Por Pablo Hiriart
La guerra contra la prensa: cooperas o cuello
Desde el gobierno se presiona a dueños de medios de comunicación; el que no se subordina recibe el desprecio público del presidente de la República
El periodismo en México está bajo fuego, y éste proviene del crimen organizado, que cuenta con la indiferencia del gobierno.
Dicho claramente: el Presidente nos detesta.
Eso no lo convierte en criminal, está en su derecho.
Lo que provoca muertes es su irresponsable ninguneo hacia los ataques y amenazas que padecen quienes ejercen la libertad de expresión.
Mientras atacan a periodistas, el titular del Ejecutivo toca la lira.
No es una apreciación subjetiva, porque ahí están las estadísticas, los asesinados, los secuestrados, los atentados, y grabadas están sus declaraciones.
Desde su gobierno se presiona a dueños de medios de comunicación: el que no se le subordina recibe su desprecio público.
Y para que el periodismo no sea una actividad rentable, su partido aprobó a fines del año pasado, Día de los Inocentes, una ley que restringe casi a cero la publicidad de gobiernos estatales (ver reportaje de Proceso, Ley General de Comunicación Social: asfixia económica para los medios).
El objetivo no es ahorrar, como no lo es en el caso del INE ni en ningún otro: sino desaparecer medios críticos y que la única forma de supervivencia sea convertirse en tapete de sus estrafalarias ocurrencias.
O que algunos medios de plano se pongan al cobijo de grupos económicos poderosos, cuyas cabezas están sujetas a la extorsión de funcionarios que hacen uso faccioso de la justicia.
Entre el criminal y el periodista, el Presidente suele preferir al primero. Para él un asesino es producto de la injusticia, del clasismo y de la desigualdad.
Un periodista que lo cuestiona, o tiene otra opinión, es una pluma al servicio de la mafia del poder.
Es decir, el sicario es el periodista, no el criminal.
Si fuera un defensor de la libertad de expresión, como prometió al ganar las elecciones –y hubo quienes le creyeron–, se pondría del lado de periodistas y escritores, con la fuerza que le da ser el jefe del Estado mexicano.
No es el caso. López Obrador inventa hipótesis que apuntan a los periodistas por los atentados que sufren.
Aquí ocurre 20 por ciento de los asesinatos de comunicadores que se dan en el mundo. Y el Presidente como si nada.
Chacotea, los ataca, se lava las manos y toca la lira, como en su conferencia de ayer lunes.
Sus puyas contra colegas ocurrieron menos de una semana después del secuestro de periodistas en Guerrero, exhibidos como trofeo, encadenados, por criminales.
Ni en México ni en instancias internacionales López Obrador ha recibido un llamado de atención a la altura de su irresponsabilidad.
Él es el responsable político de que México sea el país más inseguro del mundo para practicar el periodismo.
Apenas el viernes vimos a los periodistas secuestrados por un grupo criminal en Guerrero, atadas sus manos con cadenas que llegaban al piso, descalzos, aterrorizados.
Los criminales les indican qué decir ante las cámaras: un mensaje de arrepentimiento por haber escrito sobre La Familia Michoacana, en su portal de noticias Escenario Calentano.
Los presentaron igual que los secuestrados por el Estado Islámico en Siria o en el norte de Irak, sólo que en Guerrero.
Luego de la matanza en San Miguel Totolapan, con 23 asesinados, entre ellos el alcalde, Escenario Calentano publicó un texto sobre los crímenes e impunidad del grupo, que terminaba con el exhorto: “Fuera La Familia Michoacana” de Tierra Caliente.
Como respuesta vino el secuestro de un reportero y dos administrativos, su exhibición encadenados, junto al aviso del grupo criminal de que, tarde o temprano, siempre dan con quienes los señalan. El administrador del portal sigue desaparecido.
¿Dónde estaba el gabinete del gobierno de Guerrero el fin de semana? En las tres fiestas de cumpleaños del papá de la gobernadora, Félix Salgado Macedonio: una en Iguala, otra en Acapulco y otra en Chilpancingo.
El festejado estaba feliz. Con él, cantaron su hija Liz, presidenta del DIF estatal, y su hija Evelyn, la gobernadora.
Les importa un bledo.
El domingo conversé, en un encuentro casual, con Elena Chávez, autora del libro El rey del cash, y me enseñó la foto del expediente que le abrieron, con miles de páginas, con una demanda en su contra por daño moral.
El altero de papeles parecía un suntuoso pastel de bodas: demanda por 70 millones de pesos, de parte de un prófugo por maltrato animal, que se escapó del país y convenientemente apareció ahora, dos años después, para demandar a la autora de El rey del cash.
La demanda del maltratador le llegó el jueves. En menos de un mes la fiscalía capitalina le había armado un expediente de miles de hojas.
También este domingo se cumplió un mes del atentado para matar al periodista Ciro Gómez Leyva. Y por lo visto, en lo que parece ser un buen trabajo del jefe de la policía capitalina, Omar García Harfuch, hay decenas de implicados y detenidos en la autoría material.
Ese sí fue un complot enorme.
López Obrador ya había elaborado una calumniosa hipótesis: fue autoatentado para subir el rating del periodista o para perjudicarlo a él.
Y ayer lunes el Presidente hizo mofa de periodistas, los atacó, los puso en la trinchera de sus enemigos, y se recreó dando consejos a los publicistas de las campañas que vendrán en el Estado de México y en Coahuila.
Los criminales cuentan con la frivolidad e indiferencia del Presidente de la República, cuando de atacar a periodistas se trata.
En esas manos estamos.
