Por José Buendía Hegewisch
Los saldos de las marchas
La disputa política deja ver otra de sus caras en la movilización popular. Podría pensarse que los partidos necesitan llevar su confrontación en las instituciones y los medios a la calle, pero la cuestión es qué saldos dejan estas pruebas de fuerza a ras de tierra. Las marchas anticipan señales de lo que puede ocurrir en el terreno de juego sobre el tono y manera de la elección presidencial con las alianzas y candidaturas.
Los gestos sustituyen el lenguaje cuando el balón sucesorio ya está en juego. La movilización enseñó a una oposición dispuesta a desafiar a López Obrador en un terreno que domina como estado natural. Este otro rostro de la cuestión expresa el cambio en el sistema de partido por la nueva hegemonía de Morena y la versión del presidencialismo reforzado como factótum de la sucesión tras el colapso del régimen de la alternancia en 2018. Van algunos apuntes.
1.- Si algo refleja el cambio de equilibrios en el sistema de partidos, es la desobediencia como arma de negociación de los desplazados en las candidaturas. Pero la amenaza del chapulineo político pierde atractivo entre los aspirantes de Morena porque no tienen a dónde ir cuando no son favoritos del Presidente. Ésta es la nueva realidad para presidenciables que se rezagan y su juego se reduce, como Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard.
Los aspirantes conocen bien los nuevos términos y las pocas ventajas de cambiar de equipo por la debilidad de la oposición. La ausencia de Monreal en la marcha no causó extrañeza por su distanciamiento con López Obrador desde hace 18 meses, cuando lo culparon de la derrota en la CDMX para suavizar el golpe a Sheinbaum tras el revés electoral. El único que podría romper es él, pero la eficacia del chantaje es dudosa y más su determinación de enfrentar al Presidente, salvo que el repudio haga insostenible su permanencia.
Su coqueteo con la oposición lo coloca en el punto de no retorno, como les sucedió a los dirigentes de IU con el obradorismo por negociar con Calderón la reforma de Pemex, pero cree que es más útil dentro para contener a los más radicales. Ya antes podría haber roto en 2018 por la CDMX. En realidad, no ve clara su oportunidad con Va por México, aunque le abran la puerta. Por ello intenta cruzar con la pértiga de la reconciliación equilibrios imposibles entre la indefinición de una candidatura opositora y señales de ruptura con una gira por el país con Santiago Creel para abogar contra la polarización de que se acusa a López Obrador.
2.- Ebrard también es poco factible que rompa, aunque las señales sucesorias recorten sus posibilidades. En la marcha fue el único en separarse de las corcholatas, como si pudiera caminar solo hacia la candidatura y recibió una fea agresión en la calle que, sin embargo, pasó desapercibida por su partido. Dentro de Morena lo señalan como una alternativa más moderada al “obradorismo”, lo que se traduce casi en desafío al Presidente.
Así, los gestos de apoyo presidencial dejan los bonos a favor de Sheinbaum como aspirante titular a la candidatura y Adán Augusto como suplente —como dicen en la jerga morenista—, por ser los que garantizan más lealtad y fidelidad para la continuidad del proyecto. Ella fue nada menos que la encargada por López Obrador de anunciar el marcador de la marcha.
3.- La oposición refrendó en la calle su diagnóstico de que, desunida, tiene poca oportunidad de desafiar a Morena, aunque hay poca claridad de pactar una candidatura común más allá de ir juntos en Coahuila y el Edomex. La movilización recuperó cohesión para repeler la reforma electoral contraria a sus intereses, pero la defensa del INE o la regresión democrática no son suficientes banderas para una propuesta alternativa. No parecen dejar atrás la idea de recuperar el régimen de la alternancia, como si ése fuera el deseo de la mayoría del electorado, incluso con candidatos que, como cartuchos quemados, hablan más del pasado que del futuro.
Las marchas acusaron pérdida de visibilidad como partidos en favor de empresarios, como Gustavo de Hoyos y Claudio X González, que, tras bambalinas, coordinan la resistencia antiobradorista. Se equivocan. Van tarde para recuperar protagonismo y posicionar candidatos que representen algo más que la reacción a la 4T para la franja de ciudadanía que salió a apoyarlos a las calles.