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Sin David Huerta ‘nos quedamos mudos, en orfandad’

Sin David Huerta ‘nos quedamos mudos, en orfandad’

Un poema, tres rosas rojas y un paliacate cobijaban la tarde de este lunes el féretro del poeta David Huerta.

«Mordemos la sombra/y en la sombra/aparecen los muertos/como luces y frutos», comienza Ayotzinapa«, que leía todo aquel que se acercara a despedirle en la funeraria Gayosso Félix Cuevas.

El paliacate rojo enroscado enmarcaba los versos. Era de su padre, el también poeta Efraín Huerta, contó Eugenia, hermana del fallecido escritor.

«Mi Papá usaba un paliacate todo el tiempo, David también; se lo amarraban en el cuello, era lo que identificaba a ambos».

«Un poeta al que solamente le interesa la poesía es muy sospechoso: yo digo que si dice que nada más le interesa la poesía, ¡no le interesa ni siquiera la poesía!».

David Huerta

PoetaMás flores fueron depositadas sobre el féretro: un cempasúchil, unos alcatraces, una rosa blanca y, arriba de éstas, un racimo de fotos en las que Huerta reía con su compañera, la también escritora Verónica Murguía.

«La gente se acerca a leer el poema de Ayotzinapa con tal devoción, que parece que están en una iglesia», comparó Eugenia Huerta. Y sí: la lectura a flor de labios parecía plegaria.

Cada hora que transcurría en el velorio los abrazos y los asistentes se apretaban más.

«Hemos perdido a un poeta mayor. Ya era inmortal, aun antes de morir», destacó el escritor Vicente Quitarte.

Fue un poeta que no creyó en las instituciones, recordó.

«No creía en El Colegio Nacional, no creía en la Academia (Mexicana de la Lengua), varias veces se le invitó, pero nunca quiso estar, siempre se mantuvo como un ser marginal, y eso hay que admirarle: su espíritu libre, su autonomía, su capacidad de elegir lo que él deseaba».

«Estaba escribiendo mucho y bien. Para mi generación fue un modelo, un maestro«, destacó por su parte el también poeta José María Espinasa.

La directora del INBALLucina Jiménez, manifestó la disposición de las autoridades culturales para organizarle un homenaje que prolongue su obra y le agradezca su legado.

«Pero hoy acordamos, por respeto a la familia y por lo inesperado de la circunstancia, darle espacio a la familia, al duelo», dijo.

Este martes sus alumnos y amigos prevén despedirle en la funeraria con sus poemas predilectos, entre ellos de Góngora y López Velarde, anticipó Jorge Gutiérrez Reyna.

El adiós congregó, entre muchos otros, a María BarandaEduardo Vázquez MartínHernán Bravo VarelaSergio Raúl ArroyoTomás Granados y Alberto Chimal.

Causa la partida de David Huerta conmoción total

En los nueve capítulos y casi 400 páginas llenas de versos catárticos de Incurable (1987), David Huerta (Ciudad de México, 1949) erigió uno de los grandes momentos de la lírica en lengua española del siglo 20.

«Es el invierno obstinado y obsesionante este lugar donde, / tembloroso y con los dedos manchados de tabaco, hago / cuentas / para sacar algunas conclusiones sobre mí», edificó con palabras el poeta, ensayista, traductor y académico, hijo de Efraín Huerta, el «Gran Cocodrilo».

«Estoy en un invierno / que dobla, en el follaje del yo, un matinal espectro; / que dobla una metamorfosis árida; que dobla en fin la / aprisionada tela de la persona civil / y la deja, como un atado de ropa limpia, para la ingente y fértil / ‘próxima vez’ del ciudadano que soy».

Ahora es otoño, y cualquier «próxima vez» con Huerta ya sólo será posible desde las letras que legó, en una veintena de libros de poesía y numerosos ensayos, pues la mañana de este lunes falleció en su casa en la Colonia Nápoles a causa de una insuficiencia renal, a unos días de su cumpleaños 73.

«Fue muy inesperado. Estaba en un momento de plenitud mental y artística. Pensamos que eran los achaques -los dos tenemos el pelo blanco-, pero ‘¡¿Qué es esto?!'», expresó a REFORMA la escritora Verónica Murguía, compañera de vida de Huerta, mientras lo despedía la tarde de este 3 de octubre junto a familiares y amigos en una funeraria al sur de la Ciudad, desconsolada.

