La presencia tlaxcalteca se extendió a otros lugares de la antigua Coahuila, como Santa Rosa de Viterbo (Nadadores), San Buenaventura, San Bernardino de la Candela, Nava, San Antonio de Béjar y en todos los puntos donde hubo misiones franciscanas
(Parte 2)
El 8 de diciembre de 1674, Balcárcel leyó el acta de fundación de la ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe de la Nueva Extremadura, en el sitio donde se había asentado la villa de Almadén, varias veces; en seguida, a sus compañeros repartió cargos administrativos y a los aborígenes proporcionó arados y otros aperos de labranza. Sus bondades fueran sabidas por otras tribus de los contornos, quienes acudieron con sus familias a establecerse en las proximidades. Entonces, el alcalde convocó a los capitanes de los naturales para conformarles un gobierno especial e independiente, para que ellos nombraran sus propios gobernantes. Así, adjunto a la población española, se estableció el poblado de San Miguel de Luna, nombre del pueblo natal de Balcárcel en Santander (España).
Sin embargo, el carácter belicoso del nativo impedía que, se asentaran en forma pacífica y permanente; además, su falta de conocimientos en el cultivo de la tierra les impedía levantar buenas cosechas. Esto motivó el inicio el despoblamiento de ese punto. Ante esta situación, Balcárcel dirigió un comunicado al virrey, para informarle que, en el territorio que se le había encomendado, refiriéndose a los indios, que: “ ……son inclinados a la cría de animales; y porque no están hechos al trabajo, ni enseñados al cultivo de la tierra, convendría que en cada pueblo de los que se fueren poblando, se incorporaran diez familias de indios tlaxcaltecas, porque unos y otros indios lo piden y dicen los tlaxcaltecas que luego que les sea mandado, saldrán con alguna ayuda de costo, para poder conducir sus cosas y familias, para cuyo efecto piden salir del pueblo de San Esteban de Tlaxcala en la villa de Saltillo, cien familias, pues al presente hay más de quinientas procreadas de ochenta que salieron de Vuestra ciudad de Tlascala y esto deseado por razón de no tener tierras y aguas, para que a su ejemplo se reduzcan al cultivo de la tierra, vida política y sociable, en que dichos tlaxcaltecas están bien instruidos.”
La solicitud de Balcárcel fue atendida para activar el proceso de colonización y al llegar los inmigrantes, les fundó el pueblo de San Francisco de la Nueva Tlaxcala, al poniente de San Miguel de Luna, sólo los dividía la calle Real de Enmedio, luego conocida como calle del Peral, después llamada Victoriano Cepeda y ahora Cuauhtémoc. Al sur del asiento de aborígenes y adjunto al oriente de Nuestra Señora de Guadalupe de la Nueva Extremadura, se construyó el presidio de San Francisco de Coahuila para los soldados, como lo ilustra un plano en una obra de don Vito Alessio Robles (Coahuila y Texas en la Época Colonial). Este conglomerado de tres poblaciones de diversas etnias fue conocido como Coahuila. Empero, en 1682, en visita pastoral del obispo de Guadalajara, don Juan de Santiago de León Garabito, informa al virrey que la ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe la encontró desierta, en el presidio había pocos soldados, seis familias españolas y unos cuantos naturales y al lado, 250 indios tlaxcaltecas, quienes cultivaban la tierra, tenían muchos árboles frutales y buenas viñas; es decir, sólo San Francisco de Tlaxcala continuaba poblado y productivo. A la vez, recomienda cambiar el lugar para fundar la próxima villa de españoles al sur, separado por la loma que corre de oriente a poniente (Zapopan), para evitar las constantes reyertas entre castas. Además, en la superficie desocupada convendría edificar un hospicio para los misioneros, que pasaran rumbo al norte.
Cuando el asentamiento tlaxcalteca subsistía, llegó el Gral. Alonso de León a levantar la fundación definitiva de la villa de Santiago de la Monclova, en 1689. Los tlaxcaltecas contribuyeron en la reparación de una iglesia de adobes abandonada, para celebrar los oficios religiosos, donde se colocó una gran imagen de Cristo crucificado hecha y donada por los indios tlaxcaltecas del pueblo de San Miguel de Aguayo (Bustamante) a sus coterráneos en la localidad.
