Ruben Moreira
Parece una frase común, pero así fue, nací durante la década de los movimientos sociales que cambiaron al mundo en el siglo pasado: los 60. Mitad neoleonés y orgulloso saltillense, pasé muchos días de mi infancia en un Monterrey que salía del provincianismo para convertirse junto con San Pedro, Santa Catarina, San Nicolás y Guadalupe, en la capital industrial de México.
En el mundo: la Guerra Fría y Vietnam, la construcción del Muro de Berlín, la Revolución Cubana, la carrera espacial, el rock and roll, los hippies, las protestas estudiantiles, la liberación femenina; en Monterrey: el movimiento por la autonomía de la Universidad de Nuevo León, las protestas por el uso de la minifalda, la moda de la psicodelia, los niños trasladándose del juego en las calles al asiento frente a la televisión a color y la industria en acelerado crecimiento, con la promesa de estabilidad económica para miles de familias regias. Eran también los días de la Liga Comunista 23 de Septiembre y de los reclamos en Tierra y Libertad.
Quién iba a decir que para 2018, Monterrey y su área metropolitana constituirían la urbe más contaminada de México, y que en 2023 disputa el deshonroso primer lugar con Guadalajara y Metepec, muy arriba incluso de la capital del país, que está en séptimo lugar.
La situación es aún más compleja: expertos medioambientalistas advirtieron en junio de 2021, durante el “Foro Nuevo León Mañana sobre Desarrollo Sustentable: Medio Ambiente y Cambio Climático”, que el estado se encuentra en situación crítica en seguridad hídrica, pérdida de biodiversidad, manejo de residuos y calidad del aire, problemas que no se resolverán sin una adecuada planeación y sin un cambio cultural de la población sobre esos temas.
En particular, la situación de la contaminación del aire es compleja, pues Monterrey tiene, además de los emisores urbanos comunes, como vehículos automotores, un gran problema por la quema de combustibles fósiles y una elevada actividad industrial. No soy experto, y eso se nota, pero es evidente que la majestuosa Sierra Madre impide que salga la contaminación del valle. Lo vemos quienes viajamos de Saltillo. Urgen políticas públicas para disminuir las emisiones. Urge que las autoridades locales pasen de las redes sociales a las mesas de trabajo y afronten la crisis medioambiental.
De acuerdo a la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales, la generación de electricidad y la refinación de petróleo generan casi el 70 por ciento de las emisiones en el área metropolitana de Monterrey, además que aportan el 81 por ciento del dióxido de azufre y el 20 por ciento de partículas dañinas.
México es el cuarto país que más produce dióxido de azufre, conocido como SO2, por refinación de petróleo, principalmente, y la planta de Cadereyta ocupa el lugar número 18 en el mundo en emisiones de este contaminante. Es una planta anticuada, sucia y con un montón de historias de ineficiencia. Para colmo, dentro de la mancha urbana.
Los efectos del SO2 en la salud y el medio ambiente son muy graves. Por una parte, produce irritaciones en ojos, garganta y vías respiratorias; por otra, es precursor de la lluvia ácida que puede provocar la acidificación en acuíferos y suelos. Junto con otros compuestos como el amoniaco genera partículas PM2.5 o de rango inferior que son el parámetro en la medición de la calidad del aire. Su potencial dañino puede acumularse en el organismo y mermar la capacidad respiratoria hasta causar, incluso, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), que es progresiva hasta ser mortal.
Por todo esto, presenté en la Cámara una Proposición con Punto de Acuerdo para exhortar a las autoridades medioambientales a que evalúen, con base en estándares internacionales, la situación que guarda la contaminación atribuida a la Refinería de Cadereyta, y se atiendan las afectaciones que ésta provoca en el medio ambiente y en la población.
Es urgente que ayudemos a Monterrey, y aún más que México haga serios esfuerzos por transitar hacia la producción de energías limpias en lugar de privilegiar la quema de combustibles fósiles.