Pascal Beltrán del Río
Agricultura e ideología
Mientras México endurece su posición sobre la importación de maíz transgénico, una larga lista de países va por la senda contraria, eliminando prohibiciones e incluso desbloqueando el camino para la siembra de variedades de productos agrícolas surgidas en laboratorios.
Apenas el 3 de octubre pasado, Kenia –el séptimo país más poblado de África, con 55 millones de habitantes– removió un veto contra organismos genéticamente modificados (OGM), impuesto hace una década, que ya estaba afectando la disponibilidad de alimentos. La medida fue una de las primeras adoptadas por el recién ascendido presidente William Ruto, cuyo gobierno se dijo dispuesto a “redefinir significativamente la agricultura mediante la adopción de cultivos resistentes a plagas y enfermedades”.
Como resultado de ese decreto, semillas transgénicas de maíz serán sembradas a principios del próximo año en 200 mil hectáreas del país. El Ministerio de Agricultura ha dicho que las plantas que germinen serán resistentes a la sequía, un problema que el oriente de África ha padecido desde 2010.
Kenia había hecho eco de las preocupaciones que se han manifestado en diversas partes del mundo sobre las supuestas consecuencias negativas para la salud humana por consumir alimentos transgénicos.
Sin embargo, dichos temores se han ido disipando por efecto de las investigaciones realizadas en instituciones académicas como la Kenyatta University. “No hay evidencia científica que ligue a la biotecnología con el cáncer”, declaró a la BBC el profesor Richard O. Oduor, del Departamento de Bioquímica y Microbiología de esa casa de estudios. “No dudamos en usar insulina genéticamente modificada, pero ¿nos preocupa comer alimentos transgénicos por efectos imaginarios?”, se preguntó el doctor Oduor, quien ha sido catedrático visitante en la Universidad de Leicester en el Reino Unido.
El maíz es el principal producto agrícola en Kenia y un alimento básico de sus habitantes, que lo usan para preparar ugali, el platillo más común del país. La adopción del maíz en Kenia ocurrió durante la colonización británica, a finales del siglo XIX. El total de la superficie sembrada es de 1.5 millones de hectáreas. En los últimos dos años, la producción se desplomó en una quinta parte –por efecto de la sequía y el aumento en el precio de los fertilizantes–, lo cual dejó a cuatro millones de personas en estado de inseguridad alimentaria aguda, de acuerdo con datos del Programa Mundial de Alimentos.
“El cambio climático, la sequía severa y el surgimiento de plagas, como el gusano cogollero y el barrenador del tallo, y enfermedades como la necrosis letal del maíz ponen en riesgo la producción de alimento y forraje”, sostiene el doctor Eliud K. Kireger, director general de la Organización para la Investigación de la Agricultura y la Ganadería.
La biotecnología ha ido desarrollando soluciones para muchos de esos problemas. Pero no sólo eso: una investigación, reseñada recientemente por las revistas Science y Nature, encontró que se puede incluso aumentar la cosecha de maíz en 10% mediante la modificación de un gen –conocido como zmm28– que permite un mayor crecimiento de la planta. La técnica, desarrollada por la empresa Corteva, consiste en elevar la expresión de dicho gen para alterar los parámetros de desarrollo.
Es difícil de entender –sin tomar en cuenta las obsesiones ideológicas– que un gobierno se oponga a la investigación científica que puede generar cultivos resistentes a los efectos del cambio climático, plagas y enfermedades, además de aumentar la producción.
El de México dice tener preocupaciones sobre los supuestos efectos cancerígenos de los OGM, pero esos temores no se manifiestan de la misma manera hacia la contaminación ambiental que producen los combustibles fósiles, cuyos efectos perniciosos sí están comprobados. Es paradójico, además, que la alerta sobre los transgénicos sea más estridente que la realidad de la inseguridad alimentaria y más relevante que mantener una relación sin sobresaltos con nuestro principal socio comercial.