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1789 DIARIO DEL ALFEREZ CASIMIRO VALDÉS

1789 DIARIO DEL ALFEREZ CASIMIRO VALDÉS

Por: Luis Alfonso Valdés Blackaller

Diario de las novedades que me ocurrieron a mí, el alférez Don Casimiro Valdés cuando de orden del Señor Comandante Gral. de las Provincias de Oriente acompañé hasta sus Rancherías al Gran Capitán Lipiyan Manuel Picax-ande Ins-tinsle de Ugalde al regreso de la visita que el día 31 de Diciembre de 1788 vino a hacer a aquel Jefe.

~  PARTE  3  ~

Día 18 de enero de 1789 … (contin.)Habiendo quedado en efecto solos el capitán Dabegsil-sete y yo, le dije que ya sabía cómo desde chiquitos nos habíamos criado juntos y que por eso le conocían los españoles por mi nombre, y que como buen amigo le deseaba todo bien; Que el capitán grande de los españoles me había dicho le asegurara en su nombre que si se manejaba con fidelidad y con amor a nosotros, le subiría sobre todos los capitanes de su nación, pero que para esto me había de decir a solas lo que le parecía de la paz de los Lipiyanes y de su gran capitán; A esto respondió el Lipán que sabía bien que él y yo no éramos tan solo amigos, sino hermanos, y que de mí no tenía ninguna desconfianza, pero que tiene recelo de lo que divulgándose entre los españoles que él descubría la conducta de los Lipiyanes, lo supiera el capitán principal, y tratase de matarlo o quitarle su ranchería y arruinarle.

Asegurado por mi este indio de que lo que me dijera solo lo habrían de saber tres, que era el señor Comandante General, él y yo, y repetida por muchas veces esta promesa, hubo por fin de decirme; Que Picax-ande Ins-tinsle por sí jamás entraba a robar ni hacer daño a los españoles, pero que su gente iba con los mezcaleros, con los Sendes, y con otros varios indios y hacían sus entradas y muertes y que los veía volver con caballada y mulada herrada y con muchas alhajas; Que actualmente andaba fuera un hermano del Capitán Grande [i.e. Picax-ande] con bastante gente, y que este era seguro había entrado a hacernos daño; Que cuando volvían los indios con robo le presentaban a Picax-ande Ins-tinsle cada indio su regalo de caballo, mula, freno, o algunas otras cosas de las que traían; Que si quería satisfacerme de su verdad mirase la caballada al descuido y vería en ella muchas bestias con hierros conocidos, robadas después de la paz, y que el día que me festejaran con mi fandango pusiera cuidado y vería las alhajas que sacaban las mujeres;

Que el capitán mezcalero Alegre y el otro que nosotros llamamos Zaragate ya los veía allí y que entre la misma ranchería había 17 o 18 tiendas de Mezcaleros; Que también estaba allí dentro otro capitán mezcalero llamado El-lite, pero que este no había querido el Lipiyan que se presentara porque era de los de la paz de Santa Rosa; Que el Lipiyán no podía reñir con sus hermanos y parientes los mezcaleros y que así creyera yo que él siempre los habría de amparar, pero que también volvía a repetir que Picax-ande personalmente no sabía que hubiese entrado a hacer daño, pero que a él le parecía lo mismo el permitirlo.

Todo este secreto me descubrió el capitán Lipán sin que quisiese que concurrieran a ello los intérpretes, habiéndome valido para lograr el saberle, de la fortuna de que, aunque no hablo en su lengua, bien la entiendo toda; Y habiendo por ultimo avisándome también como un Lipán tenía un captivo que había comprado a los Sendes, pasé luego que nos separamos a la tienda del indio que me había dicho tenía el captivo, a quien preguntándole por él respondió no paraba en su poder. Conociendo ya ser preciso hacerme enojado empecé a decir al indio era forzoso que me lo entregara, pues por ningún motivo podían ser los cristianos criados de ellos, entonces me prometió que el día siguiente me lo entregaría. Pero no fiado de esto, pasé a la tienda de Picax-ande Ins-tinsle y habiéndole contado lo que me había sucedido me respondió estaba muy bien y que el día siguiente se andaría aquello.

