Por Pascal Beltrán del Río
Seguridad y justicia: vino nuevo en botellas viejas
Los debates sobre la prisión preventiva oficiosa y la adscripción de la Guardia Nacional se dirimen por la fuerza y no por la razón, me escribió ayer en un mensaje José Elías Romero Apis, abogado constitucionalista y compañero de páginas.
Está en lo cierto. La discusión está en el ámbito de la política. De la mala política, no de la buena. De la política a la que ya nos acostumbramos: aquella en la que se cuenta quién tiene más votos —es decir, más músculo político— y no se sospesa quién tiene los mejores argumentos y los datos más precisos. Lo peor para los ciudadanos es que, pase lo que pase en la Suprema Corte y en el Congreso, México no será más justo ni más seguro.
Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que había cambiado de parecer y que ahora ya no está a favor de que los militares se regresen a sus cuarteles y sí está por que se mantengan en labores de seguridad pública.
Es el mundo al revés. Sus compañeros de aventura política, que, hasta hace muy poco, alegaban, como él, que era perniciosa la militarización de la seguridad pública, ahora están todos de acuerdo con él, otra vez, aunque sea en lo contrario.
Lo único que prueba eso es que se puede recorrer el territorio nacional completo, incluso varias veces, y no saber lo que sucede en él. No es lo mismo ir de pueblo en pueblo y de colonia en colonia repitiendo mecánicamente un discurso, que preguntarle a la gente qué necesita y qué se puede hacer para mejorar su vida.
En su larguísima campaña, López Obrador notó que había un país irritado, pero —ahora está claro— no entendió lo que le pasaba ni cómo se atenuaban los males, y hoy probablemente tampoco lo sepa.
La participación de soldados y marinos en tareas de seguridad pública siempre fue un atajo para un problema complejo. Debía ser temporal, en el peor de los casos. Una solución de paso, mientras se organizaban cuerpos policiacos locales, municipales y estatales, profesionales y competentes. Pero eso ya llegó para quedarse.
El argumento es que las Fuerzas Armadas son la única institución del país donde no hay corrupción. Por esa razón, ahora se ocupan de todo: construyen aeropuertos y ferrocarriles, custodian pipas de combustible, remodelan hospitales, administran puertos, distribuyen medicinas y fertilizantes, entregan recursos de programas sociales y se encargan de la seguridad pública, entre otras cosas. Es una razón bastante endeble, porque sus integrantes son hombres y mujeres, como usted y como yo, con las mismas virtudes y debilidades, los mismos aciertos y falencias, no son súper héroes. Y los tienen haciendo tareas para las que no están adiestrados, en lugar de crear capacidades civiles en todos esos ámbitos.
El Presidente ha llamado a que no haya “poltiquería” en el debate sobre la adscripción de la Guardia Nacional. Quiero entender que se refiere a que la seguridad pública se defina mediante una política de Estado. Si es así, está bien, pero ¿cuándo ha convocado a los partidos a construir un acuerdo nacional? Acaba de mandar una iniciativa en la que se viola la Constitución —no hay que tener muchas luces para advertirlo— y pretende que se apruebe automáticamente, sin discusión.
Ayer se le ocurrió que el asunto sea materia de una consulta popular, como si los ciudadanos de a pie fuéramos expertos en el tema y supiéramos qué conviene más: si un cuerpo de seguridad pública civil o uno castrense. Más espectáculo, que no resuelve la inseguridad que padecemos.
Al final, eso es lo único que debiera importar: cómo tener un país en paz. Un país en el que salir a caminar, ir al trabajo, sentarse a comer en un restaurante, quedarse platicando en la calle o ir al banco no fueran actividades de alto riesgo, como evidentemente lo son ahora.
¿Qué va a cambiar, para bien de los gobernados, que la Guardia Nacional dependa de la Sedena? Además de un merequetengue administrativo y un riesgo para los derechos humanos, nada. Será la misma política con idénticos resultados.
Eso sí es, como dice él, envasar vino nuevo en botellas viejas.