El 9 de marzo de 1916 Pancho Villa con trescientos hombres atacó la población de Columbus nuevo México (EEUU). Sorprendió a los soldados en sus cuarteles, se apoderó de toda la caballada y se retiró a doscientos kilómetros de la frontera
Luis García Valdez
Cronista de Abasolo Coahuila
Poco se habla en la historia de México de lo que se llamó la Expedición Punitiva. Hecho que sucedió durante la Revolución y se debió a que el 9 de marzo de 1916 Pancho Villa con trescientos hombres atacó la población de Columbus nuevo México (EEUU). Sorprendió a los soldados en sus cuarteles, se apoderó de toda la caballada y se retiró a doscientos kilómetros de la frontera.
Al día siguiente se trató este incidente entre los dos gobiernos recordando que había un tratado de 1880 donde se acordaba el paso recíproco de tropas en la frontera en persecución de grupos rebeldes o de salteadores. El gobierno yanqui estimó que bastaba la buena disposición en tal sentido demostrada por el gobierno de México, para considerarse autorizado a cruzar la línea divisoria y ordenó que tropas norteamericanas entraran a perseguir a Villa.
El gobierno yanqui aclaró que ese acto no significaba una invasión, ni había la intención de menoscabar la soberanía mexicana y tan pronto como hubiese logrado el resultado práctico que se buscase, las tropas se retirarían del territorio mexicano.
El gobierno mexicano protestó diciendo que el gobierno americano no podía considerarse autorizado para enviar la expedición. Se discutió este problema varias semanas sin llegar a ningún resultado. El gobierno mexicano exigió entonces, el 12 de abril de ese año, el retiro de las tropas ya que su presencia en México no estaba basada en ningún convenio y además la expedición carecía de objeto pues la partida villista había sido desbaratada.
Las pláticas entre ambos gobiernos siguieron y cuando supuestamente habían llegado a un acuerdo, un nuevo incidente ocurrió en Glenn Springs. era evidente que había intereses empañados en frustrar los arreglos. El gobierno mexicano se apresuró a informar al de los Estados Unidos que no permitiría el paso de nuevas tropas con el pretexto del último asalto. Las pláticas se suspendieron el 11 de mayo. Y ese mismo día 11 un grupo de 400 soldados yanquis cruzó nuevamente la frontera pese a las seguridades que había dado el gobierno americano de que eso no ocurriría.
Fracasadas las pláticas el asunto quedó en manos de las cancillerías. Entre tanto la expedición llamada punitiva al mando del general Jonn Pershing, seguía avanzando hacia el sur y era reforzada constantemente por nuevos elementos de guerra. De lo que menos se preocupaba era de perseguir a Pancho Villa y mucho menos de coordinar sus movimientos con los de las fuerzas mexicanas. La prensa americana de Hearst y Ottis, dueños de grandes extensiones de tierra en México presionaban insistentemente al presidente Wilson para que convirtiese la expedición punitiva en una guerra de conquista.
Se había llegado al acuerdo de que las tropas americanas no entrarían a ninguna población para evitar choques al herir el sentimiento patriótico de los mexicanos. Cada vez que trataron de violar este compromiso fueron atacados por el pueblo. Los dos únicos combates que sostuvieron las tropas de Pershing en México y en los que fueron vergonzosamente derrotados se originaron en la violación de este acuerdo. El pueblo de México no podía tolerar la presencia de los invasores en su suelo.
Las tropas yanquis avanzaban hacia el sur (aunque sabían que Villa se hallaba en las montañas del norte) en varias columnas al mando de coroneles y oficiales de menor grado. Estas tropas actuaban en México como un país conquistado. El capitán Frank Thompkins jefe de una de las Columnas, tenía como costumbre acampar cerca de las poblaciones y llamar a su presencia al presidente municipal al que decía invariablemente:
“Durante la noche estableceré centinelas con órdenes de hacer fuego primero y después pedir el “quien vive”, si alguien dispara contra el campamento mandaré quemar la casa de su excelencia”.
Thompkins se hizo pronto de fama por sus arbitrariedades contra los mexicanos.
Thompkins avanzó hacia el sur a pesar de las protestas de algunos jefes mexicanos como el general José Cavazos y otros.
El día 12 a las 7:20 horas ordenó la marcha sobre Parral en cuyo club Thompkins y sus ayudantes, Lincott y Ord, habían decidido instalarse cómodamente.
Los siguientes hechos muestran como la arrogancia y soberbia de algunas personas puede ser humillada por un pueblo que no estaba dispuesto a ser pisoteado.
Thomkins cruzó arrogantemente frente a la guardia mexicana instalada en la estación del ferrocarril y sin permiso se introdujo a la ciudad hasta la jefatura de armas, en donde solicito hablar con el general Ismael Lozano, jefe de la guarnición:
- A qué se debe su presencia aquí?, le pregunto éste.
- A una invitación suya, mintió con cinismo descarado.
El capitán Reyes Meza había hablado con Thompkins para informarle que no podía avanzar hacia el sur. El general Lozano ordenó al jefe yanqui abandonar la plaza inmediatamente. La discusión se prolongó por 2 horas. entre tanto la tropa yanqui había acampado en la plaza de San Juan de Dios.
En esos momentos refieren testigos presenciales, salían los niños de la escuela primaria número 99. La indignación de los pequeños patriotas de 10 a 12 años estalló al ver a los invasores posesionados de su querida plaza de San Juan de Dios. Unos se dedicaron a correr las calles invitando al pueblo a arrojar a los invasores; otros, los más audaces se enfrentaron a los yanquis con las únicas armas que disponían; sus portaplumas, que arrojaban como saetas sobre los soldados.
Entre tanto se desarrollaba un extraño combate simbólico, el pueblo se había congregado en la plaza de san Juan de Dios. De pronto, entre la multitud surgió una muchacha de unos 22 años, pequeña, delgada; arrebató un máuser del armero de la guardia y disparó los primeros tiros contra los invasores. era Elisa Griensen, una joven de las familias más aristocráticas de Parral cuñada de don Pedro de Alvarado, el dueño de la famosa mina de la Palmilla, un minero riquísimo que en alguna ocasión quiso pagar de su bolsillo la deuda exterior de México.
El gesto de la valiente muchacha enardeció al pueblo. Thompkin asustado salió de la jefatura y rodeado por la multitud enfurecida se vio obligado para salvarse a gritar con toda la fuerza de sus pulmones: ¡viva Villa!
El feroz capitán Thompkins, escogido por Pershing para capturar a Villa en su refugio predilecto, Parral; el que ordenaba disparar primero y después pedir el “quien vive”, el que amenazaba con incendiar las casas de sus excelencias los presidentes municipales, salió de Parral arrojado por la decisión de un pueblo encabezado por una muchacha. La multitud siguió a los yanquis disparando sobre ellos. En su huida tuvieron tres muertos y siete heridos, más siete caballos muertos y otros dieciséis heridos el mismo Thomkins resultó lesionado en un hombro.
Esta historia continuará………