Pascal Beltrán del Río
El otro striptease
Dicen que la estupidez, el enamoramiento y la riqueza son cosas imposibles de ocultar.
Lo mismo sucede con el acarreo. No hay forma de esconder los autobuses en los que son transportadas las personas a las que obligan a asistir a un mitin.
Lo único que queda a los organizadores del acarreo en esos casos es alegar que los pasajeros de los camiones llegaron por voluntad propia, aunque con eso no logren engañar más que a los ingenuos y lentos de entendimiento, cuya condición, desde luego, siempre se nota.
No me queda claro qué tiene que ganar el presidente Andrés Manuel López Obrador al convocar a la marcha y mitin del domingo 27. Su popularidad no está en duda, pues hay muchas encuestas que dan cuenta de ella. Su capacidad de llenar el Zócalo, tampoco, porque lo ha hecho en muchas ocasiones y eso ya no sorprende más que a personas de pocas luces.
Ni modo que al gobierno le falte dinero para montar ese show. Así que, si le sale bien, es normal. Y si por algo no le sale o si algún grupo le agua la fiesta, pues mal. De ahí que el Presidente tenga mucho que perder y casi nada que ganar.
Además, las abuelas nos prevenían contra las consecuencias de festejarse a uno mismo. Una persona no se canta sola Las Mañanitas, pues resulta triste. Incluso en las redes sociales, tan llenas de vanidad, los usuarios que abusan de las selfies quedan mal parados.
Sólo hay dos razones para reunirse en El Ángel: festejar el triunfo de otro —generalmente un equipo de futbol— o para protestar. La movilización que encabezará el próximo domingo López Obrador no será ni una cosa ni otra. Según ha dicho el Presidente, de lo que se trata es de celebrar los resultados de su gobierno, es decir, de practicar la vanagloria.
Presumir los éxitos propios, además de ser de mal gusto, provoca que los críticos y malquerientes saquen a relucir las cosas que no han salido tan bien al autocomplaciente.
En el caso de este gobierno, pueden ser varias: el mal desempeño en la atención de la pandemia, que dejó cientos de miles de muertos; la inseguridad, que ha producido una cifra inusitada de homicidios dolosos y desapariciones; la falta de crecimiento económico, que tiene al PIB 3.6 puntos por debajo de su nivel de 2018; la multiplicación de los pobres, un sector que supuestamente iba a recibir una atención prioritaria; la persistencia de la opacidad, notoria en el alto porcentaje de contratos públicos que se otorgan sin licitación, etcétera.
Por si fuera poco —como le contaba aquí ayer—, antiguos aliados del gobierno, que han caído en la decepción, parecen dispuestos a aprovechar ese acto público para llamar la atención o cobrarse cuentas pendientes. Es el caso del magisterio disidente, que ya está plantado en el Zócalo, lugar donde pronto tendrá que levantarse el escenario que el Presidente usará para su mensaje. Tan le preocupa el tema al mandatario que ha dicho que no quiere ver a “provocadores” en su movilización.
No se ve, pues, ninguna ventaja para el gobierno. El acto olerá a rancio, pues a los más viejos les traerá recuerdos de mítines similares que organizaban los presidentes de la era autoritaria del siglo pasado y en el que el acarreo de los burócratas era descarado. Y se corre el riesgo de hacer enojar aún más a los chilangos, que aún no olvidan el plantón de 2006.
López Obrador ha negado que se trate de una respuesta a la marcha en defensa del INE, que se realizó dos domingos antes, pero eso es muy difícil de negar, puesto que vino a reemplazar a un mitin que ya estaba convocado para el 1 de diciembre y ahora será una marcha que parta de El Ángel, igual que aquélla.
El Presidente dijo que la marcha rosa había sido un “striptease”, porque, según él, las organizaciones ciudadanas convocantes habían exhibido su talante real, la de opositoras.
Si es así, la marcha y mitin del próximo domingo serán también un espectáculo de poca ropa, pues resultará imposible ocultar las maniobras que tendrá que llevar a cabo el oficialismo para su lucimiento o los contratiempos conduzcan a lo contrario.