Por Víctor Beltri
Un tsunami que puede encauzarse
¿Por qué seguimos peleando entre nosotros, en vez de pensar en cómo avanzar al siguiente capítulo? Es necesario detenerse, y darnos cuenta del absurdo en el que estamos viviendo. Para planear el México del futuro es necesario, primero, entender qué es lo que ha pasado en los últimos cuatro años, entendiendo que el país nunca volverá a ser como lo era antes.
La situación ha cambiado. El sistema anterior no funcionaba de manera correcta, y su transformación no sólo era necesaria, sino verdaderamente urgente: más allá de los pobres resultados de su gobierno, sus cambios de opinión en lo importante, y la incongruencia entre sus decisiones y las ideas de la campaña, el Presidente siempre tendrá el mérito indiscutible de haber logrado entusiasmar a millones de personas en la búsqueda de una sociedad más justa. El Presidente inició el cambio, y ése será —sin duda— su lugar en la historia.
El cambio ya está en marcha, y ahora es momento de pensar —y planear juntos— hacia dónde habremos de dirigirlo. La transformación fue iniciada por el mandatario, pero el cambio que habremos de sufrir —y la decisión sobre el rumbo que hemos de tomar, a partir de ahora— no puede pertenecerle tan sólo a él, a su movimiento o a sus simpatizantes: la transformación del país en algo mejor, que no necesariamente lo planteado por el Presidente, es una tarea que nos corresponde a todos. Incluso, y sobre todo, a quienes tienen puntos de vista divergentes, pero también intereses compartidos.
La polarización debe terminar. Los partidos políticos son necesarios para ganar las elecciones, pero de nada nos servirá enfrascarnos en otra batalla fratricida si cualquiera de los dos bandos en pugna termina encumbrando a quien prometa ser más despiadado con el adversario. Al contrario: lo ideal sería que quienes resulten candidatos fueran capaces de dialogar entre sí con civilidad, teniendo como prioridad el cese del enfrentamiento.
El Presidente es la antítesis del sistema anterior, y como antítesis su única razón de existir es la destrucción de la tesis, para dar lugar a una síntesis —que a su vez se convertirá en una nueva tesis— y proseguir, así, el proceso de dialéctica que es común a todas las sociedades. En nuestra política, sin embargo, la antítesis sabe que en cuanto la tesis se extinga, también lo hará su razón de ser, y en consecuencia está dispuesta a prolongar esta lucha de contrarios tanto tiempo como sea posible.
La polarización le sirve: el odio en su contra le justifica, y por eso ha identificado a quienes no están de acuerdo con él como adversarios —aunque haya sido él quien haya cambiado de opinión en lo importante— en una falacia de falso dilema que aceptamos con entusiasmo. Quien resulte presidente deberá salirse de la trampa, y lograr la síntesis entre dos sistemas enfrentados entre sí, cuya pugna —si no la detenemos a tiempo— podría prolongarse durante décadas. Como en otros países.
Es necesario fortalecer a los partidos políticos, pero debemos estar conscientes de que la lucha por la democracia tendrá que comenzar, necesariamente, por el fortalecimiento de la ciudadanía. La sociedad está dividida en dos bandos cuyas diferencias parecen irremisibles, aunque el día de hoy, 19 de septiembre, nos recuerda que somos capaces de trabajar en conjunto si tenemos un proyecto en común. La cooperación, y no el enfrentamiento, es la palabra clave para cambiar la situación del México actual y del futuro.
La transformación era necesaria, y tenemos que entender que será imposible regresar al sistema que teníamos en el pasado: quien así lo pretendiera no habría entendido nada de lo que ha sucedido. Ése es, quizás, el mayor riesgo que enfrentamos: el cambio ya está en marcha, y regresar al pasado —por el odio a una persona— sería lo peor que podría ocurrirnos. Es necesario aprovechar la inercia del cambio, y dirigirla por el camino correcto: aunque lo que tengamos enfrente sea un tsunami, si cooperamos entre todos podemos encauzarlo.