Alcanzar la perfecta comunión entre dos instrumentos tan singulares como la viola y el bandoneón, en un proyecto único que exuda pasión y drama, «ha sido todo un tango«.
Son las palabras tan atinadas, como cada nota que ejecuta, con que la violista Astrid Cruz define Tango Mortale, el dúo formado con el bandoneonista argentino naturalizado mexicano César Olguín, que afina detalles previo a su siguiente presentación.
«Este dúo es muy especial, porque justamente se conjuntan esos instrumentos que vienen a ser como muy extraños», resalta Cruz (Ciudad de México, 1991) en entrevista desde el estudio de Olguín, de cuya ventana cuelga un promocional del próximo recital, el 4 de noviembre en el Foro Cultural Coyoacanense Hugo Argüelles.
«Es muy especial, justo, porque en el mundo no hay otro dúo así», sostiene la joven, a propósito de la inusual configuración que implicó para su compañero tanto adaptar piezas de Astor Piazzolla -de quien es devoto- para viola y piano, como Tanguano, como aventurar nuevas composiciones.
Lo cual, más que un esfuerzo, «es una carga», dice Olguín (San Luis, Argentina, 1954), siempre bromista y contrapunteando cada que puede, antes de arreglar: «No, ha sido algo verdaderamente muy agradable, muy reconfortante».
Acaso algo sorpresivo para el experimentado músico que se mostró más escéptico que entusiasmado ante la joven violista, quien en «un momento único del universo, la llamada del destino», como ella califica, lo abordó después de una presentación con la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, en 2017.
«La historia fue que ella se acercó a mí a decir: ‘Maestro, ¿podemos tocar algo de tango?’. Y yo le dije que no. Así fue», recuerda Olguín, cuya reserva radicaba en que se necesita más que ganas y deseos para mantener un proyecto así. «No es solamente la cuestión musical; también tiene que haber una compatibilidad en un montón de cosas».
«Era un salto de fe», estima Cruz, a quien el bandoneonista terminó por otorgar el beneficio de la duda, llevándole en un memorable encuentro en un lugar llamado Paraíso la partitura de un arreglo que hizo a la Milonga en Re, también de Piazzolla, que se convertiría en su primer trabajo como dúo.
Una de las piezas de su primer material discográfico, disponible en plataformas digitales, y que podrá escucharse en vivo el 4 de noviembre, a las 20:00 horas -y también el 12, en el Festival de Tango México, a realizarse en el Foro Ángela Peralta tras dos años de ausencia-, junto con otras sorpresas.
«Ahorita estamos preparando estrenos, preparando muchas cosas de Piazzolla, pero también de más compositores de tango tradicional, en nuestra versión de dúo», comparte la violista, y adelanta lo que le depara al público que acuda al Hugo Argüelles: «Van a escuchar drama, ese día la gente va ir a sentir pasión», subraya. «La intención es que pasen una noche agradable, que disfruten, que se sumerjan en el tango».
Ya sea en dúo, o quinteto -pues estarán como músicos invitados la pianista Frania Mayorquín, Juan José Espinosa en la guitarra eléctrica y el contrabajista Mario Cortés-, atestiguando esa electricidad que fluye de las cuerdas de la viola al fuelle del bandoneón, entre miradas chispeantes y una palpable tensión intrínseca.
«Parte de lo que ha ayudado a que nuestro dúo se formara y sea lo que es hoy es esa relación, esa comunicación, esa comunión que tenemos. No lo piensas, sólo es algo que sucede, y así es», destaca Cruz. «No importa ni la nación ni la edad ni el idioma. Sucede porque así es».
«Nacimos para tocar juntos, podríamos decir», sentencia Olguín.
Entre la muerte y la libertad
Originalmente llamados Claroscuro, por el contraste entre ambos, haciendo incluso algunas presentaciones bajo ese título, la dupla Olguín-Cruz optaría luego por Tango Mortale, que les parece más intenso y algo difícilmente de olvidar para el público.
Nombre que lleva en sí la quintaesencia del género, que si bien tradicionalmente resalta por la sensualidad, sus composiciones suelen discurrir en torno a tristezas, dolor y agonía ante la muerte y la pérdida.
«Hoy, más allá del tiempo y de la aciaga / muerte, esos muertos viven en el tango«, escribió Jorge Luis Borges.
«Esto del dolor de la muerte, sobre todo, está muy ligado a las viejas letras por el arrabal. Porque, bueno, (el tango) tiene un origen totalmente prostibulario, y eso era un ambiente de violencia y de injusticia social, etcétera», explica Olguín.
«Yo lo siento como una cuestión más bien nostálgica, aun cuando en determinado momento esa melancolía, ese pesar, de alguna manera también está relacionado con el dolor. En tal caso, será el sufrimiento que padecemos todos los seres humanos«, continúa el bandoneonista. «Por eso también el tango es internacional«.
Es como en el flamenco, añade, donde más allá de si se comprende la letra o no, «hay algo en esa pasión, en esa efervescencia, en ese fuego que emanan tanto musical como dancísticamente, que se deja sentir esa fuerza, esa pasión, que va aparejada con el dolor».
