Esta historia me parece haberla escuchado en otra parte, pero según la señora, María Cristina Armendáriz, ocurrió en Monclova cerca del año de 1833, cuando el Cólera Asesino, azoto gran parte del continente y nuestro país no quedo exento.
Según relata María Cristina, el cólera había provocado miles de muertes en todo el estado y tan solo en la región centro, los cementerios se vieron repletos por lo que varios de estos, fueron cerrados para después abrir lo que ahora se conocer como El Panteón Guadalupe.
El párroco de la iglesia Santiago Apóstol recorría los hogares en donde se encontraban las víctimas de la mortal pandemia para darles los santos oleos y posteriormente, colocaba una marca en la puerta.
Dicha señal, indicaba a los trabajadores del cementerio que en ese lugar había una persona fallecida y al llegar la noche, ingresaban a la habitación, tomaban el cuerpo y lo subían a la carroza de la muerte que se encargaba de trasladarlo al cementerio.
Grandes zanjas fueron abiertas y los cadáveres eran arrojados para después ser cubiertos con tierra sin ninguna medida precautoria de higiene.
En una de las casas más humildes, una viuda había sido contagiada y sus días se encontraban contados, pero aun así, ella se esmeraba en cuidar a sus dos hijos menores a quienes poco a poco preparaba para su partida.
Una tarde de junio, el padre Francisco Soberón coloco la marca de la muerte en la puerta de la casa mientras que los dos pequeños lloraban la pérdida de su mamá quien los había dejado en la orfandad.
La carroza de la muerte realizo la lúgubre marcha por las calles de la ciudad para recoger los cadáveres y finalmente, se llevaron el cuerpo de la viuda la cual fue trasladada hasta el panteón real en donde actualmente se encuentra la escuela El Socorro.
Varios cuerpos fueron arrojados en la fosa pero los empleados de la funeraria la dejaron abierta debido a que la noche los había cobijado y las supersticiones impidieron que finalizaran su trabajo.
Mientras tanto, en la vivienda, los dos niños rezaban a Dios por el alma de su madre y pedían ayuda para poder salir adelante ante tan irreparable pérdida, cuando dentro de la tumba, los ojos de la viuda se abrieron repentinamente y con un gran esfuerzo, aventó los cuerpos de los demás muertos para poder salir de su encierro.
Casi a rastras, la mujer llego a su casa y tras tocar la puerta, los dos niños la abrieron y sorprendidos, observaron a su mamá quien había resucitado ante las plegarias de sus hijos a quienes abrazo con fuerza.
El milagro se propago como pólvora en todo el pueblo quienes de inmediato ayudaron a la viuda quien al paso de los años, se curó de tan mortífera enfermedad.