En años pasados se ha especulado mucho sobre el famoso tesoro de los Sanchez Navarro. Al iniciar el movimiento de los insurgentes en 1810, los descendientes del cura José Miguel Sanchez Navarro tuvieron que huir del país, y por la premura no hubo tiempo de organizar un transporte seguro para llevarse sus riquezas fuera del país. Por lo tanto, decidieron esconder gran parte de sus riquezas, joyas, oro, plata, y otros valores, en un lugar cercano a su hacienda, la Hacienda de San Ignacio del Paso Tapado (popularmente “El Tapado”), ubicado a 6 km al sur del actual pueblo de Hermanas, Coah., en la orilla occidental del rio Monclova. A través de los años han circulado las siguientes historias:
1918
En octubre de 1918, al término de la 1ª Guerra Mundial, llegaron a Monclova y fueron recibidos por el C. Herculano García, presidente municipal interino. Los extranjeros visitantes, un ingeniero de nacionalidad española, como de 32 años, cuyo nombre hemos perdido y que acompañaba desde Barcelona, España, a un gentil hombre de apellido Navarro, como de 52 años, poseedor entre otras cosas de buena estatura y de brillantes prendas personales, bonachón, y al parecer muy sociable. Ambos se presentaron con el presidente municipal e identificándose con documentos oficiales, de Hacienda y del C. Gobernador del Estado de Coahuila, el Sr. Gustavo Espinoza, por lo que se ordenaba que dieran toda clase de facilidades a los visitantes para el feliz logro de sus propósitos. Don Herculano García puso a disposición de los visitantes 8 mulas conseguidas entre los vecinos de la ciudad, así como un guía, muy conocedor del contorno, de nombre Eligio Pérez.
Tres días después de llegados estos señores se abastecieron de las provisiones necesarias, y al despertar un día espléndido desfilaron hacía donde el sol sale. Hacía media hora habían dejado atrás las últimas casitas del pueblo cuando Navarro preguntó a Don Eligio que si podía mostrarle “La Cueva de los Antiguos”. La respuesta fue que estaban por llegar a ese punto. Al llegar ahí desmontaron, y el ingeniero que acompañaba a Navarro armó un teodolito y después de consultar un croquis muy antiguo que portaba dentro de un tubo de hoja de lata, hicieron funcionar su aparato, verificando con el mayor agrado y meticulosidad anotaciones al parecer muy halagadoras.
Prosiguieron la marcha adentrándose en los cañones, revisando continuamente unos puntos determinados en el croquis sobre las estribaciones del “Cerro de la Gloria”. Al medio día Navarro ordenó se suspendieran la marcha, procediéndose a establecer el campamento a la falda de una loma, dejando a la derecha, de norte a sur, el “Arroyo de Monte Viejo”. Se levantaron 3 tiendas de campaña. En la más amplia se instalaron el ingeniero y el Sr. Navarro, jefe de la expedición. En la siguiente se acomodaron las mercancías, y la última se destinó a la servidumbre, compuesta por 6 peones, un cocinero y el guía.
Después de la comida, que fue copiosa y de buena calidad, Navarro concluye que todos los puntos de referencia en el croquis han sido localizados, y que habían pertenecido a su difunto bisabuelo, el Marqués de Navarro. Este caballero habitó en la ciudad de Monclova hasta 1810. Era minero y sus tesoros eran cuantiosos, pues recibía mes por mes gruesas cantidades de oro y plata, en tejas y barras, procedentes de Sinaloa, Chihuahua, Sonora, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí, donde tenía sus fundos mineros.
