Las bodas y los funerales gitanos tienen un elemento en común que los hermana bajo el signo de la fiesta: en ambos, se ríe y se llora por igual.
Ya lo decía el compositor Goran Bregovic, autoproclamado gitano por tradición y convicción, durante su visita a Guanajuato en 2013: «Yo vengo de un lugar en donde la tradición dicta ir a beber y comer después de los funerales, y luego escuchar música, incluso gozosa».
«En mi funeral espero alegría y que me toquen música feliz», decía entonces, sin saber, claro, que muchos años después, en el escenario del Festival Internacional Cervantino (FIC), su banda tocaría música gozosa debido su ausencia.
No se trató de una muerte, pero la noticia enlutó a los cientos de seguidores suyos que peregrinaron a Guanajuato para verlo: días antes de su concierto, un accidente en motocicleta le rompió la clavícula al rockstar internacional de la música balcánica.
Incondicionales, no obstante, los amantes de esa atronadora sensación en el pecho que genera la sección de metales de una banda balcánica acudieron a la Alhóndiga de Granaditas, ante el anuncio de que, contrario a todo pronóstico, la fiesta no se cancelaba.
Ayer, la Orquesta de Bodas y Funerales de Goran Bregovic -nombre por demás apropiado- no dejaría a Guanajuato sin desgañitarse con un buen baile gitano.
De nuevo, la tristeza y la risa convivieron en el mismo espacio cuando, al mero inicio del concierto, se proyectó un video de Bregovic, atípicamente cabizbajo y con el brazo en un cabestrillo.
«Tenía muchas ganas de celebrar el 50 aniversario del Cervantino, pero la vida decidió otra cosa», lamentó, y del público se escuchó un suspiro colectivo.
Inmediatamente, con la sonrisa de un tahúr que sabe que tiene la partida ganada, Bregovic reveló sus mejores cartas: «No se preocupen, están en buenas manos. Mi Orquesta de Bodas y Funerales es probablemente la mejor banda de metales balcánicos y han tocado mi música por años», presumió.
«Una vez que comience la fiesta, ni se van a dar cuenta de que no estoy ahí», bromeó.
Como esperando un disparo inicial, de entre el público de las gradas de la Alhóndiga, de un lado y del otro, emergieron los músicos de la sección de metales de la Orquesta, el alma gitana de la agrupación.
Los delicadas y melancólicas notas de «Tale VII», del álbum Tales and Songs from Weddings and Funerales, parecieron llorar la ausencia del líder de la banda, mientras los músicos, blandiendo sus trompetas y saxofón, caminaban entre la audiencia.
En un segundo, se pasó del llanto al gozo, cuando desde el escenario, el resto de la orquesta se arrancó con la canción «Vino tinto», que, en español, clama: «¡Esta noche voy a dedicarme al vino tinto! ¡Y pienso dejarme que alguien me haga un hijo!».
La fiesta quedó inaugurada entonces, por un público que, quizá animados por el propio Bregovic, se dispusieron a olvidar que su héroe estaba en cama con el ala rota.
Con la fuerza de dos trompetas, un saxofón, dos trompetas barítono y dos cantantes mujeres tras de sí, Ognjan «Ogi» Radivojevictomó la estafeta y lideró, con la voz y un bombo, un recorrido frenético, apenas con pausas para respirar, del catálogo del fundador del grupo.
Con anzuelos bien colocados, como las clásicas «Maki, Maki», «Balkan» y «Gas Gas Gas», los músicos tuvieron a la Alhóndiga bailando sin tregua.
También removieron la nostalgia con piezas de las memorables bandas sonoras que Bregovic compuso para cintas hoy de culto, como Underground y El tiempo de los gitanos, de Emir Kusturica.
Y aunque sigue fresco el recuerdo de la presentación de Bregovic en el 2013, cuando una tromba no pudo impedir que la gente bailara, literalmente, hasta desnudarse, la Orquesta de Bodas y Funerales salió al quite con la bravura de la tradición gitana que representan, con la garra de una cultura que no se arredra ante nada.
Así, con piezas de discos como Champagne for Gypsies, la denuncia de Bregovic hacia el trato contra los gitanos, y Three Letters from Sarajevo, una celebración de las muchas culturas y religiones que confluyen en su tierra natal, los músicos pusieron en alto los valores de tolerancia y entendimiento del Festival Internacional Cervantino.
Si por algo el festival sigue viviéndole a su sobrenombre, La Fiesta del Espíritu, es porque espíritus que no se echan para atrás, como los de los músicos gitanos, siguen poblando sus escenarios.
El pacto se selló con dos favoritas: el himno partisano «Bella Ciao» y la infaltable «Kalashnikov», con la que Bregovic hizo explotar la música balcánica en el mundo.
«¡A la carga!», gritó el público, animado por Radivojevic.
«Diviértanse. Va a estar loco. Si no se ponen locos, no son normales», había ordenado Bregovic en su video inicial.
La Orquesta de Bodas y Funerales cumplió con creces y transmutó un noche de funeral en una boda borracha y feliz.