Una muerte tan dolorosa como repentina, que produjo conmoción total en una comunidad literaria avecindada por amigos y discípulos suyos, que en realidad lo sentían tan cercano como un familiar.

«Nos quedamostotalmente de piedra«, resume en entrevista el poeta Hernán Bravo Varela, que hace sólo tres días había cruzado una llamada con Huerta, con quien recientemente estuvo en la Feria Internacional del Libro de Los Ángeles (LéaLA).

Aunque la salud del autor de Versión -que le granjeó el Premio Xavier Villaurrutia 2005– había decaído desde su regreso de dicho encuentro a fines de agosto pasado, aseguró por teléfono a Bravo Varela sentirse un poco mejor.

«Estaba completo, estaba entero, en unas condiciones intelectuales y vitales, que (su partida) sí es como un hachazo incomprensible. Hasta las últimas conversaciones era hacer planes y proyectos con el David de siempre: lúcido, entusiasmado, cariñoso», dice, a su vez, el poeta Eduardo Vázquez Martín.

«Yo pierdo un amigo y algo parecido a un hermano mayor«, añade el director del Colegio de San Ildefonso. «Fue un gran, gran maestro. A quienes somos más o menos de mi generación, la poesía de David Huerta fue fundamental para entender la poesía moderna de México, para entender cómo se podía recrear, reconstruir el lenguaje poético desde una enorme libertad y un enorme compromiso».

Su partida significa una tristeza mayúscula para la poeta Malva Flores, quien refiere haber quedado en la orfandad: «La sorpresiva muerte de David Huerta nos ha dejado a todos mudos, con una enorme sensación de orfandad, de pérdida de un mundo de belleza irrepetible».

«La suya es una poesía que acompañó a varias generaciones y lo seguirá haciendo porque incluso en medio de la mezquindad del mundo, su palabra generosa nos reconcilia no sólo con la poesía, sino con la vida», subraya.

Para la poeta Elsa Cross, en cambio, el tamaño de la pérdida equivale a haberse quedado sin «un hermano menor». Se conocieron a mediados de los 60 en casa de Efraín Huerta, cuando David, futuro Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura, era un adolescente que tocaba en una banda de rock, y Elsa estaba casada entonces con Alejandro Aura, muy amigo del «Gran Cocodrilo».

Huerta y Cross volvieron a encontrarse una década después, «ya no como el hijo de Efraín sino como David«, cuando él era secretario de redacción de La Gaceta del FCE, y en la conversación que sostuvieron brotaron de inmediato las afinidades como la lectura de autores franceses en boga entonces, como Jacques Derrida.

Cross se disponía este lunes a viajar desde Cuernavaca a la Ciudad de México para asistir al funeral de un escritor que produjo una obra «impresionante, de gran riqueza musical y en imágenes», al que se adeuda un estudio «serio y a profundidad» de Incurable, su cumbre poética; un libro de «gran densidad temática» y de no fácil lectura.

«Incurable es, quizás, la aventura poética más arriesgada de nuestra poesía en la segunda mitad del siglo 20″, define Vázquez Martín. «Huerta nunca fue un poeta de lugares comunes, incluso de facilidad de comprensión. Siempre exigió de sus lectores una complicidad que tuviera que ver con la disposición a entrar de fondo en su lenguaje».

Disposición que, en general, le parecía cada vez más escasa, tal cual dijo en entrevista a este diario el año pasado, con motivo de la publicación de su libro de ensayos Las hojas: «A la gente no le interesa hacer un esfuerzo de orden intelectual; se ha vuelto muy poltrona, según puedo ver» (REFORMA 23/02/2021).

«¿Será mucho pedir que en general la gente no renuncie a la inteligencia? Los fanáticos políticos lo hacen con una facilidad pasmosa y a veces sangrienta; los fanáticos poéticos, también», apuntó entonces el autor, quien probablemente partió con un libro entre las manos. «Yo me moriré aprendiendo algo; es una de las grandes cosas, aprender, por las que la vida vale la pena».

En activo y productivo hasta sus últimos días, HuertaPremio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, publicó hace medio siglo con la UNAM su primer libro de poemas, El jardín de la luz, elogiado por José Lezama Lima; y apenas hace unos meses entregó a los lectores El viento en el andén.