Día 19, Al salir el sol pasé a la tienda de Picax-ande Ins-tinsle quien me dijo que aguardara que ya había enviado a llamar a toda la gente para volver a hablar, y deseando yo esto sucedió como lo solicitaba, pues no tardó nada en estar toda la indiada junta y principiando yo a hablar antes que lo hiciese el Lipiyán, dirigí por medio de los captivos mi plática a disminuir al capitán Juan y los suyos, ponderando lo fácil que le era al señor Comandante General el aprenderlos siempre que saliera a campaña, la que tenía prevenida de un crecido número de soldados, muchos caballos, y competentes bastimentos, advirtiéndoles no solo tenía aquella gente sino muchos tantos más que dejaba en los presidios para castigar cuando se ofreciera a los que fueran malos, pero como a los ???? de los Mezcaleros los tenía tan seguros no se le daba ningún cuidado de sus ?????? pues así de ellos como sus mujeres e hijos no se había de contentar más que con cortarles las cabezas por infames, mal agradecidos, acreedores por su mal pago a muchas más crueldades. Habiéndome oído todos con bastante atención, comenzó el capitán Picax-ande Ins-tinsle a decir no eran merecedores más que a que los mataran y aniquiladas sus personas y familias, a no acordarse más de ellos, repitiendo que así Picax-ande Ins-tinsle como todos los suyos no pensáramos más que en que habíamos de ser amigos hasta morir, y si acaso alguno hubiera malo, con matarle se componía, que no por uno habían de perder todos, pues la cuenta que se hacían era el que allí habían nacido y allí habían de morir.

Acabando el dicho capitán Picax-ande su razonamiento, comenzó la mujer de este a hablar con voces altas a toda la indiada diciéndoles ya miraban el buen trato y cariño con que eran mirados por los españoles, y que así les suplicaba no hicieran quedar mal a su marido y menos al capitán grande (que es el señor Comandante General), lo que, oído por todos, prometieron hacerlo así. Habiendo concluido como a las 9 de la mañana, pasé con un intérprete a la tienda del indio que tenía el captivo y preguntándole por él, respondió se lo había quitado el Lipán que se lo había vendido diciendo se lo llevara para ver si a él se lo quitaban. Inmediatamente fui a la tienda del capitán Picax-ande a quien habiéndole expresado lo que me había sucedido, bastante enojado dijo eran unos pícanos, y que cómo tenían atrevimiento para hablar de aquel modo sabiendo que estaba allí él para castigarlos o matarlos, y que haciéndolo así con los que tal cometieran, no perdieran los buenos la gracia de los españoles, y llamando al capitán Dabegsil-sete le informó de todo este paraje, y le dijo este último que no era sabedor de nada, ni creía fuera ninguno capaz de decirme semejante cosa en mi cara, pero que ya iba a ver como estaba aquello.

Luego me vine a mi tienda, a poco rato llego el Lipán amo del captivo, preguntando si no había conocido al indio que me había dicho aquellas palabras desvergonzadas, a lo que le respondí no le había conocido, a cuya respuesta me dijo que ya el muchacho estaba allí, que para que me había de enojar, que si gustosamente quería darle lo que le había costado cuando lo compraron a los Sendes lo hiciera, y si no, no le diera nada. Habiéndome enojado las razones de este indio, le dije con demasiada irritación, que mi capitán grande compraba los captivos solo con pólvora y balas empleadas en los que los tenían, y que a su semejanza había yo de hacer lo mismo con cuantos obtuvieran en su poder, de esto quedó tan sorprendido que me volvió a decir cómo él no quería nada más que la amistad de los españoles, para no perderse él y sus hijos, que por esto me había advertido primeramente el que si gustoso quería darle algo lo hiciera y que así para que viera lo cierto, me lo iba a traer, lo que ejecutó inmediatamente, y habiéndomelo entregado no pude menos que darle un caballo, mi zarape, un freno, un belduque, y dos alernas, advirtiéndole que no le hacia esta dádiva por el cambalache, sino en pago de su generosidad y que estuvieran entendidos de ello todos, a lo que me respondió él y cuantos allí se hallaban como ya sabían y conocían no lo hacían sino por cariño. Estando en esto que serían como las diez y once del día, llegó un soldado de mi partida, y parándose en la puerta de mi tienda, oí lloridos de un muchacho y golpes que le daban, preguntándole a dicho soldado que era aquello, me respondió que un Lipiyán le estaba dando al captivo quien se hallaba en el real de mi partida, puesto en la espalda de mi tienda;

(fin de PARTE 3; a continuarse la próxima semana)

Notas:
1. Documentos del Archivo General de la Nación de México. 
2. Se corrigió un poco la ortografía para facilitar su lectura

Contribución de: Luis Alfonso Valdés Blackaller, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapí O., Francisco Rocha Garza, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, Ramón Williamson Bosque.

Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: [email protected]

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