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¿Vivir en cuevas? O’Gorman lo hizo realidad

¿Vivir en cuevas? O’Gorman lo hizo realidad

Una escena doméstica de Juan O’Gorman (1905-1982) y su esposa Helen jugando ajedrez en su casa-cueva, en el Pedregal, publicada a todo color por la revista Life, probó que era posible llevar una vida moderna dentro de una cueva de lava.

De acuerdo con el arquitecto y pintor, se trababa de una “prueba a pequeña escala” de la aplicación de la teoría de la arquitectura orgánica en México que, según sus propias palabras, “implica la relación entre el edificio y el paisaje que lo rodea”.

Así que la casa que O’Gorman construyó entre 1953 y 1956 para su familia, que integró al paisaje circundante formado por lava, fue como un laboratorio para él y su esposa, botánica aficionada, quienes experimentaron de forma directa el habitar una vivienda subterránea.

“¿Qué significa vivir en concierto con este volcán extinto y con los campos de flora y fauna que han crecido en la parte superior del volcán?”, se pregunta Dakin Hart, curador principal del neoyorquino Museo Noguchi.

Lo que O’Gorman hizo, se responde, fue “desviar la vida en las cuevas hacia el futuro haciéndola sentir moderna y atractiva porque fue hecha de una forma brillante”.

Y es que Hart piensa que la idea de la cuevaes “increíblemente futurista” al retomar ideas y tecnología antiguas para intentar reutilizarlas.

Esta casa articula la exposición de Elogio de las cuevas: Proyectos de arquitectura orgánica de México de Carlos Lazo, Mathias Goeritz, Juan O’Gorman y Javier Senosiain en el Noguchi, que será inaugurada el próximo 19 de octubre.

El título de la muestra pertenece a un capítulo del libro The Prodigious Builders: Notes Toward a Natural History of Architecture (1977), escrito por un amigo del artista Isamu Noguchi (1904-1988), quien da nombre al recinto: Bernard Rudofsky, crítico cultural que combate los prejuicios de vivir en una cueva, que nada tiene de atrasado o primitivo, al mostrar varios ejemplos de viviendas antiguas o contemporáneas.

Su conclusión fue que tendremos que regresar bajo tierra “una vez que hayamos llenado y saqueado la superficie”.

“Lo que Rudofsky estaba tratando de decir es que hay docenas de razones por las cuales vivir en cuevas: es increíblemente eficiente e inteligente, las cuevas son frescas en verano y cálidas en invierno”, expone Hart.

Cuatro visiones de la arquitectura orgánica

Los cuatro artistas-arquitectos reunidos en la exposición no conformaron un grupo como tal, pero compartieron una visión al proponer otras formas modernas de vivir bajo la “rúbrica amplia de la arquitectura orgánica“.

Como ha difundido el propio Museo Noguchi, los proyectos seleccionados exploran la “adaptación de las estructuras naturales a la vida moderna, los beneficios prácticos y ambientales de mudarse bajo tierra”, y cómo la humanidad podría “reconectarse con la esencia de la felicidad de vivir en armonía con la naturaleza“.

“Hemos pasado mucho tiempo construyendo sobre la tierra y eso no nos ha hecho muy felices ni tampoco es muy bueno para la tierra. Eso nos ha llevado a una ruptura”, plantea Hart, quien organizó la exposición junto a Ricardo Suárez Haro, de quien partió la idea.

Una maqueta de la casa-cueva será el foco principal de una de las galerías del primer piso del museo, junto con planos e imágenes de la casa de San Jerónimo 162, vendida por O’Gorman a la artista Helen Escobedo y de manera trágica derruida en 1969.

Hart explica que por años Senosiain (1948), perteneciente a una segunda generación de arquitectos orgánicos y un estudioso de la bioarquitectura o arquitectura orgánica, se ha interesado en ver si es posible devolver la casa a su estado original. Trabajó con Enrique Cabrera, brillante diseñador de maquetas, para elaborar un modelo de aproximadamente 2 metros cuadrados con mosaico, piedra y material vegetal reales para recrearla de forma fidedigna.

Una forma de invocar la sensación de habitar aquella casa se ofrecerá al desplegar en en el museo una reproducción monumental de la fotografía del matrimonio O’Gorman jugando al ajedrez.

