Por José Elías Romero Apis
Todas las sociedades civilizadas desean el reinado de la justicia y de la seguridad. La entronización de Themis y el sometimiento a ella. Pero debemos tener mucho cuidado porque cuando esas sociedades se encuentran angustiadas ante el crimen y la injusticia, es frecuente que emerja el espíritu de Némesis y, entonces, los anhelos de justicia se convierten en ansias de venganza.
Por eso es importante distinguir entre la justicia como política y demanda pública, así como la justicia como asunto y querella particular. En el primer caso es muy razonable que todos demandemos la eficiencia de nuestras autoridades. En el segundo caso puede ser cuestionable que nos afanemos en casos que ni conocemos a fondo.
El clamor de los ciudadanos puede surgir por diversos motivos reales. El primero es por la sordera del gobierno. Esto es muy propio de la dictadura y me sirve de ejemplo el caso de Argentina en los 70 y la constancia de las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo. Esto no ha sido el caso de México donde no se ha instalado la tiranía, sino que la desatención gubernamental se debe tan sólo a la pura ineficiencia.
El segundo es porque la demanda de servicios haya superado a la capacidad de respuesta oficial, dicho esto en las palabras de John O’Connor. Este podría ser una parte del caso mexicano que proviene de un abandono político que ha condenado a los ramos de justicia a una insuficiencia presupuestal, a una disfunción orgánica y a una caducidad tecnológica.
El tercer caso lo puede ver en mi largo paso por la procuración de justicia. Comienza con un crimen cierto y real que conmociona o conmueve a la opinión pública. Ante eso, han surgido los que con todo derecho reclaman atención y solución. Pero, junto a ellos, surgen los que lo utilizan para trepar o para medrar hasta con el dolor o con el recuerdo de sus familiares.
Frente a esto es bueno para el funcionario, antes que nada, distinguir los móviles de los exigentes. Si los mueve la pureza, dedicarse a ellos sin descanso y sin cansancio hasta el logro de los resultados esperados. Se lo merecen y se les debe. Pero si lo que los mueve es la vileza, saber que esa imperativa dedicación nunca logrará el beneplácito de los demandantes. Que ellos no quieren justicia, sino que quieren otra cosa, pero se equivocaron de ventanilla.
He tenido la oportunidad de intercambiar reflexiones y preocupaciones sobre esta cuestión con José Luis Cervantes. Le preocupa la ley y le preocupa la gente. Qué bueno que así sea. De poco serviría un fiscal que quiera salvar los mandatos de la ley a costa del bienestar de las personas ni un fiscal que acepte sacrificar a la ley para satisfacer el gusto de los individuos.
¿Themis o Némesis? ¿Justicia o venganza? A los que piden justicia estamos obligados a dársela y a explicarles el límite hasta el que nos concede la ley. Brindarles nuestra transparencia a ellos, a sus abogados y a sus observadores. Esos legítimos solicitantes de seguro nunca nos pedirán más allá de eso.
A los que nos piden capricho o venganza, preguntemos ¿qué quieren que hagamos de aquellos en lo que no nos permite la ley? ¿Que los enchiqueremos, que los torturemos o que los ajusticiemos? ¿Que si están dispuestos a solicitarlo por escrito en una acta ministerial o judicial? ¿Que si saben que eso los convierte en autores intelectuales o mediatos de un delito grave?
Democracia sin ley y sin justicia. El linchamiento. El enjuiciamiento popular. La pura voluntad de las mayorías sin encauzamiento de normas ni respeto de principios. El mitin, el plantón, la marcha, las pintas o los símbolos como instrumento de demanda o de resolución.
La democracia sirve para lograr lo que queremos. La justicia sirve lograr lo que debemos. La democracia se finca en la voluntad. La justicia se finca en el deber. La democracia triunfa cuando el pueblo ha sido complacido. La justicia triunfa cuando el pueblo ha sido respetado.
Sin mayores adjetivos y sin adicionales engaños, eso se llama justicia a secas.