Al proclamarse la Independencia de México, muchos potentados Españoles se negaban a admitir que ese movimiento renovador pudiera ya no llegar a triunfar, sino a prosperar siquiera con el transcurso del tiempo, pero unos cuantos meses bastaron para tener la convicción de que estaban equivocados, de medio a medio, y para entonces ya era tarde y sumamente difícil sacar de México las cuantiosas riquezas acumuladas durante varias generaciones, pues la revolución crecía como una tromba, y los acaudalados Españoles tuvieron que emigrar de prisa. Salieron por el norte con rumbo a los puertos marítimos más cercanos de la Unión Americana. Antes de armar el vuelo tuvieron que enterrar lo más pesado de sus riquezas, entre los que se encontraban las del Marqués de Navarro, consistentes en varios millones. Para ello eligieron el cañón en la cercanía del “Cerro La Gloria”, a unos cuantos kilómetros del este de Monclova, en una vieja mina explotada hasta entonces por el mismo Marqués de Navarro. Medio acondicionada para el fin que por último se le destinaba, durante varias noches condujeron en una docena de acémilas el cuantioso tesoro, el oro y la plata, el que se iba rápidamente aumentando en las profundidades de aquel pozo.
Después de 2 semanas de agotante acarreo bajo las sombras de la noche, hubo de tomarse una determinación fatídica, deshacerse de la peonada. Así fue como los cadáveres de 12 personas, y de igual número de acémilas, sirvieron para encubrir aquel tesoro inmenso que volvió por ironía del destino, a su sitio de origen, después de haber sido purificado por la mano del hombre, liberado de la escoria y demás materia execrable, y después de un siglo decía el Marqués de Navarro, venimos desde Barcelona, España, dirigiéndose también a Don Herculano García le decía “Usted también será rico, muy rico”, y sonreía con la satisfacción alegre que manifiesta un niño.
Hasta esos momentos supimos, dice Don Eligio Pérez, que estábamos para buscar un tesoro fabuloso, que aquellos dos españoles cruzando el mar venían desde Barcelona, España, a desenterrar lo que durante 108 años había permanecido escondido, tal vez a la vera del camino que durante tantos años pasamos de ida y regreso durante nuestro diario trabajo de leñadores y madereros, como también pasaron ignorando este mar de leyenda nuestros padres y nuestros abuelos.
Apenas reposaba la comida de aquella tarde del mes de octubre del año de 1918, se siguió la búsqueda. El sucesor del Marqués de Navarro nos decía: “Hay que tener los ojos muy abiertos, Eligio, se trata de un boquete entre reforzados con un marco de piedra para evitar el derrumbe. La piedra de monte se amontona arriba de una de estas mesetas. Después de haber sido muy bien disimulada esa puerta de entrada, se hizo el derrumbe para dejar completamente cubierto aquel sitio y borrar todo rastro y vestigio.” Toda esa tarde buscamos entre los relices, los cañones por la azotea exploramos las mesetas. Casi oscureciendo regresamos al campamento con las caramayolas sin una gota de agua y visiblemente agotados por el constante subir y bajar por los vericuetos de la serranía. Cenamos bien y mejor dormimos esa noche. Al amanecer del día siguiente el ingeniero asistente del jefe de expedición instaló su teodolito verificando varias confrontas que resultaron ser iguales al croquis.
“Ahora sí contamos con todo el día”, dijo Navarro, “aquel es el “Puertecito”, tenemos que pasarlo y doblar al este, teniendo el “Cerro de la Gloria” de frente. A la derecha hay una meseta, vista desde el fondo del arroyo se distingue un reliz como de 5 metros. Al pie está la mermejada, casi al fondo del cañón. La señal es inconfundible, hay un derrumbe de piedra de monte como de un metro de espesor. Fíjese bien, Eligio, tenemos que subir a la meseta. Hay una parata accesible, para bajar unos 400 o 500 metros, hasta el derrumbe. Llévame ahí, removeremos unas cuantas piedras y descubriremos la puerta de entrada. El veinticinco porciento para el fisco, y sobra para grandes donativos y gratificaciones. El tesoro es sumamente colosal. Hay poco dinero acuñado comparado con las barras y tejas de oro y plata. De estos hay varias toneladas. Seremos mucho y fabulosamente ricos”-, y no obstante con sus 52 otoños reía a mandíbula abierta batiente con la risa cascabelera de un niño, y se volvió a la carga con ahínco, poniendo ímpetu y coraje con un febril aguante para ir y venir. Hacía las 15 horas hubimos de tomar un descanso varias veces. Mandamos a los peones por agua al campamento distante como 5 kilómetros. Al ingeniero tan pronto se le veía alegre y feliz como fatigado y moralmente deshecho. Dos cañones atrás y tres adelante del punto localizado en el croquis, lo habíamos explorado palmo a palmo.