Además, se exhibirán un par de objetos en piedra que eran parte de la casa-cueva, prestados por los dueños de la última casa del arquitecto, Luis y Karen Stephens, más pequeña y modesta, que se construyó después de vender la propiedad del Pedregal a Escobedo.

Una muestra para reconectar con la Tierra

Con esta exhibición, el Noguchi se convertirá de forma temporal en “un entorno subterráneo” como una “metáfora para contemplar y quizá reevaluar nuestro lugar en el mundo”.

La exposición comienza en el pabellón al aire libre del museo diseñador por Noguchi, en el jardín de rocas, con una copia a escala real de La serpiente del Eco, diseñada por Goeritz (1915-1990), de unos 10 metros de largo por 5 de alto y 8 de ancho, mientras que en la galería contigua, que se asemeja a una cueva, estará un nido de serpiente con sus crías.

En la obra de Goeritz, explica Hartla serpiente es “una especie de metáfora, un camino para volver a conectar con la Tierra como un paisaje fundamental y un lugar para vivir”.

El original de esta pieza, hecha en un principio para el Museo Experimental El Eco, se localiza actualmente en el jardín del Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México.

Goeritz, de origen alemán, apreciaba el arte rupestre y formó la Escuela de Altamira, basada en las Cuevas de Altamira, España, antes de que se trasladara a México. Sostenía que “los pintores de la Escuela de París eran lo último de ayer. Los de la Escuela de Altamira, los nuevos prehistóricos, pretendemos ser los primeros del mañana”, según publicó Sebastià Gasch en Destino, en 1949.

En la galería principal del primer piso, Senosiain instalará, por su parte, otra gran serpiente, ésta cubierta de mosaicos, además de una selección de modelos para sus proyectos, realizados y no ejecutados, como la primera casa que construyó para sí mismo: la Casa Orgánica (1984-85), El Tiburón (1990) y El Nido de Quetzalcóatl (1998-2007), un amplio parque residencial en la Ciudad de México.

Y otra galería estará dedicada a La Casa-Cueva de la Era Atómica (1948) de Lazo (1914-1955) en las Lomas de Chapultepec, con fotografías de archivo y una maqueta, además de una selección de imágenes de otras de sus ideas para una vida moderna según su proyecto Cueva civilizada, con más de un centenar de viviendas construidas a partir de cuevas naturales.

Por la pandemia, la tarea de investigación resultó complicada, reconoce Hart.

En el caso de Lazo, fallecido de manera trágica en un accidente aéreo cuando era muy joven, fue imposible, por ejemplo, acceder a sus papeles resguardados en 127 cajas en el Archivo General de la Nación, que estuvo cerrado.

Paralela a esta exposición, en el segundo piso del museo neoyorquino, se expondrá Noguchi Subscapes, que expondrá el interés del artista por “lo invisible y lo oculto” con una serie de instalaciones con 40 esculturas y diseños, provenientes en su mayoría de la propia colección del recinto, acompañadas de fotografías del archivo.

La muestra abrió en junio y, al igual que Elogio de las cuevas, estará en exhibición hasta febrero de 2023.

Isamu Noguchi y su huella en México

Noguchi pasó año y medio en México en la década de los 30, cuando trabajó un mural en el Mercado Abelardo Rodríguez, en el Centro Histórico.

Y no regresaría al País sino a partir de los años 60, con una presencia frecuente.

De acuerdo con Hart, un grupo de creadores y arquitectos relacionados con la arquitectura orgánica, entre los que destacaba Mathias Goeritz, propusieron en algún momento crear un premio para escultores interesados en moldear el espacio público, y habrían optado por Noguchi.

Una comisión que la historiadora del arte Lily Kassner, experta en la obra de Goeritz, intentó aterrizar en Ciudad Universitaria, muy cerca del Espacio Escultórico de la UNAM, pero que no llegó a concretarse por cuestiones de financiamiento y tiempos.

El curador del Noguchi asegura que el escultor estadounidense sentía una “increíble simpatía natural por México”.

Como a todo extranjero, visitó las zonas arqueológicas del País, como Teotihuacán y Chichén Itzá.

“Esos eran modelos del tipo de escultura que él quería hacer”, asegura Hart. “Si Noguchi hubiera podido elegir algún tipo de trabajo en la historia probablemente sería el de constructor de pirámides. Le habría gustado planear el Valle de los Reyes (en Egipto) o Chichén Itzá, en Yucatán”.

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