Por José Luis Valdés Ugalde
A la memoria de David Huerta
Con la invasión de Ucrania, Vladimir Putin expuso a Rusia a una amplia gama de riesgos para su seguridad y estabilidad, tanto en la región euroasiática como en otras partes del globo. Por lo pronto, puso fin a la estabilidad de algunas de sus alianzas tradicionales, estratégicas todas ellas para su sobrevivencia. Aun cuando el Kremlin ha intentado contrarrestar los esfuerzos occidentales de aislar a Rusia en la escena global, parece estar perdiendo terreno en la región con la que más debería contar. Su impulso invasor puso bajo alerta a sus vecinos asiáticos. A pesar de sus fuertes vínculos económicos con Rusia, ninguno de los países de Asia Central –Kazakstán, Kyrgyzstán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán– ha apoyado a Putin contra las condenas que en Naciones Unidas se han hecho en contra de la invasión y le han plantado cara, reclamándole la invasión de Ucrania, que, como ellos, es una nación postsoviética. Es decir, son naciones que, como Ucrania, temen correr los mismos riesgos de invasión y de convertirse, potencialmente, en teatros de guerra y súbditos a modo de Putin. En efecto, con la invasión, Putin plantó las semillas de un veloz declive de su influencia sobre Eurasia.
Hay varias señales de que algunas de estas cinco naciones ya no están dispuestas a estar bajo la sombra rusa. Kazakstán, por ejemplo, se ha negado a reconocer las regiones de las que Rusia se ha apoderado ilegalmente en el este y sur de Ucrania; recientemente el gobierno de ese país se ha negado a correr al embajador de Ucrania, tal y como Moscú demandaba, ante la furia de la diplomacia moscovita. Además, los recientes golpes que Ucrania le ha propinado a Rusia en su recuperación de algunas subregiones del Donbás, hacen quedar mal a Moscú y la evidencian, más bien, como una potencia militar débil, como para cumplir con encomiendas que quiso cultivar como guardián de esa región. Es obvio que la invasión de Ucrania le abrió un boquete a la credibilidad rusa, incluso entre sus principales aliados y vecinos. A lo anterior hay que agregar que, a raíz de la agresión contra Ucrania, vecinos más bien ubicados hacia el oeste, como los escandinavos Suecia y Finlandia, se han convertido en aliados aún más estrechos de Occidente, al pedir su incorporación a la Organización del Atlántico Norte (OTAN). En recientes encuentros, China ha manifestado su preocupación por la escalada de Putin en contra de Ucrania.
Es sabida la relación de maridaje que China y la Federación Rusa tienen, con la idea central de mantener un eje geopolítico que les permita detener los avances occidentales. Sin embargo, ya ha habido, en diferentes frentes, algunos posicionamientos críticos por parte del presidente chino, Xi Jinping, acerca del papel que Rusia está jugando en el mundo de la actualidad. Sobre todo, a partir de las derrotas sufridas por Moscú en los territorios ucranianos ocupados. Su preocupación, en más de una expresión, radica en que Putin pierda la guerra y tenga que recurrir al extremismo bélico, incluido el uso de armas nucleares tácticas o, eventualmente, el uso ilegal de su potencial nuclear. Así las cosas, parece que Xi mantiene reservas de fondo sobre la verdadera capacidad de triunfo de Rusia sobre Ucrania en la coyuntura tan compleja que se vive en esa región del mundo. Por su parte Narendra Modi, primer ministro indio y aliado de Moscú, declaró en la reunión de alto nivel asiática, celebrada en Samarkand, Uzbekistán, que éste no era un momento de guerras.
Para rematar, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, le advirtió a Putin que su única opción en este conflicto tenía que ser la devolución de los territorios ucranianos, apropiados recientemente, incluida Crimea, apropiada también ilegalmente por Moscú en 2014. A esta crisis aliancista por la que atraviesa Putin, hay que agregar la radicalización de Zelenski y su reciente solicitud de ingresar a la OTAN y, por lo tanto, de ocurrir este ingreso, el riesgo potencial de una escalada nuclear. La pérdida de aliados y los reveses sufridos en la zona de combate han aislado a Putin todavía más convirtiéndolo en un líder iracundo que muy bien puede recurrir a acciones desesperadas como el uso de su fuerza nuclear, todo lo cual le cambiaría por completo la naturaleza del conflicto e impactaría no sólo la región, sino la seguridad mundial y la correlación de fuerzas a nivel global.