Por Yuriria Sierra
Jacinda
Ella, una de las mejores, se va. Las palabras no pudieron ser más precisas para una líder tan reconocida. Jacinda Ardern se convirtió en primera ministra de Nueva Zelanda cuando tenía 37 años, esto la colocó como la figura de Estado más joven en el mundo.
Lejos de la inexperiencia, su presencia trajo consigo dinámicas fuera de todo protocolo, mismas que refrescaron el ámbito político global que, en ese entonces, estaba inundado de nombres y costumbres como las ejecutadas por Donald Trump o Vladimir Putin, donde lo que importaba no sólo era lo que decían, sino que eran ellos quienes lo hacían.
“Tenía la esperanza de encontrar lo que necesitaba para continuar durante ese periodo, pero, desafortunadamente no lo he logrado. Estaría perjudicando a Nueva Zelanda si continuara…”, ¿se imagina usted al expresidente de EU o al actual mandatario ruso expresando algo como esto? Ardern decidió no presentarse a reelección, en su mensaje, aseguró ya no tener la energía suficiente para continuar y dejó un mensaje: “Espero dejar a los neozelandeses con la convicción de que se puede ser amable, pero fuerte, empático, pero decidido, optimista, pero centrado… de que puedes ser tu propio tipo de líder, uno que sabe cuándo ha llegado el momento de irse…”.
Figuras políticas que valdría la pena conservar en activo, que urge porque sean el común en todas partes del mundo. Y es que en el planeta entero, la política está llena de figuras narcisistas, lados opuestos a figuras como Ardern.
Varios son los momentos que se le reconocen como parte de su legado. Desde luego su manejo de la pandemia. Aisló a su país de inmediato para contener la propagación del virus y, aunque esto trajo consecuencias económicas, fue también Nueva Zelanda uno de los primeros países en el mundo en regresar a la “normalidad”. Esto le aseguró triunfos electorales, pero en un ejercicio de autocrítica, tan poco recurrente en otros líderes, sentenció que justo las secuelas de la pandemia eran causante de la factura política que debía pagar, en los últimos meses su popularidad cayó, pero justo también por esto, es que optó por dejar el cargo, lejos, lejísimos del discurso que se aferra al poder. Ardern entendió cuando debía decir adiós, lo que pocas veces vemos en un planeta inundado de líderes que hacen campaña por años y que se mantienen así a pesar de ya estar en el gobierno. O aquellos otros que insisten en regresar o que desconocen resultados de elecciones, que llaman a sus seguidores a que apoyen proclamaciones “legítimas” de mandato o que envían mensajes cifrados para que tomen por la fuerza lo que las urnas no les concedió.
Jacinda Ardern está al otro extremo de esos personajes tan necesitados de atención, que requieren un micrófono para soltar monólogos. En 2019, cuando la aún primera ministra de Nueva Zelanda debía ofrecer un informe de gobierno, no organizó un evento que le asegurara aplausos en el patio de un recinto frente a invitados estratégicamente elegidos, rindió cuentas a través de un video de apenas 120 segundos de duración, en el cual enlistó los logros de su administración en sus dos primeros años como jefa de Estado. Un mensaje de dos mi-nu-tos. Qué envidia, ¿no?
ADDENDUM
Además, Jacinda Ardern rompió varios techos, no sólo el de la edad: se convirtió en mamá y conjuntó está labor con el trabajo político sin que uno restara mérito al otro, incluso su bebé asistió a asambleas de la ONU e interrumpió mensajes virtuales que su madre ofrecía durante el confinamiento.