José Elías Romero Apis
Ayer concluyó mi curso universitario en el que todo un semestre platico con mis jóvenes colegas sobre las 7 columnas de una constitución. La generación del Estado, la organización de su gobierno, las potestades de sus gobernantes, la demarcación de su territorio, la atribución de sus nacionales, los privilegios de sus gobernados, así como la creación y jerarquía de sus leyes.
Para cerrar, nos referimos a la caída de la constitución. Para muchos gobernantes y para algunos gobernados sería suculento que ninguna ley los limitara y que ningún tribunal los molestara.
Pero la interrupción constitucional sería una catástrofe. Para comenzar, el presidente y los altos gobernantes dejarían de serlo. Tampoco habría gobernadores ni congresistas. Sin embargo, a nadie debiera inspirar esta alegoría porque gobernarían los que pudieran.
En algunas regiones, quizá los cárteles. En muchas zonas ya lo hacen. En algunas localidades, quizá los guardias comunitarios. Nada extraño. En algunos barrios, tal vez las juntas vecinales. A veces ha sucedido. Pero todos ellos gobernarían sin leyes, puesto que ya no las habría.
Para proseguir, nuestro territorio se volvería ficticio. Si algún país quisiera quedarse con Chihuahua o con Sonora, que gane el que pueda. Ya no existiría México tal como lo conocemos. Las embajadas extranjeras se retirarían. Nosotros seríamos excluidos de la ONU, de la OEA, del FMI y del G20. Dicho sea de paso, ya no existiría nuestra moneda.
Para continuar, nosotros nos habríamos quedado sin nacionalidad. Nadie puede ser nacional de un país que ya no existe. Nuestros pasaportes ya no tendrían utilidad alguna. Quizás algunos paisanos nuestros buscarían una nacionalidad postiza, humanitaria o coyoteada.
Para terminar, estaríamos frente a la desaparición de nuestras garantías constitucionales y de nuestros derechos humanos. Nuestro derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, al trabajo, a la familia, a la educación, a la movilidad, a la salud, al justo proceso y 100 más pasarían al baúl de los trebejos.
El escenario dulce es que cualquier autoridad pudiera hacer con nosotros lo que quisiera. El escenario amargo es que ya no tendríamos derechos, pero tampoco habría autoridades. Cualquiera se la podría tomar contra nosotros, así como nosotros podríamos tomarla contra quien quisiéramos. El esplendor de la barbarie.
Dos revoluciones iluminaron el pensamiento político moderno y las hemos seguido 4 de cada 5 países del planeta. La francesa aportó el pensamiento liberal. La estadunidense aportó el pensamiento constitucional. Los franceses derrocaron a un gobierno y establecieron otro, pero sin constitución y se metieron en un caos de 100 años. Los estadunidenses primero crearon una constitución y después su gobierno. Les fue muy bien.
Francia y Estados Unidos han construido dos de los gobiernos más poderosos con dos de las sociedades más libres. Eso es muy difícil, pero algunos lo hemos logrado. La Revolución Mexicana se transformó en Constitución y, por eso, durante 100 años hemos tenido gobiernos muy fuertes, libertades muy amplias y estabilidad política muy continua. Una casa hipotecada no se salva quemándola.
Para eso sirven las constituciones. A los emperadores romanos a diario se les repetían las palabras “memento mori”, acuérdate de la muerte, para restablecerlos en su realidad de mortales. Así también los emperadores actuales debieran beneficiarse con las palabras “memento lex”, acuérdate de la ley, para recordar que no son todopoderosos ni sempiternos. Que no son omnipresentes y que no son omnipotentes.
Yo pienso a diario en nuestra Constitución, no sólo porque es mi trabajo como abogado, sino porque también es mi placer como político. Ella es uno de los dos libros que viven en mi buró y me acompaña en el sueño. Nunca he sido poderoso, pero de haberlo sido nunca la hubiera olvidado porque ya fuera poderoso ni mucho menos la hubiera traicionado para ser más poderoso. Nunca quitaría las columnas de mi casa nada más porque me estorban.