Por Juan José Rodríguez Prats
¿Humanismo mexicano?
Decir que la política es cultura me parece una perogrullada, es evidente por su naturaleza. Sin embargo, hay tiempos en que tenemos que repetir lo obvio porque, siendo tan elemental, muchos lo ignoran.
La política es administración pública, esto es, otorgamientos eficientes de servicios. La política también es derecho, es decir, la organización de la sociedad para garantizar la convivencia armónica. Evidentemente, la política no es discordia, tampoco confrontación estéril. Por eso se habla de antipolítica, politiquería o demagogia. La violencia es el antónimo de la política.
“Medir por todos los medios, medir y contar por todos los medios, contar, pero contemos y midamos las cosas que cuentan”. Esta recomendación que leí en alguna parte, me parece lo más pertinente para calificar nuestra situación actual.
Muchas novelas nos muestran lo que las personas sufren cuando hay malos gobiernos. Efectivamente, el Producto Interno Bruto, en su incremento o decremento, no es más que un dato. En contraste, lo que describen los literatos es más palpable y lo que lee uno hoy en día es que los mexicanos estamos sufriendo. Ése es un hecho que no puede ser soslayado.
Prevalece un ambiente de malestar. Hay incertidumbre y miedo, combinación explosiva. Lo peor que un gobernante puede hacer a su pueblo, salvo reprimirlo, es humillarlo. Eso estamos viviendo todos los días y cada vez con más intensidad. ¿A dónde vamos? René Delgado aconseja “ataviarse de negro en señal de luto por la política”.
El sociólogo francés Francois Simiand (1873-1935) introdujo el término “historia evenemencial”, la cual define como una concepción simplificada, dándole relevancia a la simple filiación y seriación de los acontecimientos. Se refiere a los hechos que marcan, que tienen profunda repercusión por la atención pública que retienen y por los efectos que ocasionan en todo el entorno.
Siguiendo estas ideas, dos eventos, creo yo, van a marcar el devenir político de México: la manifestación ciudadana en defensa de instituciones y principios democráticos (13/nov) y la contramarcha oficial (27/nov). Jesús Reyes Heroles diría que la primera corresponde a un México que no acaba de nacer y la segunda a un México que no acaba de morir.
Hace más de un siglo, José Ortega y Gasset escribió un texto de asombrosa actualidad, Vieja y nueva política, en el que dice: “No basta con que unas ideas pasen galopando por sus cabezas; es menester que socialmente se realicen y, para ello, que se pongan resueltamente a su servicio las energías más decididas de anchos grupos sociales”.
López Obrador ha degradado el discurso presidencial. Desgraciadamente lo arrastró una inercia que hace muchas décadas viene mermando nuestra capacidad para entendernos. A pesar de que venía reflexionando sobre la definición de su proyecto, el domingo soltó irresponsablemente lo que a mi parecer es una colosal ocurrencia.
El humanismo es incompatible con el nacionalismo, su esencia es la universalidad. Los pensadores de todos los tiempos han insistido en que “el hombre, además de bienes y albedrío, es dueño del espíritu de sociabilidad que le induce a vivir en armonía con su prójimo”. Un humanista, como se autodefine el Presidente, no humilla ni mucho menos denigra a quienes no coinciden con sus posicionamientos ideológicos. Respeto y tolerancia son sus virtudes primigenias. La esencia del humanismo es la reciprocidad, la posibilidad del consenso y del acuerdo.
Hablar de un humanismo mexicano es un clásico oxímoron: la combinación, en una misma estructura sintáctica, dos palabras o expresiones de significado opuesto. Sembrar recelos y fragmentar a la sociedad riñe con las tradiciones que pretenden darle racionalidad a la política.
Sí, después de los eventos mencionados se esclarecen las propuestas hacia el porvenir. Usted elija.