Por: Willem Veltman & Luis A. Valdés Blackaller
(parte 1 de 3)
En publicaciones pasadas ya les hemos platicado sobre los ataques frecuentes de Apaches y Comanches a los colonizadores españoles en la región norte de la Nueva España. Estos ataques estaban enfocados en robar caballos, mujeres y niños: caballos, por su importancia de movilidad de los indios; mujeres, para asegurar “sangre nueva” en las tribus indias que también batallaban con problemas de incesto; y niños, para utilizarse como esclavos en sus campamentos, cuidar la caballada, etc.
El secuestro del niño Avelino Fuentes de Hoyos, en junio 1838 en Castaños, fue uno de los muchos ejemplos.
Otro caso de robo de niños fue el de Miguel Múzquiz: nació alrededor de 1820 en Santa Rosa María del Sacramento (hoy ciudad de Melchor Múzquiz, Coahuila), y fue capturado por apaches mescaleros. Miguel se crio con ellos, y se casó con una mujer apache, y tuvieron un hijo Alsate, quien llegó a ser un importante jefe apache.
El 17 diciembre 1849 el mismo jefe Alsate, con un grupo de apaches mescaleros, apaches lipanes y comanches estaban reunidos en un paraje llamado Aguaje de la Rosita, listos para atacar la villa de Santa Rosa María del Sacramento. El ataque estaba planeado para la víspera de Navidad, cuando prácticamente todo el pueblo estaría en la iglesia. Pero un cautivo llamado Marín Ortiz, que se había escapado de los apaches, pudo avisar a las autoridades del pueblo.
Este evento fue reportado en el periódico nacional “El Siglo Diez y Nueve”:
El señor presidente del Ilustre Ayuntamiento de Santa Rosa con fecha 29 de diciembre último me comunica lo siguiente:
“El señor Don Andrés de la Garza comandante de la fuerza de vecinos voluntarios de este valle que marchó el día 21 del corriente (ed. 21 diciembre 1849) sobre el pueblo de lipanes, mezcaleros, gileños y comanches que se haya en la sierra del Carmen, según el informe que dio el joven cautivo Marín Ortiz con fecha de ayer me dirigió el parte siguiente. Unidos los setenta y cinco vecinos que usted se sirvió poner a mis órdenes, con veintisiete hombres de la colonia militar de San Vicente al mando del señor coronel Don Francisco de Castañeda, dormimos la noche del 22 en el Paraje del Oso, donde por la misma noche se nos agregaron 26 individuos de tropa de la colonia militar de Monclova Viejo (presidio a 25 km al noroeste de Piedras Negras, en las orillas del rio San Rodrigo), cuyo auxilio se pidió desde este valle, con el fin de verificar con esa fuerza más, la campaña sobre la sierra del Carmen. El 23 por la mañana, con ciento veintiocho hombres, incluso siete oficiales vecinos, levantamos el campo, haciendo alto a las diez del día en paraje del Chiltipín, con el objeto de esperar allí unas reses que se mandaron llevar para proveer de carne a la partida.
A las tres de la tarde salieron cinco hombres, a explorar la agua de la Rosita, y a las cuatro emprendimos la marcha para el mismo punto. Serían las siete de la noche, cuando sobre la marcha misma, avisaron nuestros exploradores que los bárbaros en gran número estaban parados en la citada agua de la Rosita, donde según las apariencias tenían determinado hacer noche. Inmediatamente se dispuso hacer alto por el jefe de la expedición que lo era el citado señor Castañeda, y allí mismo se nombraron veintidós hombres para la derecha a las órdenes del Alférez de la colonia de Monclova Viejo, Don Antonio Galán, igual número para izquierda, cuyo mando se confió a mi persona, cuarenta y siete de infantería para el centro al cargo del esperado Señor Castañeda, y treinta y tres que debían quedar allí mismo al mando del vecino Justiniano Elizondo, para guardar la caballada y monturas de la infantería con todos los demás útiles que nos eran embarazosos para el combate. Con tales disposiciones y con la orden de guardar en el campo el mayor silencio se determinó atacar al enemigo al amanecer del día 24, esperando a pie firme la hora conveniente para marchar sobre su campo.
Para poder determinar con el acierto posible el momento de nuestro movimiento, se mandaron dos hombres pie a tierra a caminar de cerca la posición y distancia de los enemigos; y dando aquellos la vuelta, dieron parte que el mismo enemigo estaba colocado en la parte derecha del arroyo, y distaría de nosotros cosa de una legua. En tal concepto se acordó movernos a las cuatro y media de la mañana, lo que en efecto se verificó, llevando avanzados los indicados espías. Después de haber caminado un rato considerable, los repetidos espías avisaron que el enemigo distaría ya de nosotros, unos cuatrocientos pasos; y en atención a que faltaba para amanecer más tiempo del necesario para andar aquel terreno, se hizo alto. Al romper los horizontes, continuamos la marcha a paso redoblado, más viendo que nos amanecía enteramente, que los enemigos habían descubierto ya en la llanura a nuestra izquierda, que todos por tal motivo se ponían en movimiento, y que aun estábamos retirados de ellos, cosa de mil y quinientos pasos, se mandó que la infantería marchase a paso veloz. Nos hallaríamos inmediatos al campo del mismo enemigo unos ochocientos pasos; y en consideración a que varios indios montados ya se dirigían sobre la caballada, perdida del todo la esperanza de sorprenderlos en el campo, y siendo necesario batirlos sin ningunas de las ventajas que nos habíamos prometido, mandó el jefe que atacase nuestra caballería, para ver si lograba siquiera la caballada.
Nuestros valientes de la izquierda sin arredrarse con el excesivo número de los contrarios, ni con la excelente posición que ocuparan, en la falda montañosa y quebrada de una loma, cayeron sobre la caballada inmediata al campo, la cual quiso defender, aunque en vano la caballería enemiga. Puesta la caballada en paraje distante del combate por unos cuantos hombres, volvieron estos a sostener a sus compañeros, quienes haciendo frente con glorioso esfuerzo a los fuegos de la infantería y caballería enemiga, daba tiempo a que llegase nuestra infantería, y para que la derecha sin ser vista de colocarse en la corona de la loma. Después de un fuego animado por una y otra parte, ocupada la atención del enemigo con las acometidas de nuestra izquierda, cayó sobre él nuestra infantería sin ser vista y rompiendo a quema ropa un fuego horroroso, lo desalojó de su campo, obligándolo a huir, subiendo rectamente la loma, pero la derecha que hasta entonces permanecía inmóvil e ignorada del enemigo, lo recibió allí con un fuego no menos vivo, y perseguido de cerca por la infantería, dirigió su fuga al hilo de la ladera, hasta llegar a un bosque que se levanta parte en la misma ladera, y parte en la cima. Nuestros esforzados infantes esforzados sin detenerse, entraron también al mismo bosque donde el enemigo hizo pie; y después de sostenerse por ambas partes un fuego animadísimo, se notó que aquel acababa de ocupar unos fortines que encubría el mismo bosque.
~ a ser continuado la próxima semana ~
Contribución de: Willem Veltman & Luis Alfonso Valdés Blackaller, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Francisco Rocha Garza, Juan Latapí Ortega, Oscar Valdés Martin del Campo, Ramón Williamson Bosque.
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