Los cañones al pie del cerro “La Gloria” no tienen nada de abrupto, por el contrario, son muy andables, aún para personas no acostumbradas al deporte de subir y bajar. No obstante, eso nos encontrábamos tomando un descanso algo agotados, y peor, desmoralizados. Treinta minutos después llegó el Sr. Navarro acompañado de su asistente y nos ordenó regresáramos al campamento.
Durante la cena oímos decir al Sr. Navarro – “Si mi bisabuelo hubiese tomado ciertas medidas de seguridad, ya hubiésemos transportado hasta el cerro no solo el tesoro”-, todos estuvimos de acuerdo que la elección del sitio no podía ser mejor. Pero que, si el croquis era fiel, tendríamos que dar con el lugar donde fuera, pues conocíamos esa serranía como el patio de nuestra propia casa. Navarro explicó con todo detalle que aquél croquis venía anotándose con los testamentos de la familia desde hacía tres generaciones, y en ellos se hablaba del fabuloso tesoro en oro y plata, sin precisar cantidades. En los testamentos se hacían agregados para la aplicación adecuada de la cuantiosa fortuna que en línea recta pertenecía a los Navarros. De otra suerte tantos seríamos este y yo con hacer una larga travesía haciendo gastos algo serios, y sobre todo expuestos a las bombas y minas subterráneas, ríos y sobre todo que tienen a la gente en constante zozobra.
Dirigiéndose al ingeniero decía: – “Es cierto, vienes ganando hombres y agregaba y 5,000 pesetillas al mes, y todos los gastos pagados, si no encontramos lo que buscamos el negocio va a ser para este, y si sacamos eso, él lleva vela muy gruesa en el entierro”. –
Me alentó a que viniéramos a conocer Monclova, y estas azules montañas muy hermosas, pero muy avaras porque no obstinan de hacernos confidentes de sus secretos, por eso hemos venido, por eso estamos aquí, sudorosos y cansados, por eso tengan fe, muchachos, no se desalienten, que nosotros sabremos compensar sus fatigas con creces.
Amaneció el tercer día de la búsqueda, se identificó en todos los cañones y mesetas circunvecinas, la celeridad del paso se fue disminuyendo y cada vez más próximas se hacían los descansos, el tiempo había volado, hacía el octavo día, las exploraciones se redujeron casi a cero, ese último día nos retiramos al campamento como 2 kilómetros, el Sr. Navarro no quiso salir de su tienda. Desde la noche anterior había consumido casi solo casi dos botellas de coñac. Con su cara antes alegre se advertían claramente las huellas del cansancio, el abatimiento y el despecho. Ahora parecía como un amargo, todo le enfadaba, principiaba una frase y la dejaba inconclusa, se metía en su tienda y empinaba el codo.
A las 17 horas de ese octavo día el Sr. Navarro ordenó se levantara el campamento para regresar a Monclova, a donde llegamos a la media noche. Al día siguiente por la mañana nos recibió el presidente municipal, cambiamos los saludos de la más absoluta cortesía. Navarro propone: hoy mismo salimos para Saltillo, y de allí a Veracruz, para regresarnos a España. No hemos podido encontrar esa porquería. Más tarde Don Herculano García se lamentaba no haber pedido a Navarro, si no el croquis original, al menos algunos pormenores importantes de orientación, pues lo explorado abarcó un perímetro de 10 kilómetros.
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Contribución de: Willem Veltman, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo & Ramón Williamson Bosque.
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