Por Yuriria Sierra
Claudia y Marcelo
La entrevista la hicieron compañeros de Milenio. Claudia Sheinbaum a la mesa, las preguntas directas y sin medias tintas:
— ¿Usted ya se ve como Presidenta?, preguntó Azucena Uresti.
— Sí, respondió la jefa de Gobierno.
— En el caso de que usted fuese designada, la electa, ¿invitaría a Marcelo y a Adán Augusto a su equipo?, completó Víctor Hugo Michel.
— Sí, por supuesto, dijo la doctora.
Un día después de transmitirse esta conversación, Marcelo Ebrard, otra de las corcholatas de Morena para la elección del próximo año, presentó su libro El camino de México en una librería al sur de la capital del país. Los reporteros que cubrieron el evento, evidentemente, buscaron su reacción a lo declarado por Sheinbaum. Lo cuestionaron y así respondió: “Bueno, yo le agradezco… qué tierna, ¿no? Pero bueno… Yo lo que diría es, a mí me gustaría que estuviera también, por ejemplo, en algún cargo del gabinete que voy a encabezar. Yo creo que nos hace falta un poquito de humildad, la gente aún no vota…”.
Las respuestas no podían ser distintas. Las precisas, las correctas. Qué bueno que ambos lo entienden. La concordia y la unidad no sólo debe ser cosa de partidos. Son cualidades que debe estar presente en un proyecto de gobierno. Sheinbaum lo sabe, Ebrard también. Plantear que no importa quién sea quien llegue, tendrá un lugar para aportar a la construcción del país, es una señal que pocos se atreven a enviar. Con el tiempo electoral que vivimos, se aplaude esta muestra de civilidad política que ofrecen ambos.
Claudia y Marcelo saben que, si llegan al Ejecutivo, no gobernarán sólo para la 4T. Incluso, deben tenerlo anotado, sus respectivas fortalezas, que no son pocas, ayudarían a corregir los yerros que hoy ni siquiera se pronuncian en voz alta en Palacio Nacional porque lo que diga o haga su jefe se ha terminado por convertir en voluntad inapelable, aunque las inteligencias alrededor disientan o perciban como bombas de tiempo. Ambos han cuidado mucho las formas en la expresión de sus planos de disenso respecto al titular del Ejecutivo. Lo ha hecho la jefa de Gobierno, por ejemplo, en el manejo de la pandemia. Lo ha hecho el canciller al cuidar relaciones estratégicas más importantes fuera de nuestras fronteras. Qué difícil debe ser para ambos. Al igual que imposible para tantos otros y otras que ya presentaron sus renuncias por motivos nunca explícitos pero siempre a la vista.
Sheinbaum y Ebrard entienden la importancia de trazar rutas de consenso y de contención, entienden la vital importancia de enriquecer el diálogo. Por eso es importantísimo que desde la trinchera donde hoy despachan –y a la que lleguen una vez que el proceso tome mayor velocidad–, defiendan los brazos democráticos que permitirán dar legitimidad a lo que ocurra en las urnas en 2024.
No se entiende cómo es que si Morena tiene prácticamente en la bolsa la elección presidencial, López Obrador insiste en ensuciar con un manto de conflicto y de sospecha su propia sucesión. Y junto a él, su secretario de Gobernación quien, a pesar de su lejanía en las encuestas de la intención de voto que hoy tienen Claudia o Marcelo, insistió todavía ayer en que sí buscará la candidatura a la Presidencia.
Poco podrán construir, al menos cómo seguramente ambos lo desean, si la elección del próximo año llega ensombrecida por las sacudidas que hoy sufre nuestro ecosistema electoral. No deben permitir que se enlode esa ruta que, sí o sí, deberán transitar rumbo al 2024.Y Andrés Manuel debe entender que su lugar en la Historia ya está asegurado, ahora sólo tiene que preguntarse si no está él mismo saboteando lo que más le interesa cuidar una vez que él ya no esté ahí.