(parte 2, y ultima)
En años pasados se ha especulado mucho sobre el famoso tesoro de los Sanchez Navarro. Al iniciar el movimiento de los insurgentes en 1810, los descendientes del cura José Miguel Sanchez Navarro tuvieron que huir del país, y por la premura no hubo tiempo de organizar un transporte seguro para llevarse sus riquezas fuera del país. Por lo tanto, decidieron esconder gran parte de sus riquezas, joyas, oro, plata, y otros valores, en un lugar cercano a su hacienda, la Hacienda de San Ignacio del Paso Tapado (popularmente “El Tapado”), ubicado a 6 km al sur del actual pueblo de Hermanas, Coah., en la orilla occidental del rio Monclova. A través de los años han circulado las siguientes historias:
1933
En la primavera de 1933, en ocasión de la Semana Santa, se dedicaron a explorar las estribaciones del “Cerro de la Gloria” 3 aventureros. Tales eran Alberto, Tomas Isaías y Francisco Alvarado, todos vecinos de Monclova que conocían de oídas la existencia del tesoro de los Navarros, y logrando esas breves vacaciones se habían hecho el propósito de rumbear por aquellos contornos. Así fue como armados de pala y pico e itacate necesario para 3 días de aventuras acamparon a la entrada del “Arroyo Monte Viejo”, en las estribaciones del “Cerro de la Gloria” en la tarde del Jueves Santo.
Bajando por uno de los arroyos de “Monte Viejo” les llamó la atención un pedregal sobre la ladera que coincidía absolutamente con todos los detalles con que se narraba que se encubría aquel codiciado tesoro. Sencillos como la mayoría de nuestra gente del pueblo, descubrieron sobre aquella especie de chorreadero que no formaba parte ni siquiera de arroyo, y cuyas piedras tampoco tienen semejanza al cascajal del arroyo, o al reciar el contorno.
Al fin hacia aquel lugar haciendo un rodeo sobre la meseta, y descendiendo con dificultad, llegaron al pie de un reliz, y sorprendidos quedaron al descubrir el bloque que formaban varias piedras superpuestas y perfectamente dibujada la entrada de un pozo tapado por la mano del hombre, formando un arco de medio punto como de metro y medio de longitud, por igual de altura. Aquello es visible sin quitar siquiera piedra alguna, pero es necesario llegar hasta aquel sitio en que ellos se encontraban.
Pasada la sorpresa se dieron a limpiar a punta de barra y pala, hasta descubrir completamente la entrada de un supuesto pozo o cueva, que la hubieran remachado a base de piedra y mezcla, precisamente desde aquel sitio se podía advertir que aquello había sido simulado y encubierto de manera inteligente, pues para poder permanecer en equilibrio, hubo de acondicionarse una vereda como de dos pies de ancho por unos 30 metros de largo, siguiéndose al pecho mismo de la ladera, terminándose ese caminillo, fue sencillamente bajar al fondo del arroyo y recoger la barra. Se movieron varias piedras bastante pesadas, las que iban rodando una a una, hasta el fondo del arroyo.
Como el lugarejo seguía siendo incómodo, y el trabajo muy fatigoso, se determinó trabajar uno por uno para avanzar lo más pronto sin obstaculizarse unos con otros. Así se hizo, y mientras uno se empeñaba en la tarea, los otros dos camaradas esperaban su turno sombreándose bajo unos chapotes, no lejos de donde había dejado las caramoyas, el itacate y la indispensable chaparra de mezcal, pues hacía frío, ese frío delgadito y filoso de la montaña que nos entra hasta los huesos.
Ya el sol se había ocultado y poco se había avanzado el trabajo, cuando ocurrió algo que bien pudo calificarse de fantástico. Tomás Isaías había subido a relevar a su hermano Alberto, y con verdadero vigor se dio a la tarea de abrir un agujero. Al golpe que dio se abrió la tierra tragándose materialmente la barra entera, originando al mismo tiempo algo así como un silbido de aire que hubiese estado allí, muy comprimido.
Al mismo tiempo Tomás Isaías se desplomó, cayéndose muy cerca del agujero que tendría a lo sumo 3 pulgadas de diámetro. Alberto y Francisco Alvarado en esos momentos se echaban un trago cuando vieron como caía Tomás. Corrieron a darle auxilio, encontrándose el cuerpo de Tomás en estado de coma. Mientras lo retiraba Francisco Alvarado, volvió instantáneamente la cara al oscuro agujero, y sintió un frío intenso que le corría a la espina dorsal, e invitó en el acto a su compañero para que le ayudara a retirar el cuerpo del desgraciado Tomás que yacía sin sentido con los miembros sueltos y completamente ajeno a lo que ocurría a su alrededor. En el improvisado campo de sombra de los chapotes se hicieron algunas luchitas para volver en si al camarada, rociándole agua fresca en la cara, acercándole un pañuelo empapado de mezcal para que lo aspirara. Después de un rato largo abrió los ojos, y se incorporó sosteniéndose en su codo derecho. Su mirada era vaga y atontada, y se advertía que le costaba mucho trabajo creer lo que había pasado. Pesadamente nos dijo: “Vámonos”. Aquello dijo, señalando el agujero: “Está muy peligroso, hay emanaciones muy feas como de panteón.” Hizo esfuerzos para moverse, pero no pudo. Nosotros tuvimos que levantarlo, y pasándonos el brazo derecho por el cuello fuimos ayudándolo a descender.
En el campamento Tomás Isaías se negó a probar alimento, todo le producía nauseas. Le preparamos su cama, pero no quiso acostarse. Parecía preso de alucinaciones, constantemente nos pedía que nos fuéramos a Monclova. Le dimos gusto, no tenía objeto que permaneciéramos en tales circunstancias.
La expedición había terminado.
~
Se sabe que desde aquel año de 1810 cientos de personas se han puesto la tarea de buscar el tesoro, y todos sin éxito, parece. Y uno se pone a pensar: ¿buscaron en el lugar correcto? Recuerdo que en los años 2006-2007 el señor Cesar Luna Lastra, conocido ciudadano de Monclova, durante un convivio en su casa me platicaba cómo también él se había esforzado, de jovencito en los años 1960, a buscar el tesoro mencionado. Pero él consideró que el tesoro debía estar enterrado en otro lugar. La Hacienda “El Tapado” se ubicaba a una distancia de 35 kilómetros del Cerro La Gloria. Por la gran cantidad de oro y plata se requerían varios viajes nocturnos usando una docena de acémilas. Con una tarea de tal alcance, cualquier hubiera optado por esconder la carga en el Cerro La Rata, a solo 16 kilómetros, la mitad de distancia que La Gloria. Y con esa lógica de pensar, Cesar decidió a explorar el Cerro de La Rata. A través de su contacto con uno de los pilotos de Altos Hornos de México, le pidió el favor de sobrevolar la sierra de La Rata en el Cessna de AHMSA, y en cada localización donde se observaban las condiciones indicadas, aventaba unas bolsitas de plástico llenas de cal, de tal manera dejando marcas blancas en las rocas de la sierra. Al día siguiente iba a pie a buscar las marcas, y a explorar a más detalle el área. Lamentablemente, después de varios años de búsqueda, se tuvo que rendir; en ningún momento encontró un sitio que pudo haber sido la entrada de una mina abandonada que había sido volada con una carga de pólvora negra para tapar la entrada.
Y la leyenda persiste.
~
Contribución de: Willem Veltman, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, & Ramón Williamson Bosque.
Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: [email protected]
