Por José Elías Romero Apis
Desde hace varios años me he permitido afirmar que México siempre ha carecido de una política migratoria, así como nos ha sucedido en muchas otras materias políticas. Para ello he aprovechado la hospitalidad, tanto de estas páginas como de los foros académicos y de los espacios de comunicación donde me invitan.
Uno de ellos, la Facultad de Derecho de la UNAM, ha mostrado su interés de vanguardia en este asunto. La atingente dirección de Raúl Contreras, quien recién presentó su informe anual, ha puesto al interés académico en las necesidades actuales, en beneficio de la nación.
Por la ausencia de una política nacional de migración es que no sabemos lo que somos nosotros ni lo que son los migrantes. No sabemos cómo tratarlos a ellos ni cómo comportarnos nosotros. Nuestras leyes son confusas, nuestras acciones son difusas y nuestras resultantes son obtusas.
Por eso mismo no sabemos si a los migrantes los debemos encarcelar en una celda, como si fueran criminales, o si debemos permitirles que conviertan nuestros parques en su residencia, como si fueran soberanos. No sabemos si debemos acogerlos o si debemos expulsarlos. No sabemos si esta casa es nuestra, si es de ellos o si es de todos. Si ellos pueden entrar a gritarnos en nuestro país o si nosotros debemos ubicarlos en su realidad y en su país. Eso se llama ausencia de política y proviene de una falta de conciencia.
La migración no es un problema de humanistas, sino un asunto de estadistas. Por eso, nos lleva a un fracaso verlo como un tema humanístico y no como un tema político. Me queda en claro que los migrantes no son nuestros enemigos, pero también estoy consciente de que tampoco son nuestros invitados. Que, así las cosas, ni tenemos el derecho de lastimarlos ni tenemos la obligación de complacerlos.
En todo el mundo, los extranjeros no invitados se llaman indocumentados y los extranjeros invitados se llaman turistas. Tan mal anda el país que trata a los turistas como indocumentados y que a los indocumentados como turistas. No salir de nuestra confusión es muy grave en México, que es país de origen, de tránsito y de destino de migrantes. No recuerdo ningún otro país con las tres variantes migratorias. Los hay tan sólo de destino, de tránsito o de origen. Hace 100 años los italianos migraban hacia Argentina para poder comer, pero ningún argentino se iba de su país. Hace 80 años los alemanes se iban de Alemania para sobrevivir, pero nadie migraba hacia Alemania.
Sin embargo, la migración ha sido relegada como un tema menor de nuestra política. Ni está en el gabinete ni está en el discurso. No es un ministerio de gobierno ni es una promesa de campaña. Como no luce para inauguraciones ni sirve para elecciones, desde siempre a nuestros políticos les ha aburrido y les ha estorbado.
La tragedia recién sucedida en Ciudad Juárez es un botón de muestra de lo que hemos venido diciendo. De inmediato nos han surgido muy diversas interrogantes. No sabemos si las víctimas estaban en un albergue o en una prisión. Pero debe ser algo muy malo donde el primer impulso de las autoridades fue negar su participación y se acusaron recíprocamente.
Siento que estamos perdidos dentro de nuestra propia casa. Que no sabemos lo que vamos a encontrar en cada habitáculo. Es más, que por momentos ni siquiera entendemos si estamos en nuestra casa ni comprendemos quiénes somos nosotros ni lo que allí estamos haciendo.
Aclaro que esto no es la culpa de un solo sexenio ni de un solo partido ni de un solo gobernante. Así llevamos ya más de 100 años. Pero eso no es un dulce consuelo, sino una amarga alarma. Ese vacío es lo que ha permitido que la corrupción construya un imperio, que las otras naciones nos dicten políticas y que los illuminati nos humillen sin manera de defendernos.
La fórmula de toda política real o realpolitik es la suma de todo lo que queremos hacer más todo lo que debemos hacer menos todo lo que no podemos hacer. Si de esa operación queda algo, hay política. Si no queda nada, pues no hay nada.