Por Juan José Rodríguez Prats
¿Alianzas?
México está extraviado. Demolió al viejo régimen autoritario emanado de la Revolución que prevaleció casi un siglo, pero ha sido incapaz de reemplazarlo por algo que se aproxime a un auténtico Estado de derecho. El peligro es mayúsculo. Deambulamos entre la dictadura y la anarquía.
Si mal no recuerdo, Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química, hablaba de que en la evolución de los sistemas hay momentos en que todo estalla, o se corrige y mejora. Eso acontece también en política.
El principio fundamental que debe motivar una alianza es la preeminencia del interés nacional. Desde luego, impedir la continuidad de las políticas del actual gobierno corresponde a ese principio; sin embargo, aun ganando Morena la Presidencia de la República en 2024, es inviable prolongar los fracasos en que ha incurrido el actual gobierno. Sea quien sea el ganador, lo importante es vigorizar las instituciones desde el Poder Legislativo hasta los organismos constitucionales autónomos. Son una prioridad ineludible. Su actual deterioro en mucho es culpa de los partidos políticos y de la ciudadanía en su conjunto.
Sí, vivimos un momento crucial, algo así como un punto de inflexión. Lo que suceda en los próximos meses será un factor determinante en el comportamiento de muchas generaciones, dejando una profunda impronta en nuestra cultura. Dentro de la maleza de declaraciones del fundador de la autodenominada 4T hay una idea que me parece de la mayor trascendencia: “Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya saben que cuando se necesita defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos. No así con sectores de la clase media ni con la intelectualidad. Entonces no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”. En otras palabras, no constituye un ideal democrático. Es un maléfico proyecto de sometimiento que intenta la degradación del ciudadano para convertirlo en súbdito. Es la repetición de muchos episodios nefastos en la historia que es “la maestra de la política”.
Cuando se ponderan los atributos de los dirigentes partidistas que pugnan por la alianza, uno se siente “entre Caribdis y Escila”, los dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de un estrecho canal.
Después de estas reflexiones iniciales, como político militante del PAN, expongo mi posicionamiento, de acuerdo con mi real saber y entender.
¿Qué hacer? El 3 de noviembre de 1928, Manuel Gómez Morin le escribió a José Vasconcelos (de quien Alfonso Reyes dijo en su oración fúnebre: “A ti que dejaste una cicatriz de fuego en la conciencia”) las siguientes palabras: “En resumen, ¿vale más lanzarse a una lucha que pueda llevar a grupos contrarios al exterminio para lograr el triunfo inmediato o perderlo todo, o vale más sacrificar el triunfo inmediato a la adquisición de una fuerza que sólo puede venir de una organización bien orientada y con capacidad de vida?”.
El PAN, decía Carlos Castillo, es un partido de abolengo; es decir, que tiene ascendencia de abuelos o antepasados, que tiene tradiciones y doctrina. También agrega: “Sin noción del bien común, sin proyecto valioso, la política se vuelve pura opresión o técnica bruta”. Ahí está la respuesta. Desde 1952, con Efraín González Luna como su primer candidato a la Presidencia de la República, hasta 2018, cuando postuló a Ricardo Anaya (exceptuando el proceso de 1976 que por conflictos internos no participó en la contienda presidencial), ha sido el partido más consistente en el escenario nacional y le ha ofrecido a sus militantes y a la ciudadanía una opción para México. Eso es en acatamiento, tanto a la normatividad jurídica del Estado como a sus ordenamientos internos.
Desde luego que en sus filas hay quienes pueden asumir ese desafío. Procedamos en consecuencia.