La actividad humana ha dañado esta capa protectora de la estratosfera y, aunque la salud de la capa de ozono ha mejorado, aún queda mucho por hacer.
National Geographic Latinoamérica
En los últimos 30 años el ser humano ha avanzado en la detención del daño a la capa de ozono al frenar el uso de ciertas sustancias químicas, pero aún queda mucho por hacer para proteger y restaurar el escudo atmosférico que se encuentra en la estratosfera, entre 15 y 30 kilómetros por encima de la superficie de la Tierra.
¿Qué es el ozono?
El ozono atmosférico absorbe la radiación ultravioleta (UV) del sol, especialmente los dañinos rayos UVB. La exposición a la radiación UVB está relacionada con un mayor riesgo de cáncer de piel y cataratas, así como con daños en las plantas y los ecosistemas marinos. El ozono atmosférico se denomina a veces ozono «bueno», por su función protectora, y no debe confundirse con el ozono «malo» troposférico, o a nivel del suelo, un componente clave de la contaminación atmosférica que está relacionado con las enfermedades respiratorias.
El ozono (O3) es un gas muy reactivo cuyas moléculas están formadas por tres átomos de oxígeno. Su concentración en la atmósfera fluctúa de forma natural en función de las estaciones y las latitudes, pero en general era estable cuando se empezaron a realizar mediciones globales en 1957. Las investigaciones pioneras de los años 70 y 80 revelaron signos de problemas.
La preocupación internacional por la destrucción de la capa de ozono
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) eligió el 16 de septiembre como fecha para la lucha por la protección de la capa de ozono en honor a la firma de este exitoso pacto mundial, convertido en uno de los acuerdos ambientales más importantes a nivel internacional.
“Gracias al Protocolo de Montreal, la capa de ozono se está recuperando y se espera que vuelva a los valores anteriores a 1980 para mediados de siglo”, afirma la ONU. “En apoyo al Protocolo, la Enmienda de Kigali, que entró en vigor en 2019, trabajará para reducir los hidrofluorocarbonos (HFC), gases de efecto invernadero con un gran potencial de calentamiento climático y dañinos para el medio ambiente”.
La amenaza del ozono y el «agujero»
En 1974, Mario Molina y Sherwood Rowland, dos químicos de la Universidad de California en Irvine (Estados Unidos), publicaron un artículo en Nature en el que detallaban las amenazas que suponían para la capa de ozono los gases clorofluorocarbonos (CFC). En aquella época, los CFC se utilizaban habitualmente en aerosoles y como refrigerantes en muchos frigoríficos. Al llegar a la estratosfera, los rayos UV del sol descomponen los CFC en sustancias que incluyen el cloro.
La innovadora investigación, por la que se les concedió el Premio Nobel de Química en 1995, concluyó que la atmósfera tenía una «capacidad finita de absorción de átomos de cloro» en la estratosfera.
Según la Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE. UU., un átomo de cloro puede destruir más de 100 000 moléculas de ozono y erradicar el ozono con mucha más rapidez de la que puede reemplazarse.
El trabajo de Molina y Rowland recibió una sorprendente confirmación en 1985, cuando un equipo de científicos ingleses descubrió un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida que posteriormente se relacionó con los CFC. El «agujero» es en realidad una zona de la estratosfera con concentraciones extremadamente bajas de ozono que se repite cada año al comienzo de la primavera del hemisferio sur (de agosto a octubre). La primavera trae consigo la luz del sol, que libera cloro en las nubes estratosféricas.
El aerosol de las latas contiene a veces sustancias que agotan la capa de ozono, llamadas clorofluorocarbonos o CFC.
La situación actual de la capa de ozono
El reconocimiento de los efectos nocivos de los CFC y otras sustancias que agotan la capa de ozono condujo a la firma del Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono en 1987, un acuerdo histórico para la eliminación de estas sustancias que ha sido ratificado por los 197 países miembros de la ONU. Sin el pacto, en Estados Unidos se habrían producido 280 millones de casos más de cáncer de piel, 1.5 millones de muertes por esta causa y 45 millones de cataratas, y el mundo sería al menos un 25 % más caluroso.
Más de 30 años después del Protocolo de Montreal, los científicos de la NASA documentaron la primera prueba directa de que el ozono de la Antártida se está recuperando gracias a la eliminación de los CFC: En 2019, el agotamiento del ozono en la región había disminuido un 20 % desde 2005. Y a finales de 2018, las Naciones Unidas confirmaron en una evaluación científica que la capa de ozono se está recuperando, y preveían que se sobrepondría completamente en el hemisferio norte (no polar) para la década de 2030, seguido por el hemisferio sur en la década de 2050 y las regiones polares para 2060.
La supervisión de la capa de ozono continúa aunque se sospecha que quizá la recuperación no avance tan bien como se esperaba. Un estudio de principios de 2018 descubrió que el ozono en la estratosfera inferior ha disminuido inesperada e inexplicablemente desde 1998, mientras que otro señalaba posibles infracciones en curso del pacto de Montreal.
El mundo aún no ha ajustado cuentas con los gases nocivos de los refrigerantes. Siguen utilizándose algunos hidroclorofluorocarbonos (HCFC), sustitutos transitorios menos dañinos pero que siguen siendo perjudiciales para el ozono. Los países en desarrollo necesitan financiación del Fondo Multilateral del Protocolo de Montreal para eliminar el más utilizado de ellos, el refrigerante R-22. La siguiente generación de refrigerantes, los hidrofluorocarbonos (HFC), no agotan el ozono, pero son potentes gases de efecto invernadero que atrapan el calor, contribuyendo al cambio climático.
Aunque los HFC representan una pequeña fracción de las emisiones en comparación con el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, su efecto de calentamiento del planeta provocó una adición al Protocolo de Montreal, la Enmienda de Kigali, en 2016. Este último documento, que entró en vigor en enero de 2019, pretende reducir el uso de los HFC en más de un 80 % en las próximas tres décadas. Mientras tanto, las empresas y los científicos trabajan en alternativas respetuosas con el clima, como nuevos refrigerantes y tecnologías que reduzcan o eliminen la dependencia de los productos químicos.
El 5 de septiembre de 2010 se publicó una primera versión de este artículo que ha sido actualizado el 30 de mayo de 2022 a partir de una versión en inglés publicada en nationalgeographic.com.