«De todas maneras, es un lugar en el cual yo en lo personal me siento que pertenezco; me siento libre, que estoy libre de la censura de todos, sobre todo de la autocensura. O sea, siento que ése es mi lugar, el lugar al que pertenezco», recalca.
Lo mismo que Cruz sintiera después de que la viola «la eligiera» a ella cuando tenía casi 15 años: «Llegó en un momento especial en donde te sientes ajeno al mundo, o yo me sentía completamente sola, no me hallaba.
«En cuanto empecé a descubrirla», prosigue, «para mí fue como: ‘Éste es mi lugar. Su color, su timbre es mucho más cálido; no tiene esa brillantez del violín, pero es profundo, carnoso, sin llegar a ser como los chelos. Justamente lo de enmedio, y para mí siempre ha sido el corazón, lo que junta todo».
Respecto al tango como vocación, cuenta la joven, éste se le apareció mientras estudiaba en la Escuela Superior de Música, tanto en festivales como en cuartetos en los que llegó a tocar Por una cabeza, de Carlos Gardel.
«Hay tangos que se tocan en la cotidianidad de las formaciones clásicas, pero no se tocan como se tienen que tocar, con esa pasión. Por eso digo: el tango es tango. Y me gusta, justamente, que ahí puedo ser libre», expresa Cruz.
Destino mexicano
El día que se despidió en Argentina de su madre, quien lloraba por su partida a México, Olguín la consoló diciendo: «No, mamá, en un año regreso».
«Bueno, ese año ya se hizo bastante largo», dice ahora, entre risas, el bandoneonista que lleva más de 40 años en el País, a donde llegó veinteañero junto a un amigo con una idea que hoy califica de «guajira».
«Queríamos trabajar acá durante un año, podernos comprar una moto y, al mejor estilo del Che Guevara, regresarnos a Argentina en moto», relata. «Y todavía no me he podido comprar la moto».
Pasados los primeros seis meses, el encanto por México, sus costumbres y su gente había cesado, y quería regresar, mas no tenía el dinero para hacerlo; «creo que ahora tampoco tengo para regresarme».
«Vino un amigo y me dijo: ‘Dale, yo te pago el boleto, ¿te regresás?’. Y yo dije: ‘No, si yo llegué acá por mi cuenta, me tengo que poder regresar solo; sería muy fácil así’. Ésa fue una de las tantas circunstancias que hicieron que me quedara», comparte el músico, aunque no resta mérito a la propia e inexplicable magia de vivir en un lugar como CDMX.
Lo cierto es que el nexo con México parecía casi innato para Olguín, quien comenzó a estudiar el bandoneón a los 8 años -a los 10 debutó en televisión, en un programa llamado Pibelandia-, y el primer tema que aprendió a tocar fue Ella, de José Alfredo Jiménez.
«El segundo fue un tango que se llama El Garrón; después, creo que el tercero fue una ranchera argentina que se llama Debajo del parral, y como el quinto o el sexto fue un corrido, Juan Guerrero, mexicano. O sea que la música mexicana estaba presente de alguna manera», refrenda el tanguero.
«Y bueno, hace 40 y pico de años aterricé acá para encontrarme con esta chica violista (Cruz) que nació en el lugar equivocado; debería haber nacido en Argentina«.
Un encuentro que, bromea, aún no ha podido dilucidar si «es un premio -por lo del Paraíso, cuando nos conocimos-, o es un castigo».
«La verdad no sé, no sabemos todavía. No podemos dilucidar si es paraíso o infierno», ironiza, riendo con su compañera de dúo. «Alguno de los dos debe ser».
¿Y la Orquesta Mexicana de Tango?
Los músicos invitados a la próxima presentación de Tango Mortale, como Mayorquín y Cortés, son viejos conocidos de Olguín.
«Los conocí porque en el año del lobo, ¡uuuh!, ellos se acercaron un poco para aprender las características de este tipo de música», comparte el tanguero.
«Y después ya hicimos una labor intensa con la Orquesta Mexicana de Tango«, agrega, acerca del ensamble que fundó en 2008, una consecuencia natural de su labor pedagógica con sus alumnos de bandoneón, que a su vez palió la ausencia de una agrupación así en un país tan cercano al tango como es México.
Proyecto integrado únicamente por mexicanos -incluso él, quien está naturalizado-, y que llegó a presentarse en espacios como el Lunario del Auditorio Nacional, pero que desafortunadamente ha debido parar por la falta de apoyo.
«Nunca contó con un apoyo (fijo) ni gubernamental o institucional, lo cual era bastante complejo, porque ya en las últimas presentaciones éramos 17 (músicos). Y si ahora mismo siendo dos nos cuesta mucho tener lugares, espacios de trabajo, no te quiero contar lo que pasa cuando hay tanta cantidad», lamenta Olguín.
«La labor que hizo la Orquesta de alguna manera fue importante, porque todavía en esos años había bastante apoyo por parte de entidades culturales o gubernamentales, de los estados y del Gobierno nacional», continúa. «Pero bueno, eso ya ves que ha ido desapareciendo».
Más que un stand by, dice el bandoneonista, en realidad la Orquesta prácticamente no existe en este momento; «no es viable, económicamente es muy complejo mover tanta gente».