José Elías Romero Apis
En estos días se cumplirán 45 años de la reforma político-electoral concebida e impulsada por Jesús Reyes Heroles.
Con muchísimas adiciones incorporadas durante casi medio siglo, ésta ha sido la reforma democrática más importante de la historia de México, desde que nuestra Constitución federal de 1824 instaló el republicanismo. No descuento las enormes aportaciones liberales de la Constitución de 1857, especialmente en cuanto a las libertades de ideas, de expresión y de asociación, así como de la Constitución de 1917, en cuanto a la limitación temporal del poder, merced a la no reelección.
Las más importantes aportaciones de esta Reforma 77 pueden resumirse en 4 incisos. El primero, que instaló la viabilidad fáctica y no sólo jurídica para los partidos políticos. Hasta más de los que se lo merecían, pero ninguno se quedó afuera. Como en todo, los hay de corazón y los de paga. Los de verdad y los de mentira. Los de méritos y los de réditos.
El segundo, que propició la competitividad real y no discursiva de la contienda electoral. Acepto que a veces se les pasó la mano en las dádivas, los privilegios y las prerrogativas. Pero tenemos que aceptar que, así como la seguridad y la salud, así como la diversión y el amor, así como el nacimiento y el fallecimiento, la democracia es cara y no gratuita.
El tercero, que permitió la equidad para atenuar las asimetrías existentes entre las fuerzas de la competencia electoral. Acepto que la equidad no fortalece a los débiles, sino que tan sólo los consiente. No convierte en partidos poderosos a los partidos milusos.
El cuarto, que impuso la imparcialidad mediante autoridades organizativas, arbitrales y judiciales que han cumplido, acepto que no siempre con excelencia, pero reconozco que siempre con suficiencia.
La Reforma 77 fue concebida como un sistema progresivo. Sin embargo, por causas inexplicables se congeló en su primer diseño. Los dineros, los privilegios y las prerrogativas que se crearon como transitorios mientras los partidos se desarrollaban y maduraban, se volvieron permanentes.
Ahora se plantea una reforma que yo llamo Reforma 22. Como es su propia naturaleza, es muy complicada de entender y de explicar, aun para los expertos, y no se diga para los que somos simples legos. Me he privilegiado con escuchar a varios de los mexicanos más conocedores y han tenido que repetirme la lección hasta tres veces para medio entender de dónde venimos, en dónde estamos y hacia dónde vamos.
Pero podríamos visualizarlos en 3 estancos. El primero es la nueva integración del Congreso de la Unión y de los congresos locales. El segundo es lo referente a derechos y obligaciones de los partidos políticos. El tercero es la transformación, designación y financiamiento de los órganos de autoridad electoral, es decir, el INE y el Tribunal Electoral.
No es tan sencillo concluir si esta Reforma 22 sería progresiva, regresiva o anodina. Parece progresiva en cuanto la eliminación del financiamiento público de los partidos, aunque esto debiera acompañarse de la mayor libertad para el financiamiento privado. Parece regresiva en cuanto a ciertos aspectos de equidad en la contienda y en cuanto a congresos locales. Y parece anodina en cuanto al Congreso de la Unión y a las autoridades electorales.
Pero me extraña que hoy atacan a las autoridades electorales los que han ganado las más recientes elecciones de presidente, de 22 gobernadores y de la primera fuerza en el Congreso. Y, por el contrario, hoy los que perdieron son los que las defienden.
O esto no tiene lógica o no vaya a ser un truco con el que nos están distrayendo de lo importante, de lo grave o de lo peligroso para ponernos a discutir una reforma que no nos hará ni más felices ni más seguros ni más respetados.
En la literatura de política, Macbeth es una tragedia de la mente porque los hechos fueron inventados, comenzando por las brujas. Pero La sombra del caudillo es un relato de terror porque los hechos fueron reales, comenzando por la matanza. Lo imaginario nos da susto. Lo verdadero nos da pánico.
