmado el 12 de agosto de 1689, fue, durante mucho tiempo, el lugar de congregación de los católicos monclovenses, aunque en honor a la verdad, la mayor parte de la feligresía estaba formada por mujeres. La población masculina siempre fue un tanto reacia a participar en las actividades religiosas. Aparte de la Parroquia cuyo titular durante buena parte de la década de los treintas y de la de los cuarentas del siglo XX, fue don Román Blanco, Monclova solamente contaba con otros dos centros católicos: la Ermita de Zapopan y la Iglesia de San Francisco de Asis, construidos ambos alrededor de 1700.
A principios de los cuarentas del siglo XX, Monclova era una población que subsistía gracias al tesón de sus habitantes. No faltaba la comida pero el pueblo estaba lleno de carencias. El agua de Monclova siempre ha sido una de las más gruesas del país, de ahí que las enfermedades renales abundaran en la zona. Había para quien pudiera comprarla, el agua proveniente de Bocatoche o del Puerto del Carmen, líquidos más potables pero caros. El amole, una planta saponífera de la región ahora extinguida, permitía que los monclovenses se pudieran lavar la cabeza con el agua gruesa de que disponían, pues hacía las veces del shampoo, ahora tan común.
Monclova se comunicaba con Villa Frontera mediante un camino de terracería. Se contaba también con el ya citado tranvía que llegaba hasta la estación de ferrocarril. Este tranvía estaba dividido en dos secciones; una que salía de la Fábrica de Hilados y Tejidos “La Buena Fe”, ubicada junto al río al sur de la población y recorría las calles Hinojosa, parte de la Juárez y entraba a la plaza por la Hidalgo. En el cruce de las calles Hidalgo y de la Fuente, existía un torno que giraba los vehículos para regresarlos a su punto de partida.
De la plaza salía otra rama del tranvía que llegaba hasta la Estación Monclova del ferrocarril. Esta parte del peculiar sistema de transporte, tenía sus vías tendidas por un lado de la Logia y su trayecto seguía por un costado de la Alameda, por toda la calle Juárez, pasaba por la falda de la Loma de la Bartola y llegaba hasta la estación. Una espuela tendida de la vía principal hacia el Panteón de Guadalupe, permitía transportar los cadáveres a su última morada, de las personas que fallecían en la población. Cuando “había muerto” solamente era cuestión de agregar el coche carroza.
Monclova estaba comunicada hacia el norte y hacia el sur por el ferrocarril. Un ramal permitía la comunicación con las poblaciones situadas al poniente de la ciudad y otro más, este de vía angosta, permitía acarrear la producción del mineral de Pánuco, desde la mina situada al oriente, hasta la estación, donde tenía su base. Existían, además, servicios de telegrafía y telefonía.
Esta descripción “a vuelo de pájaro”, nos puede dar una idea de lo que era nuestro Monclova en los inicios de la década de los cuarentas del siglo pasado, antes de la llegada de AHMSA en 1942. Era una población que subsistía pero no progresaba.
Pero repentinamente algo sucedió que cambió totalmente el rumbo de esta querida comunidad, pero esto es otra historia que habré de contar en otra oportunidad.
Por: Pepe Luna Lastra (QDEP), re-publicación hecho como recuerdo por sus amigos Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha, Luis Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.