Jorge Fernández Menéndez
Mundial, corrupción y migrantes esclavizados
De niño, mi primer recuerdo es estar pateando un balón de futbol en el patio de mi casa. Desde entonces hasta ahora no hay deporte que me fascine más que el futbol cuando es jugado a alto nivel, en los grandes equipos, en las grandes selecciones. Y el Mundial, cada cuatro años, es la cereza de ese pastel. Eso nadie puede reemplazarlo. No dudo que Qatar hará un mundial bien organizado y donde se derrochará lujo, aunque el lugar, la fecha, la propia cultura deportiva del país dejen mucho que desear en el ámbito futbolero.
Pero en torno a Qatar hay demasiadas cosas que, antes de que comience el Mundial, se deben recordar. La decisión de adjudicar ese Mundial a Qatar en lugar de a Estados Unidos, como estaba prácticamente decidido, ha sido una de las más oscuras de los ya de por sí muy turbios negocios que ha tenido en su historia la FIFA. Una semana antes de la decisión, las autoridades de Qatar, que habían presentado su candidatura, pero que no tenían casi apoyos, se reunieron con el presidente francés Nicolas Sarkozy, que, a su vez, convocó a la reunión al entonces presidente de la Unión de Federaciones Europeas de Futbol, el excapitán de la selección francesa, Michel Platini. De allí salió un importante contrato de empresas qatarís con Francia y, repentinamente, el apoyo de la UEFA, del gobierno francés y de muchos dirigentes de la FIFA, además del respaldo de la Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol) a la sede de Qatar. Una investigación posterior del FBI demostró que, en muchos de esos casos, hubo pagos y apoyos, corrupción, pues, a distintos dirigentes. Varios de ellos quedaron destituidos o fueron procesados.
Pero Qatar se quedó con la sede. Era una tarea titánica porque se requerían estadios e instalaciones que un país pequeño como Qatar no tenía. El 85% de la población de Qatar son trabajadores migrantes de otros países, sobre todo de India, Nepal y Bangladesh, que no tienen derechos ni mucho menos ciudadanía, la tienen sólo los qatarís, que son poco más del 10% de la población, la originaria de ese territorio, que recibe un pago directo del Estado solamente por serlo.
Para construir la infraestructura que se requería para el Mundial se recurrió, evidentemente, a contratar a numerosos migrantes. Sólo para el principal de esos estadios, en Jalifa, se contrató a 3 mil 500. Pero no fue una contratación directa: el Estado se puso de acuerdo con sus grandes contratistas que, a su vez, se hicieron cargo de conseguir y pagar la mano de obra. India, Nepal y Bangladesh volvieron a ser los principales proveedores de mano de obra. Pero, para obtener un contrato de dos años, los trabajadores que aspiraban a ello tenían que pagar, antes de llegar a Qatar, una comisión a los contratistas, que oscilaba, de acuerdo al puesto, entre 500 a 4 mil 300 dólares. Su salario sería, en promedio, de 300 a 190 dólares mensuales. Los sueldos los entregaban los contratistas y, en ocasiones, se demoraban meses en hacerlo, y quien reclamaba era puesto en un avión y expulsado del país, porque esos trabajadores no tienen derecho alguno. Cuando no cobraban, el problema era mayor aún porque esos trabajadores se tenían que pagar sus comidas, que en el propio lugar de trabajo compraban, pero, además, no podían enviar dinero a sus familiares ni pagar los préstamos con los que habían pagado sus comisiones a los contratistas.
Las condiciones de trabajo de esos migrantes, según lo han denunciado instituciones como Amnistía Internacional, son lamentables. Viven en los propios estadios en los que trabajan hasta 12 horas diarias, duermen en habitaciones donde se turnan en ocho literas. En muchos casos, sus pasaportes, cuando llegaban, eran recogidos por los contratistas, que sólo se los entregaban al momento en que concluyeran sus contratos y regresaran a sus países de origen. Si había amenazas o protestas, inmediatamente intervenían las fuerzas de seguridad y podrían ser detenidos y expulsados sin pago alguno. Las jornadas laborales eran de cerca de 12 horas y, sobre todo en verano, cuando la temperatura llega a los 50 grados, se convertían en trabajos forzados. Tampoco esos migrantes temporales podían cambiar de trabajo: donde eran contratados se tenían que quedar los dos años.
Ésa ha sido la cara más oscura de Qatar 2022. No es la primera ni será la última vez en que la política y el dinero se entrecrucen con estas competencias que mueven enormes intereses comerciales y miles de millones de dólares, muchas veces en forma poco legítima. Simplemente hay que recordar el Mundial de Argentina 1978, realizado en el momento más feroz de la dictadura argentina, o el más reciente en Rusia 2018, cuando Vladimir Putin, en un capítulo previo a la actual invasión a Ucrania, acababa de ocupar la península de Crimea.
Disfrutemos esa gran competencia, pero no olvidemos que también está construida sobre sangre y lodo.
MARCHA DEL DOMINGO
Por un tema personal, no podré ir a la marcha del domingo en respaldo del INE. Me hubiera encantado estar. Creo que la mayoría de las marchas terminan siendo inútiles, pero aquella marcha de blanco contra la inseguridad de 2004 y la del próximo domingo son movimientos ciudadanos legítimos que deben ser escuchados. Salvo, claro está, que se piense que todos los que las respaldamos somos cretinos, hipócritas, rateros, conservadores y fifís. Casualmente, en 2004, el entonces jefe de Gobierno dijo lo mismo sobre quienes fuimos a aquella histórica demostración contra la inseguridad.