Un «peculiar libro» este último, estima Bravo Varela, al reunir autobiografía con relato, crónica y ensayo. Con el sello de un autor cuyo centro era, en realidad, un «círculo diamantino impecable», la reunión de varios centros de trabajo e intereses.

«Yo creo que su centro era ese: el eterno desplazamiento, una migración nacida de la lucidez de la inteligencia y de una inspiración inagotable, porque estoy seguro que hasta el último día escribió», opina Bravo Varela.

«Era un poeta extraordinario, fundamental. Imposible no leerlo. Hoy me entero de que David se murió, y pues no lo puedo creer todavía», diría al teléfono la poeta Tedi López Mills, cuyo compañero de vida, el escritor Álvaro Uribe, también falleció este año, y en cuyos homenajes póstumos coincidió con Huerta, a quien conoció siendo ella muy joven.

«Yo pertenecía al grupo de los groupies de David Huerta, iba en peregrinaje a su departamento aquí en la Colonia del Valle a visitarlo, a rendirle pleitesía. Yo era una chica de 18, 19 años, y desde entonces estuve en la constelación, en la órbita de David Huerta«, comparte López Mills, aunque se reconoce mucho más cercana a la hoy viuda del poeta, Murguía. «Es un año muy triste».

Ajeno, como se ha dicho, a los lugares comunes, resulta imposible para sus amigos, colegas y discípulos evitar caer en uno que difícilmente alguien podría rebatir: homenajearlo leyendo su obra.

«No habrá palabras solemnes ni gestos institucionales que sustituyan la posibilidad de que un joven abra un libro de David Huerta y se encuentre con esa pasión crítica y desgarramiento íntimo; con esa capacidad de hablar desde una honestidad intelectual y emocional profundísima», resalta Vázquez Martín.

«Están los libros. Lo bueno es que uno siempre va a poder leer esos libros. Eso yo lo sé, lo sé que es un consuelo», confía López Mills.

‘Nada humano le era ajeno’

Académico, editor, columnista, traductor. La misión de agotar las facetas de David Huerta se antoja imposible. Aunque para más de una generación pervivirá sencillamente como el gran maestro.

«Yo creo que fue la influencia más importante de mi vida como poeta cuando fui joven, porque era un tipo súper generoso con los jóvenes. Un maestro. Más allá de su ejemplo como poeta, era un maestro muy activo, y quería mucho a los jóvenes en muchos aspectos», cuenta el poeta Óscar de Pablo, quien fuera amigo de Huerta por muchos años.

Ambos iniciaron el ciclo «Poesía para el milenio», con el cual invitaron a varios poetas noveles a la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, además de compartir una militancia que los llevó alguna vez a leer sus versos ante agremiados del Sindicato Minero; «éramos dos poetas, dos intelectuales flacuchos y debiluchos, hablándole a un auditorio de mineros fortachones. Eso fue un momento muy bonito», recuerda De Pablo.

Sobreviviente de la matanza del 2 de octubre de 1968, tragedia a la que en 1977 dedicara el poema Nueve años despuésHuerta fue una persona solidaria y con numerosas preocupaciones sociales, que señaló no solo los «desperfectos y decepciones» de la política nacional sino que abanderó otras causas, como la defensa que hizo de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, cuyo patronato presidió.

«Nada humano le era ajeno, en ese aspecto. Tuvo siempre un ojo puesto en la solidaridad humana y otro en la cultura. Siempre tuvo el corazón, sobre todo, en el lugar correcto en todos los momentos de su vida», destaca De Pablo.

El profesor de la UACM y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM no se sentía quién para dar consejos a los jóvenes poetas, pero si «no le quedara de otra» -le dijo en entrevista al poeta Jobyoán Villarreal-, además de leer y viajar mucho, recomendaba que se interesaran en la política de todos los días y en sus maneras de mirar el crepúsculo; en el sexo y en la teología, en el mar y en los escarabajos.

«Un poeta al que solamente le interesa la poesía es muy sospechoso: yo digo que si dice que nada más le interesa la poesía, ¡no le interesa ni siquiera la poesía!», sentenció Huerta, quien decía disfrutar de «placeres plebeyos» como las idas al cine con su hija Tania; los juegos del Atlante, que lo hacían sufrir intensamente, y hasta del béisbol.

Fiel a los Medias Rojas de Boston, vio jugar a David Ortiz en el Fenway Park, acompañado de su traductor al inglés Mark Schafer, y eso, diría, también era poesía.

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