Por: Juan Latapi
Cada vez que se habla de tesoros siempre hay alguien que tendrá algo que platicar; que si un aparecido, que si un ruido, que si una lumbre, que una casa abandonada, que se aparece una marrana con marranitos, que un jinete sin cabeza pelando chicos ojotes, y otras tantas historias que pueden confundir si no se sabe distinguir entre lo que puede ser tesoro y lo que es un “extremo” de otro tipo. Dicen que donde hay tesoros hay “extremos”, que siempre se ve o se escucha algo sobrenatural que indica que ahí hay un tesoro escondido.
A principios de 2019 apareció publicado el libro “Los gambusinos. Relatos de tesoros”, escrito por Carlos Esquivel, quien narra de manera sumamente amena 10 historias sobre tesoros en la región de Monclova. Y es que cuando de tesoros escondidos se trata, Carlos es una de las personas que más sabe del tema y sus relatos tienen la cualidad de cautivar la atención como pocas personas logran hacerlo.
“Yo no sé si sea cierto – cuenta Carlos – pero dicen que las monedas de oro despiden un gas, como todos los metales. Que ese gas se va acumulando debajo de la tierra hasta que hace presión y rompe la superficie. Cuando el gas toca el oxígeno del ambiente a cierta temperatura, arde y se ve una lumbre que sale de la tierra. Lo que mucha gente no sabe es que el gas no siempre sale hacia arriba derecho, sino que va buscando los poros en la tierra y lo más probable es que viaje en diagonal, y que a veces recorra una parte horizontal y luego suba. Por eso, cuando buscan y escarban para abajo, donde se ve la lumbre, no encuentran nada y dicen que “los tesoros se mueven”.
“Hay casos en los que se escuchan sonidos, pasos, llantos, lamentos, cadenas, puertas que se cierran y cosas similares. No sé por qué, pero me imagino que, igual que los sonidos de los discos o las imágenes de video se graban en ciertos materiales, así se graban en el ambiente, y bajo ciertas condiciones se reproducen. También están los aparecidos, por ejemplo, una mujer de blanco que sale de una casa a unas tapias viejas y se pierde en un árbol o en una cerca o se aparece de regreso. Ah sí, esa imagen se fue grabando porque esa mujer salía a dejar dinero o a sacar dinero y de repente se puede ver. Allí sí hay que escarbar hasta dar con el entierro que seguramente te está esperando”.
EL TESORO DE PANCHO VILLA
Entre sus múltiples relatos platica Carlos que una vez su abuela le contó que su abuelo, mecánico ferrocarrilero en la estación de Sabinas, en 1950 vio llegar en el tren a un tipo con atuendo texano. A los pocos meses este individuo empezó a dormir en la estación; muy temprano partía para retornar por la noche, y así todos los días, hasta que una tarde, le platicó al abuelo de Carlos que él había andado con Pancho Villa y que cuando el Centauro del Norte decidió rendirse en Sabinas cabalgó acompañado por unos cuantos hombres desde Chihuahua con rumbo a Sabinas. Entre esos villistas venían el tipo que había llegado a la estación de tren –entonces de 15 años- y un tal Fabián Vidaurri, entre otros jinetes.
Vidaurri procuraba a su joven acompañante y un día le preguntó si sabía que contenían las carretas que venían en la comitiva. El joven respondió que supuestamente alimentos, armas o parque; Vidaurri lo negó y le respondió que era la mayor parte del tesoro de Villa que pretendía enterrar antes de llegar a Sabinas. Por ser un viejo Villista, Vidaurri sabía que Villa ya había enterrado parte de su tesoro en varias partes de Chihuahua y que para hacerlo salía acompañado de jóvenes soldados –como el del relato- que se llevaban la carreta y a los pocos días Villa regresaba de noche y solo. Enterraba a sus acompañantes junto al tesoro.
Antes de llegar a Sabinas, Vidaurri le dijo al joven que en cuanto Villa dijera dónde iban a descansar, huyera y no regresara sino tiempo después, ya que seguramente Villa los eliminaría a todos luego de enterrar el tesoro. Vidaurri le dijo que cuando regresara al sitio, tomara un par de piedras, las golpeara tres veces invocando “Fabián Vidaurri”. “Yo voy a venir desde la muerte, en este mi caballo negro, a decirte donde escarbes”, haciéndole prometer que le llevara una parte del tesoro a su familia.
Cuando llegaron al río, por el lado de Rosita, antes de las adjuntas de Agujita, Vidaurri le dijo: “Es en las adjuntas del río Sabinas y el río Álamo, antes de llegar a Agujita”. El joven del relato huyó y no regresó sino hasta 1950 para cumplir con el encargo, pero sin resultado alguno, por tal motivo decidió regresar al día siguiente a su casa. Ese mismo día el abuelo de Carlos se lo platicó a su hijo Oscar -papá de Carlos- y esa noche se fueron al sitio a buscar el tesoro, y si lo encontraban lo compartirían con el desdichado del relato.
Cuando llegaron al lugar, el abuelo de Carlos tomó dos piedras, para golpearlas tres veces pronunciando “Fabián Vidaurri”, pero antes de la tercera vez escucharon el estornudo de un caballo, fuerte y cerca; voltearon en todas direcciones, pero no vieron ningún caballo; solo el estornudo que se escuchaba por todas partes. Salieron corriendo sin parar hasta su casa, entre mezquites, nopales, lechuguillas y huizaches, sin espinarse ni tropezarse.
Cuenta Carlos que años después, junto con su hermano y un primo fueron al sitio a invocar a Vidaurri y que también salieron despavoridos, aunque -dice Carlos- que él corrió detrás de ellos para cuidarlos y no les pasara nada.
Si algún día de estos se encuentra a Carlos Esquivel, pídale que le platique alguna de sus muchas historias de tesoros y aparecidos, y en un descuido lo convencerá para que lo acompañe a buscar algún tesoro enterrado por ahí.
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Contribución de: Juan Latapí Ortega, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Ramón Williamson Bosque & Willem Veltman.
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