La presencia tlaxcalteca se extendió a otros lugares de la antigua Coahuila, como Santa Rosa de Viterbo (Nadadores), San Buenaventura, San Bernardino de la Candela, Nava, San Antonio de Béjar y en todos los puntos donde hubo misiones franciscanas; además, en varias haciendas y ranchos. Sin embargo, en algunos lugares, su estancia fue breve, como en la misión del Santo Nombre de Jesús de los Peyotes (Villa Unión), donde sólo estuvieron dos años y regresaron a Coahuila, debido a los continuos asaltos de chichimecas y la tardanza del auxilio de las fuerzas presidiales, ya que la lejanía del sitio impedía su presencia con oportunidad.
Casos distintos fueron Candela y Nadadores. El Dr. Regino F. Ramón indica que, la misión de La Caldera se fundó en 1675, y dos años después, el pueblo de San Bernardino de la Caldera con aborígenes (tilijais, catujanos y milijais), además cinco familias tlaxcaltecas. Contiguo a esa población, en 1698, se edificó el pueblo de Nuestra Señora Guadalupe de Tlaxcala.
Por otro lado, en 1674, una humilde construcción se destinó como la misión de San Bernabé del Huizachal, para indios belicosos (cotzales y manos prietas), en las proximidades del río Nadadores; tres años después, se agregaron ocho familias tlaxcaltecas. Éstos venían como pacificadores, también llamados “madrineros”, para instruirlos en el cultivo de la tierra y en técnicas de construcción. En 1688, fue fundada Santa Rosa de Viterbo, pero debido a los ataques de tribus enemigas, esa comunidad se trasladó a las márgenes del río Nadadores; de ahí, todavía se mudó dos veces más, hasta que, en 1693, se eligió un punto fértil, extenso de tierras, con agua abundante y menos distante de Coahuila.
En 1698, se fundó la misión del Dulce Nombre de Jesús de Peyotes (Villa Unión); en 1701, se levantaron el presidio y la misión de San Juan Bautista de Río Grande (Guerrero). Luego, debido a la gran escasez del agua, el virrey marqués de Valero ordenó la traslación de la misión a las márgenes del río San Antonio, en suelo texano.
La sangre tlaxcalteca fue permeable en la región, como se muestra en censos de los siglos XVIII y XIX. Los aborígenes no aceptaron la civilización europea y abandonaron sus asentamientos; en cambio los descendientes de los indígenas emigrantes permanecieron y ocuparon áreas, antes destinadas a los nativos. Así que, los monclovenses nacidos en San Francisco y San Miguel de Aguayo eran de cepa tlaxcalteca y siempre desearon su autonomía. Por eso, recién México se independizó, motivaron tener sus propias autoridades y lo consiguieron en 1827, por decreto No. 4; pero, en 1834, el decreto No. 262 los reincorporó a Monclova. Posteriormente, ellos volvieron a solicitar su municipalidad y lo consiguieron en 1874, pero por un periodo menor, pues al iniciar 1879, otra vez fueron anexados a Monclova.
Este sector empezó a ser conocido, simplemente, como El Pueblo y hace menos de un siglo, seguía separado, urbanísticamente, de Monclova; a los nacidos allá se les denominó “tecos”, apócope de tlaxcaltecos. En las rencillas de grupos de jóvenes, cuando eran llamados con ese mote en forma despectiva, a su vez, éstos respondían y apodaban “coyotes” a los monclovenses por correlones y si en las riñas entraban los de Frontera, se les gritaba “tiznados”, como los ferrocarrileros.
En nuestros días, todavía los originarios de El Pueblo tienen orgullo de sus raíces, dentro de la ciudad que crece, ellos conservan su propia identidad y se tratan como una gran familia. Allá quedaron los vestigios de la casta tlaxcalteca que llegó a Monclova.
Contribución de: Ramón Williamson Bosque, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, & Willem Veltman.
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