Por Yuriria Sierra
Cien planas
Muy bien el Presidente ayer al enfatizar esto: “Estoy totalmente de acuerdo con las encuestas y el que participa tiene que aceptar el resultado…”, en respuesta a la reacción de Ricardo Mejía sobre la encuesta en la que no resultó favorito para ser candidato a la gubernatura de Coahuila.
Reconocer los resultados. Reconocer los resultados. Reconocer los resultados. Reconocer los resultados… etcétera, etcétera, etcétera… Muy bien el Presidente ayer al enfatizar esto: “Estoy totalmente de acuerdo con las encuestas y el que participa tiene que aceptar el resultado…”, en respuesta a la reacción de Ricardo Mejía sobre la encuesta en la que no resultó favorito para ser candidato a la gubernatura de Coahuila. La escuela del mal perdedor la traen los morenistas, por eso resulta necesario y urgente que sea el mismo Presidente quien llame al respeto de los procesos que su mismo partido impone.
Es buena idea pedir que se acepten los resultados, sean cuales sean. Y hacerlo desde el inicio, desde los procedimientos internos, alimenta mejor el espíritu democrático. Y cuando se habla de resultados en comicios locales o federales, qué suerte tener al Instituto Nacional Electoral para que cuide el debido conteo.
Muy bien el Presidente por expresar esto, porque eso implica un alto a cualquiera que desee lanzarse contra resultados no favorables, como se hacía en la vieja escuela, esa actitud de tomar calles por meses. Y un alto ahora es lo que deberían tener claro, porque, de no hacerlo, tendrían el terreno libre para desconocer los números que no aseguran una candidatura.
La respuesta que dio López Obrador ante la actitud de Mejía Berdeja debe servir para esto, porque no contener las malas actitudes democráticas pone en riesgo el terreno rumbo a los procesos electorales próximos. Ya tenemos un plan B que está por discutirse en el pleno y que, plagado de inconstitucionalidades, su sola discusión alimenta la sensación de incertidumbre.
Con el camino trazado para las corcholatas, más vale tener hoy la fuerza de advertir que no se permitirá arrebato alguno que ponga en riesgo la credibilidad de los procesos. Dejarlo pasar sería firmar una hoja en blanco para que, quien desee, haga lo que quiera con tal de asegurarse un lugar que la urna no concedió.
López Obrador tiene, por encima de todos, esa responsabilidad. Con su plan B de reforma electoral en la lista de espera de los pendientes que el Congreso desea concretar en tiempo pocas veces visto, de aquí hasta que sepamos el nombre de su sucesor o sucesora. En el Presidente recae ese trabajo democrático: el llamado a los integrantes de su movimiento a cumplir con una actitud institucional.
“Yo veo a Adán Augusto, a Marcelo y a Claudia y a todos muy amables y afectuosos entre ellos, respetuosos, pero siempre existe el diablillo…”, expresó también ayer en Palacio Nacional. Ya sólo mencionó a tres, porque la considerada cuarta corcholata alertó y parece que iba en serio en que se tomarían su tiempo en el Senado para discutir el plan B de la reforma electoral.
Reconocer los resultados. Reconocer los resultados. Reconocer los resultados. Reconocer los resultados… etcétera, etcétera, etcétera… Cien planas, porque, como pintan las cosas, a pesar del deseo de López Obrador de que no haya fracturas internas, al parecer ya es demasiado tarde para eso. Y él pudo ser el causante de ello.