Por José Elías Romero Apis
Tengo el temor de que los jóvenes de mi país lleguen a creer que es una condición normal la falta de seriedad que hoy se vive en México y en otros países. Nada más alejado de mis deseos. Quisiera explicarles que estas eras son cíclicas. Que México ha vivido tiempos de gran aprecio por la seriedad y otros de alta entronización de la charlatanería.
Ese péndulo valorativo fue el que hizo que, en ciertos momentos, fueran presidentes hombres serios como Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos o Miguel de la Madrid, así como que en otros momentos no se valoró la seriedad de Francisco Labastida, de José Antonio Meade o de Antonio Ortiz Mena.
La seriedad es la diferencia entre nuestra expropiación petrolera y nuestra expropiación bancaria. Entre nuestros gabinetes de lujo y nuestros gabinetes de cuates. Entre los discursos para cambiar de vida y los discursos para cambiar de canal.
No estoy diciendo que la política deba ser rígida y amarga, sino optimista y apetitosa. Robert Kennedy me sirve de ejemplo porque fue un político mucho más serio que su hermano John, pero su discurso siempre fue mucho más atractivo y mucho más atrayente.
No tenía el discurso dramático que lo presumiera como el hermano del presidente asesinado ni el discurso cómico que lo ofreciera como el “cuñado” de Marilyn y de ocho más. Como era serio, no necesitaba disfrazarse de serio. Como era entusiasta, no necesitaba disfrazarse de merolico.
En un tema más burocrático, lo diré muy claro con un solo dato muy duro. En México, el crimen ha medrado porque es una organización seria, mientras que la seguridad ha fracasado porque no ha sido seria. En el lado de los gánsteres, el que no cumple, desaparece o se muere. En el lado de los gobernantes, el que no cumple, medra y asciende.
Siento y presiento que los jóvenes ya no aguantan y que se rebelarán en contra de un mundo de charlots que les regatea la seriedad, con sus naturales consecuencias de deshonestidad, de irresponsabilidad y de incapacidad. Que ya no creen en todo lo que nos dicen y así me lo preguntan en nuestros días refiriéndose a dos casos: el proceso de Genaro García Luna y el secuestro en Matamoros.
No creen que un jurado pueda ser de personas tontas que admitan como ciertos los testimonios de malandrines sin recurrir a otro tipo de pruebas y de testigos. Que una defensa pueda ser tan tibia y que ambas partes actúen como si ninguna quisiera ganar en el proceso. No lo creen y yo tampoco lo creo, aunque ya no soy joven.
Tampoco creen que no parezca importante quiénes eran los secuestrados en Matamoros. Que vinieron a consultar a nuestros médicos. Que sus agencias investigadoras se involucren desde las primeras horas cuando no lo hacen con otros delitos contra sus nacionales en el resto del mundo. Que el procurador general de Estados Unidos dicte una conferencia de prensa sobre el asunto. Que la Casa Blanca se exprese de inmediato en rueda de prensa. Los jóvenes no lo sienten normal y los viejos tampoco.
Ésos son ejemplos mínimos de algo que no nos afecta ni hoy ni en el futuro. Pero hay otros temas nacionales que son de nuestro mayor interés. Las nuevas generaciones hoy desconfían de los gobiernos y de los partidos, de la seguridad social y de la educación pública, de la Policía y del Ejército, de los comerciantes y de los profesionistas, de la historia y del futuro.
Por fortuna, ya aprecian más a los diversos países porque son serios, que a los países porque sean ricos o porque sean poderosos. Ya saben que o nos compartamos con seriedad o su tierra prometida será tan sólo un castillo en el aire.
Aclaro que no me gusta la severidad ni la intransigencia ni la represión. Soy de la juventud del 68 y me gusta la libertad, la tolerancia y la paz. Pero, por ser de esa generación, me gusta la seriedad. Aprendí, muy bruscamente y muy dolorosamente, que la política es una bebida muy fuerte y que es algo demasiado serio. Vi cómo los que perdieron, se murieron, y vi cómo los que ganaron, se destruyeron.